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Calendarios de valores

martes, 13 de diciembre de 2016
Calendarios de valores Érase una vez una anciana, vecina de Lugo, que, además de ser muy rica en valores humanos, era una apasionada admiradora del Belén de Begonte; por esta circunstancia, cada vez que llegaba el mes de Diciembre era una de las primeras en asistir a la inauguración de tan trascendental espiritual evento.

Una vez allí, después de escuchar al pregonero y participar en los actos, llenaba, hasta colmatar, su bolso con los atávicos calendarios de ese belén. En una de esas visitas el sacerdote, D. Xesús Domínguez Guizán, con su verbo afectuoso y correcto, al ver que la señora guardaba presadas de esas estampas, le dijo con una sonrisa amable:

- “Buena mujer, perdone la indiscreción, para qué lleva tantos, son todos iguales”.

La dama le contestó, correspondiendo también con reciproca amabilidad:

- “Sí, en efecto padre, son idénticos pero, como bien es conocedor el reverendo, los seres humanos somos muchos y diferentes. Los llevo para entregarlos a manos muy distintas por eso, aunque parezca que lleve ingente cantidad, no son nada para los que tendría que entregar”.

Se despidieron y el buen “crego” le respondió:

- “Muy loable esa obra suya, repartir el Belén de Begonte de mano en mano. Cuando no tenga, vuelva pues, en tanto haya ejemplares, podrá llevar los que desee”.

Año tras año, hiciera frío, lloviera o nevara, la señora, al igual que aquella popular maestra de Lugo, pero con distinta finalidad, recorría las calles de la capital de esta provincia con un megáfono gritando:

- “Feliz Navidad y, para que el año venidero le resulte de paz y bienestar, he aquí que el belén de Begonte le regala su tradicional almanaque, su tarjeta de visita”

Sus manos no se cansaban de ofrecer esas singulares estampas.
Así transcurrían las Navidades hasta que llegó una en que, la anciana, agobiada por las dolencias de enfermedades y el inexorable peso de los muchos años que tenía, no pudo ir a Begonte por los calendarios. El sacerdote y los demás responsables del Belén notaron la falta de aquella buena mujer, persona tan bondadosa deja siempre imborrable impronta Después de recabar información supieron de que no venía por hallarse bastante mal. Entonces el mismo D. Xesús, acompañado de D. Xulio Xiz, fueron hasta el domicilio de la señora y le llevaron una gran caja repleta con rosquillas de esas delicias que, artesanalmente y con amor, elabora la señora viuda de Varela, Dña Pilar, y por supuesto, muchos de esos almanaques, pero, con una novedad, pues en aquella Navidad hubo dos tipos de calendarios. Todos llevaban por la parte anterior la imagen del Belén de Begonte pero, mientras unos estaban dotados en el reverso de los meses y días del año; en otros aparecía la figura de una pareja de ancianos gallegos representativa del medio rural “galego”, uns valuros de Terra Chá; los pilares fundamentales que aseguran la viga maestra que se llama tradición.

La señora agradeció la deferencia de estos caballeros y les dijo que iba a mandar a algún familiar para que, de paso que visitaba el Belén de Begonte se los trajera. La presencia de esos cromos le hizo tan feliz que, al llorar con la emoción, parece que también se recuperó de sus dolencias.

Al otro día pidió a uno de sus hijos que la llevara a una de las puertas de la muralla y allí, sentada en una sillita plegable, ofrecía al viandante de turno los dos ejemplares de almanaques. Los que los cogían miraban por si tenía algún platillo donde dejar una limosna, pero la dama decía:

- ¡“No, yo no necesito dinero pero, cuando puedan visiten este Belén y dejen allí, con su presencia, la ayuda necesaria para hacer un mundo mejor!”.

Transcurridas unas horas volvía alguno de sus familiares y la llevaba hasta otra de las puertas y así, pasando por todos los vanos de la muralla de Lugo, en los accesos al casco antiguo, iba ofreciendo y entregando esos detalles que eran los más hermosos y sencillos regalos navideños.

Una de esas mañanas de nieve y viento frío del Nordés, una jornada inclemente que no hacía desistir a la señora en su altruista empresa, uno de los viandantes que tomó unos calendarios de las encallecidas, arrugadas y artrósicas pero muy limpias, laboriosas y honradas manos de la dama, fue, en esa data, un caballero que envolvía y cubría, disimuladamente, su arrogante porte bajo un abrigo que más le ayudaba a dejar bien patente su alcurnia social, encumbramiento que era mantenido, gracias a la efímera solidez que le proporcionaba su grandiosa riqueza crematística, con la que creía ocultar su pobreza espiritual. Con un cierto aire de altivez y desprecio cogió el par de calendarios y los metió en uno de los bolsillos de su chaqueta. Este caballero vivía en un solitario pazo en un lugar montañoso de las tierras castellanas. Su residencia, como toda la de los opulentos, tenía la riqueza cercada por una muralla de orgullo y, a su alrededor, como si fueran despreciables estercoleros, estaba representada la pobreza en las humildes viviendas de su servidumbre.

