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Aquel 11-M

lunes, 13 de marzo de 2017
Tras más de 25 años residiendo en el País Vasco, un septiembre del 2002 regresé a casa, a la tierra de mis ancestros, a la costa más al norte, al viento del nordeste con sabor a salitre, a la cultura de mi viejo y querido pueblo, a una parroquia en la provincia de Mondoñedo del antiguo Reino de Galicia.

Aquel otoño no se comportó como otros. La historia de la marea negra por los vertidos del Prestige que asolaron nuestras costas y pusieron de manifiesto la inutilidad de unas autoridades mediocres en lo técnico y embusteras en su obligación de informar.

A las puertas de la primavera 2004, una mañana en la Gerencia del Hospital da Costa en Burela, cuando creía haber dejado atrás aquellas terribles mañanas de la Euskadi cargada con miedo, atentados y páginas de los sucesos, los medios de comunicación nos asaltan gritando que una serie de bombas han explotado en las estaciones de trenes que las gentes trabajadoras tomaban para acudir a sus puestos en la capital de España.

Por un momento creía volver a estar en: Donosti, Zarauz, Ermua, Vitora, Durango, Llodio, y tantos otros lugares en los que ETA hizo explotar un coche bomba para asesinar seres humanos y dejar claro que eran los amos de la vida y la muerte. Pero, al ver la mar Cantábrica desde la puerta de entrada al Hospital del SERGAS, al ponerme como tantas veces en señal de concentración por las víctimas, me di cuenta que no estaba en la Euskadi del terror, que me encontraba en mi Galicia, y aún así como una maldición me perseguía el terror.

Escribí mi columna en la prensa. Todo apuntaba a la autoría de un comando de ETA. Pero hubo dos hechos que no me encajaban. Las bombas en el Pozo del Tío Raimundo y las declaraciones de Otegui afirmando rotundamente que no se trataba de ETA.

La estación del Pozo era la comunicación ferroviaria de uno de los santuarios de la lucha obrera contra el franquismo. Recordaba mis tiempos de colaborador sanitario con el Padre Llanos. Hasta los más torpes sabían que una bomba en tal lugar iba a ser rechazada por las clases populares y la oposición a la derecha.

Una bomba allí sólo podía asesinar a trabajadores, a gentes sencillas militantes de la izquierda tradicional.

Conocía lo suficiente al MLNV como para saber que tras una bomba, de inmediato ponían en marcha el aparato propagandístico. Otegui habría guardado silencio y dejado a la organización que hiciera un comunicado reivindicando la "ekintza!.

Salir de inmediato el máximo dirigente del MLNV afirmando que no había sido ETA, era tanto como el santa sanctorum de la verdad, una vez consultadas las fuentes de la clandestinidad.

Así lo comuniqué al medio en el que escribía como experto en País Vasco. Me contestaron que el todavía presidente Aznar les había llamado para asegurar la autoría de ETA.

Recurrí a mis fuentes de la lucha anti terrorista en Euskadi. Me leyeron el comunicado de los islámicos. Me aseguraron que no había sido ETA y que había sido una célula terrorista al servicio de la "guerra santa" contra los "cruzados-infieles-agresores del pueblo de Alá".

Aquello supuso un vuelco en la intención del voto. De discutir sobre la posible mayoría absoluta de la lista de Rajoy, se pasó a la indignación colectiva. Incluso, me imagino la cara de los que fueron a la manifa encabezada por el actual S.M. al saber que el PP trataba de ganar tiempo y evitar que los ciudadanos establecieran la relación causa efecto con la foto de las Azores.

Aquel 11-M cambiaron muchas cosas. La intención del voto de los españoles. El papel de las redes sociales frente a los viejos y controlados medios de comunicación social. La certeza de que la guerra del Islán contra los agresores de sus territorios, nos había llegado hasta nuestro país. Una vez más, para el terrorismo del color que fuera, resultaba evidente lo fácil que era matar. Si los "fieles seguidores del Profeta" habían sido capaces un 11-S de tumbar las Torres Gemelas en el corazón de los Estado Unidos de América, cualquiera podía sufrir un atentado indiscriminado.

Desgraciadamente, en el PP, hasta hace poco seguían sin creerlo. Buscaban conspiraciones de toda índole. No sé si era una forma de paranoia, o aquello tan español de "mantenella y no enmendalla".
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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