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Caigache el cú, Nia

lunes, 27 de febrero de 2017
La “comandante finiquito” pidió perdón, pasadas más de dos horas de comparecencia, a los familiares de las víctimas del Yak 42. Lo hizo, como no podía ser de otra forma, en diferido, o lo que es lo mismo, en forma de simulación, y toda la caverna mediática, es decir, toda la prensa en papel y las televisiones (excepto la de los obispos), saltó alborozada. Sus portadas y telediarios se peleaban por ver quien enaltecía más adecuadamente la proeza de la “comandante finiquito”. Unos anunciaban que tremenda valentía, pasado el tiempo, se equipararía con la toma de Perejil (al alba y con fuerte viento de levante). Otros afirmaban que la compungida imagen de “la comandante finiquito”, que comparecía con peineta en tal icónico acto, solo era comparable con la que trasladara en su día su compañero de partido (muy dado también a la peineta) al figurar de comparsa en la fotografía del trio de Las Azores. Los más audaces afirmaban que tamaña declaración se asemejaba, en solemnidad y profundidad, a la de su presidente de partido cuando afirmó que “un vaso es un vaso y un plato es un plato”. En cualquier caso y con solo la excepción de la televisión episcopal, que proclamaba que lo único que les faltaba a estos traidores al régimen es pedir perdón por los desaparecidos durante el golpe de estado, toda la derecha franquista ensalzaba la comparecencia de la “comandante finiquito”. Comparecencia que cualquier nacido en As Figueiras hubiera resumido con un “caigache el cú, nia”.

La mayor tragedia del ejército del aire español durante toda su historia, en la que fallecieron, en tiempos de paz, 62 miliares, representó la mayor ignominia cometida por el gobierno del despreciable Aznar (que ya es decir) durante sus ocho años de infame mandato.

Pero si la actitud del entonces presidente del Gobierno fue despreciable, ¿qué se puede pensar de la mantenida por el ministro Trillo?, no cabe sino concluir que se trata de un personaje carente de escrúpulos, de dignidad, de decencia. Su actuación fue la propia de un trilero: mintió en sede parlamentaria, mintió a la prensa, a la opinión pública y lo que es imperdonable mintió a los familiares de las víctimas.

Todo, después de 13 años, está escrito sobre el accidente y lo que vino después y no tiene mucho sentido volver a recordar las condiciones del aparato (por no funcionar no funcionaba ni la caja negra), ni hablar de la trazabilidad de su contratación (150.000 euros de coste por viaje de los que llegaban a destino 36.000 euros), ni de la formación de los tripulantes, ni de las condiciones de vuelo, ni de las autopsias, ni de la distribución de los restos (el féretro de un soldado contenía tres piernas). Lo que cabe resaltar, a mi juicio, es que para lograr que “la comandante finiquito” y su partido, pidan perdón a los familiares, tuvo que ver la luz, casualmente y trece años después, un informe del Consejo de Estado que no dejaba lugar a dudas sobre la actuación irresponsable del “trilero” en el fallecimiento de los militares. Que hazaña.
Sampedro, Jorge
Sampedro, Jorge


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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