Ese señor era muy aficionado a pasar parte de las horas crepusculares vespertinas observando desde su balcón sus extensos dominios y , jactándose, en egoísta soliloquio, de su mucho poder, desde esa majestuosa balconada daba las órdenes a sus criados y, de vez en cuando, les arrojaba algunas migajas económicas.

Un atardecer, estando en esa ambiciosa soledad totalmente absorto, introdujo las manos en los bolsillos y, creyendo que era algún billete sacó a los dos calendarios y mirándolos con desprecio exclamó:

- "¡Paparruchadas!”

Cogió al que en su reverso llevaba la imagen del matrimonio de ancianos campesinos varulos y, partiéndolo en dos trozos, con furia , los arrojó al vació diciendo:

- “¡Id a la tierra mía de las que sois la yunta humana que tira del arado de mis bienes. Estad siempre, ahí , a mis pies!.”

A continuación cogió al otro y profirió:

- “Contigo haré lo siguiente. Cada atardecer, con la ayuda de unas tijeras, voy a recortarte día a día y , cada uno de esos minúsculos numeritos los tiraré al viento para que, como hace con los días, se los lleve y nadie pueda ver este calendario íntegro , para que no crean en lo que solamente son estampas” (Ni que decir tiene que estamos, no ante un ateo sino un verdadero salvaje).

Desconocía ese desalmado caballero, nunca mejor calificativo merece ser así, que, también cada tarde, bajo los matacanes de la balconada, sentado junto a una de las jambas de la puerta se hallaba, en el umbral que separa la pobreza de la opulencia, un niño de no más de ocho años, el hijo de uno de sus siervos. El único pequeño que había en ese señorío. El rapazuelo, como juguetes no tenía, se divertía con su imaginación y así también acallaba el rugir de las que parecían serpientes enfurecidas, sus vacías tripas. Estando en esto oyó las palabras del amo. Sintió pena cuando vio caer, cual par de copos de nieve, los trozos del calendario. Aguardó a que el señor se retirase y luego, con la complicidad del viento , que no hizo acto de presencia para no llevar esos fragmentos, cogió las dos mitades. Vio, cuando las juntó, por una parte la faz espiritual y tradicional de Galicia, el Belén de Begonte, el que nunca había visto, y, por la otra, la familia campesina , los sólidos y fuertes pilares que sostienen la vida rural.

El pequeño, guardándolo en un bolsillo de sus raída camisa, el que estaba junto a su corazón, marchó con celeridad. Cuando llegó a su cabaña nada dijo a sus padres y se retiró meditabundo a un rincón.

Metió la mano y, grande fue su sorpresa, cuando al sacarla vio que el almanaque estaba íntegro, todo entero. Mayúsculo fue su asombro al ver que ni siquiera mostraba una arruga de la rotura que le infringió aquel hombre tan malvado. Nunca supo el niño que los latidos del corazón de un pequeño son los únicos que pueden ocultar y cerrar para siempre cualquier cicatriz de herida que haya producido la maldad humana.

Guardó aquèl con la misma alegría que la infancia atesora todo lo que sentimentalmente representa el más grande valor.

Cada tarde, hiciera buena climatología o ésta fuera de lo más adverso, esperaba bajo el monumental balcón el número que el caprichoso y déspota amo tirara. Día tras día iba recogiendo esos minúsculos trocitos. Había de estar muy atento para verlos caer pues, podría llevarlos el céfiro o, al ser tan diminutos, perderse en el mismo suelo entre la maleza.

Tuvo mucha paciencia y constancia, la propia de los seres que tienen y disponen de todo su tiempo, los que, no teniendo nada material, poseen la riqueza de la inquietud por hacer que, sin saberlo, la luz de la Navidad brille noche y día.

Tardó aquel muchacho todo un año en hacer aquel rompecabezas. Con pinzas iba colocando aquellos pequeñísimos fragmentos, esos trocitos .

No comentó nada al respecto con nadie. Era su más grande secreto. Guardó, con sumo cuidado, los dos calendarios cuando estuvieron conformados.

Habrían pasado unas semanas cuando aquel señor convocó desde su balcón a todos sus criados y , riendo con portentoso y déspota sarcasmo , exclamó:

-“!Ja, ja, ja! Si alguno de los presentes, mozo soltero, me presenta hecho el puzzle calendario con las piezas que, tarde tras tarde , fui arrojando desde aquí, le concederé que se case con mi hija esta Navidad ”.

El niño, que estaba entre los presentes, gritó:

- “¡Amo, y si lo consigue un niño!”

- “Si es así, respondió aquel potentado, si lo logra un pequeño lo nombro mi heredero y yo, frustrado, porque un niño lo ha logrado, desapareceré desde este mismo balcón; como el murciélago lo hace ante el día; pero, mozalbete, eso es tan increíble cómo hacer que la noche sea día”.

