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Nuestra educación y violencia de género

jueves, 09 de marzo de 2017
Ya tengo escrito que en los años sesenta del pasado siglo la violencia flotaba en el ambiente. Sin duda, visto con los ojos de hoy, la mujer desempeñaba un rol de marginación y maltrato del que pocos parecían extrañarse. Recuerdo, por ejemplo, que las mujeres se vestían de nazarenas, en la ingenua creencia de librarse de las palizas de sus maridos, y, aunque se criticaba en las casas en esa atmósfera de temor tan propia de la época, nadie se atrevía a denunciar.

Como mucho la víctima salía del Cuartel de la Guardia Civil con la comprensión del guardia de turno y una dosis de buenas palabras. Todo se quedaba ahí y esto sucedía al menos hasta los años ochenta. La impunidad de aquellos verdaderos bestias, que en algunos casos paradójicamente gozaban del aprecio de sus vecinos, estaba aceptada o consentida con tal naturalidad que muy pocos eran los que afeaban tal conducta, porque en aquellos tiempos los roles sociales parecían aceptarlo como algo que no tenía importancia.

El hombre exitoso, para muchos, era aquel pobre machito que dejaba embarazadas a sus novias y después desaparecía y hasta se burlaba de ellas.

Existía una fauna de hombres lobos o buitres carroñeros que acosaban a las mujeres como auténticos depredadores y el éxito de su hombría consistía en abusar de mujeres o chicas con problemas y sobre todo ingenuas. Muchos de esos “figuras” todavía andan hoy por ahí arrastrando su próstata y sufriendo las consecuencias de tanta barbarie, porque, como dice el refrán: Todo cerdo tiene su San Martín.

Pero si todo esto es cierto, también lo es que en otras familias se daba mucha importancia al respeto y al trato dispensado a las mujeres. Padres y maestros nos enseñaban que a la mujer hay que tratarla con delicadeza y ternura y hasta nos decían que las mujeres eran como las flores, lo que resultaba cursi y propio de maricones (sic) a ojos de esa caterva de indeseables machos.

Se nos educaba en un vocabulario correcto con todo el mundo, con especial consideración con las damas, muy contrario al soez, tan habitual hoy; se hablaba con delicadeza y se cuidaba el lenguaje ante la presencia de las féminas. Evidentemente, esa era una muestra de la finura y educación propia de los caballeros. Animales de dos pies o bestias todavía existen hoy.

Curiosamente, aunque la mujer era marginada hasta por la ley, vivíamos en auténticos matriarcados porque las madres eran los verdaderos motores de la vida familiar, entre otras razones, porque la mayoría de los hombres gustaban en demasía de la taberna o la partida. También es cierto que muchos éxitos familiares se atribuían a los hombres cuando en realidad eran mayoritariamente mujeres las verdaderas almas de negocios y empresas. ¿Recuerdan aquello que decía: Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer?

También conviene resaltar el hecho de que cualquier muestra de modernidad o progreso por parte de la mujer era mal visto y hasta censurado tal como estudiar una carrera o sacarse el carné de conducir. Parecían rebeldías contra el poder establecido.

Podríamos seguir detallando muchas marginaciones sufridas por la mujer: realizar tarea domésticas, cuidado de hijos, quedarse en casa mientras el marido salía a divertirse…Pero realmente lo que ahora más importa es combatir esa lacra de asesinatos y maltratos que reciben de esa caterva de individuos que usan la violencia como único argumento.

Nadie ni nada justifica tal cosa y conviene saber que la mujer y el hombre son iguales en todo, desde sus derechos hasta su respeto, y siendo iguales y realmente practicándolo, no hacen falta inventos como los/as, discriminación positiva y otras lindezas que no arreglan nada. Lo que realmente cambia las cosas es practicar el respeto en ese plano de igualdad que en sí mismo lo dice todo, cuidarla como la flor que es dulce, abnegada, tierna y cariñosa y así amarla con todo el alma. Lo demás todo tiene arreglo.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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