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Tragedias ecológicas entre confines

jueves, 19 de enero de 2017
Chiloé, la Nueva Galicia, es un territorio situado 1.250 km al sur de Santiago de Chile, en la misma latitud sur que corresponde a la ubicación de la Galicia Atlántica, en el noroeste de la Península Ibérica.

Ambas comarcas: provincia chilena y región autonómica española, respectivamente, han constituido, según una triste realidad del centralismo político y burocrático, “zonas marginales” en ambos países, alejadas de los beneficios que otorga la cercanía al poder administrativo.

En buena medida, a partir de la autonomía gallega, esta situación experimentó ciertas mejoras para la patria de Rosalía. Chiloé, en cambio, se mantuvo como región apartada, hasta hoy en día, objeto de turismo veraniego durante los breves dos meses del estío y de depredación económica y ecológica a lo largo de todo el año, por empresas salmoneras y forestales. Las primeras, han contaminado el mar de los canales, debido a una explotación irresponsable del salmón, muchos de cuyos ejemplares en cautiverio productivo han escapado hacia mar abierto, mermando o aniquilando especies autóctonas como el robalo. Junto con esto, el tratamiento médico-biológico defectuoso ha desatado epidemias incontroladas en la población salmonífera de los criaderos.

Como corolario brutal de esta situación, en mayo de 2016 fueron arrojadas nueve mil toneladas de salmones en descomposición en su mar occidental, frente a las costas de Cucao. Un crimen perpetrado por las empresas salmoneras, a vista y paciencia de las autoridades de Gobierno. Cuarenta días después, como una maldición bíblica, la terrible “marea roja” hizo su aparición en las costas del Océano Pacífico, frente a Chiloé y a otras regiones más al norte. Y estalló una crisis social de envergadura. Los chilotes se alzaron en una protesta multitudinaria, cortando los accesos a la Isla Grande de Chiloé, cuya superficie es la misma de la provincia gallega de Lugo. Las autoridades centralistas reaccionaron, no para castigar la colosal felonía de las empresas y multarlas, como hubiese sido lo correcto, sino para ofrecer, como menesteroso paliativo, “bonos pecuniarios” a las familias cuyo sustento principal: la pesca, había desaparecido, en virtud de la acción irresponsable de las grandes compañías y de la supuesta fatalidad de la madre Naturaleza.

Chiloé resiste, pese a todo, como lo hiciera Galicia, hace catorce años, con ocasión del naufragio del Prestige, ocurrido el 13 de noviembre de 2002, cuando el petrolero colapsó bajo una tormenta, mientras transitaba cargado con 77.000 toneladas de fueloil frente a la Costa de la Muerta, en la Galicia atlántica. Tras varios días de maniobras estériles para alejarlo de las costas, el Prestige naufragó, causando una de las catástrofes medioambientales más grandes en la historia de la navegación, tanto por el gigantesco volumen de contaminantes como por el área afectada: desde el norte de Portugal hasta la Normandía francesa, aunque el daño se exacerbó contra el otrora rico litoral pesquero e industrial de Galicia.

Estos desastres ecológicos, virtuales tragedias para el ser humano, para la flora y la fauna, se dan por superados con el simple expediente de paliativos demagógicos e insustanciales. Así, los gobiernos de turno se lavan las manos, mientras las empresas absorben sus costes y continúan las labores de depredación, como si nada hubiese pasado.

Pero el grave daño permanece, y no puede medirse en los guarismos temporales de unas pocas generaciones, porque los recursos marinos tardan centenares de años en recuperarse, como sigue ocurriendo en Galicia con los estragos causados por el “chapapote”, como bautizaron los gallegos a ese viscoso líquido negro que se adhirió a las rocas donde anidaban percebes y mejillones, para segar, como guadaña implacable, esa vida que es alimento de los hombres.

Nosotros, que hemos declarado nuestro amor a ambos confines, abocándonos a rescatar y difundir, sobre todo, sus singulares riquezas culturales, uniendo ambos confines, Galicia y Chiloé, por la imagen y la palabra. Asimismo, pretendemos hacer conciencia acerca de las perniciosas acciones de quienes privilegian el lucro fácil e inmediato por encima del respeto sagrado que debemos a esta silenciosa Madre telúrica que nos cobija: la Tierra; y a su fructífero consorte: el Mar.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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