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Huéspedes

viernes, 16 de diciembre de 2016
Moure apareció por estos pagos chilotes en 1986, junto a Micaela Souto. Se cobijaron en casa de don Tono (Antonio Cárdenas, nuestro querido y recordado folclorista, padre de Renato), una tarde en que yo cocinaba una sierra al horno, con papas, cebolla frita y pimentones. Moure puede viajar miles de kilómetros en cualquier dirección y llegará, sin titubeos, al mejor condumio. Don Tono quedó fascinado con Micaela; fue un flechazo de Diana en el corazón del solitario Eros chilote. Luego de dos días de compartir la palabra y el vino, con sus noches de largas conversas a través de las cuales se entrelazarían los célebres Diálogos Caleños, Moure se marchó con rumbo a las islas de los canales; quería visitar Caguach, la pequeña ínsula en cuya iglesia se alza la maravillosa efigie de Jesús Nazareno, traída por misioneros jesuitas en el siglo XVII, de autor anónimo, como las mejores obras del ingenio humano. Y no era sólo interés del espíritu, pues también el cuerpo y su alma enamorada le pedían encontrarse con Ximena Tureo Mendoza, la maestra de la escuelita rural, que había conocido en la Feria Costumbrista de Chiloé, allá por 1978. El cronista gallego-chileno rogaba a los dioses que Ximena no se hubiese casado, porque la soledad de Caguach podría haberla llevado a brazos convencionales. Pero la maestra seguía soltera y le recibió como si se hubieran despedido ayer. (Más detalles de aquel encuentro no tengo ni falta que hacen para el interés de este relato).

Una semana después, Moure regresó a Calen, percatándose que Micaela no iba a regresar a Santiago del Nuevo Extremo por nada del mundo. La meiga de A Coruña había caído en su propia trampa: estaba enmeigada (1) por ese viejo chilote que le componía décimas de amor y le contaba historias orales que ni siquiera en la Galicia profunda hubiese escuchado. Moure se alegró de esta relación, se le notaba en la cara, en los ojos que no mienten. Preguntó a Micaela por el destino de la casona de San Bernardo, a lo que ésta respondió que el enano se encargaría de todo. -¿Quieres que le lleve algún recado?- inquirió. –No es necesario- dijo ella, estamos comunicados con Sebastián; nuestra telepatía falla menos que los teléfonos satelitales.

-A los pocos que te pregunten por mí diles que no conoces mi paradero, mira que no faltará el desubicado que se deje caer por Calen y arruine esta paz maravillosa. Si encuentras a Renato, el hijo pródigo de Antonio Cárdenas, dile que se acuerde de enviar a su padre las hierbas contra la diabetes que le pidió hace tiempo.

Sin mediar aviso alguno, los vecinos de Calen y lugareños de otros villorrios fueron acercándose a la casa de don Tono, diciendo que había allí una meica (así decimos en el sur de Chile, palabra que sería vulgarismo de médica, pero Moure insiste en que es derivación de meiga gallega, como Trauco lo es de trasno o trasgo, aun cuando esto último es refutado latamente por Renato) y querían que les sanase. Traían consigo gallinas, capones, conejos, huevos y largas ristras de mariscos secos como elementos de pago a la curandera, obsequios que Micaela rechazaba en el acto, pues cobrar por un servicio de salud –según su credo- era garantizar que la curación no funcionaría, pues la codicia es ajena a la sanación de los cuerpos y de las almas, salvo que exista la difícil compensación justa.

Micaela curaba sin hierbas ni pócimas, sólo con palabras. El poder del verbo, decía, es la verdadera piedra filosofal. Pero muy pocos son los escogidos para emplearla con propiedad. Por eso, la mayor parte de los males de nuestro tiempo provienen del uso mendaz y ambiguo del lenguaje. Si pongo mi mano sobre la cabeza de un individuo presa de la desesperación y pronuncio, segura e impecablemente, la palabra esperanza, ésta se hará carne y espíritu en su ser. Los ejemplos son tan numerosos como las buenas palabras de todas las lenguas, pero apenas podemos hacer refulgir algunas de estas gemas sonoras para que se depositen como semillas feraces en la conciencia de los seres humanos.

A quien no pudo curar, pese a sus denodados esfuerzos, fue a don Tono. Ni sus palabras, silabeadas con amorosa devoción ni las hierbas escogidas que trajera Renato, envueltas en húmedas hojas de nalca, lograron poner freno a la diabetes, ese dulce maleficio que nos corroe por dentro, sigiloso y letal como una víbora. Un par de heridas con anzuelo, al descender del bote que lo traía de la isla de Lin Lin, donde tienen los Cárdenas sus cultivos de choros y cholguas, se transformaron en heridas supurantes y gangrenosas, imposibles de restañar.

En un lapso de tres años, don Tono perdió sus piernas en sucesivas amputaciones. Hubo que trasladarlo fuera de Chiloé, a casa de una hija, en Puerto Montt. Micaela le dijo adiós, negándose a verle morir y se marchó a Dalcahue, donde encontraría a un viejo gallego de El Grove, Demófilo Pedreira, coetáneo y víctima como ella, a temprana edad, de la barbarie franquista.

El padre de Demófilo era maestro de escuela, simpatizante de Izquierda Republicana. Fue “paseado” por ateo y masón. Los deudos no recuperaron el cuerpo; madre e hijos, algunos meses más tarde, emigraron a Buenos Aires como primer destino del definitivo exilio. Ambas historias y ambos seres se unirían, durante cinco años, en la casa de Calle Rosalía Roa 77, corazón de la villa marinera de Dalcahue, en la Isla Grande de Chiloé, donde vivía Demófilo, ya octogenario, su viudez. (Moure aparecía de vez en cuando, después de regresar de sus viajes a Galicia, trayendo nuevas e historias, no todas reales, pero sí verosímiles).

Al día siguiente de concluir la lectura analítica de El Libro de las Palabras, cuya última glosa es “Frases con atopar”, Micaela atopou a Demófilo doente, cando voltaba do mercado cunhas patatas e uns robalos para a cea (2)… Tres meses después, Demófilo viajó a México, donde su hermana Eliana, para someterse a un tratamiento de urgencia contra el cáncer que le roía los huesos. No se ha vuelto a tener noticias suyas.

Micaela se embarcó en el lanchón “Nueva Galicia”, rumbo a la isla de Melinka. La historia que sigue la contará otro cronista o ella misma, si cabe, sea a través de manuscritos, diálogos o cartas.


NOTAS:
1. Enmeigada: En lengua gallega, hechizada, fascinada, embrujada.
2. “Micaela encontró a Demófilo enfermo, cuando volvía del mercado con una papas y unos róbalos para la cena”.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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