El jovencito, armándose de valor, contestó:

- “!Señor, ya veo que no es creyente, pues todos los que tenemos fe en Dios sabemos que sí hubo una noche, La Nochebuena, en la que brilló la luz única y verdadera, Cristo, que nos vino al mundo para despejar con su presencia todas las brumas y negruras de los que viven en la peor de las noches, los que no saben lo que es tener un corazón cristiano como le pasa a usted que es un tirano!”

El déspota, haciendo un gesto con su brazo hacia donde se encontraba el niño, gritó a sus soldados:

- “¡Detened a ese insolente!”
Al instante lo prendieron y lo llevaron ante aquel inhumano ser. El muchachito no bajó la vista ante uno de los modernos Herodes.

Mirando fijamente a aquel tirano le hablo con entereza:

- "¡Yo tengo ese rompecabezas, el indestructible Belén de Begonte que nunca puede ser eliminado por la maldad de personas como usted, ni el viento ha querido ser cómplice llevándose lo que, ante los que ven con los ojos del corazón, nunca puede ser reducido y hecho invisible!”

- “¡Mientes, arrogante embustero!” “¿Dónde tienes ese calendario? -con excitación nerviosa le repuso-.

El chico sacó de uno de los bolsillos de su camisa un calendario perfectamente recompuesto. En él no se percibía de que estaba pegado trocito a trocito.

El malvado hombre enervado exclama:

- ”¡Cómo , si lo rompí en partes muy pequeñísimas!”.

A lo que el rapaz, sacando de nuevo de su bolsillo el otro calendario, contestó:

- “Sí, pero, mirando a éste, al de la familia de valuros, el mejor exponente de la vida rural de Terra Chá, me resultó muy fácil hacerlo, pues esta pareja representa a esos sagrados labradores que son el patrón para, partiendo de ellos , hacer el rompecabezas que, siendo sencillo y natural es espiritual, pues ahí, en la humilde sencillez, la que emana el Belén de Begonte, es en la que cualquiera puede hacer cosas que parecen imposibles!”

Como el demonio ante la cruz, cuentan los que pudieron ser testigos de ese acontecimiento ,que, bruscamente, con una ráfaga del viento norte, se abrieron las contras del balcón , y en ese instante, el caballo desbocado del viento se llevó en sus bridas de aire a ese malvado que desapareció, cual si fuera el mismísimo Mefistófeles.

La hija, arrepentida, dejó la mansión y se metió en una iglesia solicitando clemencia.

El hijo de los jardineros se marchó a la cabaña junto a sus padres.

Al amanecer del otro día, al salir a la puerta de aquella humilde morada, al mirar para la casa señorial, los ojos del chico, como los de los demás sirvientes no vieron a aquella casona. Había desaparecido y el solar donde esa se alzaba, tierra ya libre estaba totalmente cubierto por un grandioso rosal que, siendo pleno invierno, estaba todo él atiborrado de flores rojas y blancas, flores que, según irían observando en años sucesivos, solamente brotaban en esa rosácea cuando en el primer fin de semana de Diciembre era inaugurado el Belén de Begonte y, allá a finales de Enero, en la clausura de ese espiritual evento, desaparecía la última. Esas flores eran, las albas, las que parecían copos de nieve, el recuerdo de aquella anciana que repartía calendarios en las puertas de la muralla, mujer que dicen, que cuando aquella fortaleza de ambición desapareció, ella abandonó este mundo, falleció dejando su albura de corazón en esas flores. Las rosas son la sangre que aflora, la que hizo derramar ese señor que, desde esa data, es un alma en pena que en las noches de invierno se aparece a los que transitan por los vanos de la muralla de Lugo ofreciendo alguno de los calendarios begontinos y diciendo:

- “¡Clemencia, por favor, apiádanse de mi, tengan estos almanaques, los que solamente un niño supo reconstruir, ellos podrán devolverme la paz que tanto necesito, me sacarán de este purgatorio y conseguiré hacer lo que en mi vida terrenal no hice por orgullo, entrar por las puertas del centro Cultural “José Domínguez Guizán”, que me absolverá del pecado de no creer en lo que yo, teniendo vista, era el peor invidente, en Cristo !”

Cuando alguno de los noctámbulos caminantes quiere responderle comprueba que aquel ser fantasmagórico ha desaparecido pero en el suelo, donde se levantaba aquella esbelta figura humana, queda un papel con el siguiente mensaje:

- “Vosotros, los valuros de hoy, tenéis en vuestro corazón todas las piezas del puzzle calendario del vivir, solamente hace falta que, con la ayuda de la mente y el sensible corazón, las encajéis plenamente con el acierto que exclusivamente posee el que posee fe”.

Pasaron los años, nada se supo de aquel niño que, siguiendo la tradición familiar, huyendo de toda riqueza material, continuó siendo un sencillo labriego.

Cuenta la leyenda que, desde hace una década , un anciano muy anciano viene, cuando se abren las puertas del Belén de Begonte y, junto a los calendarios, deja un manojito de rosas rojas y blancas, ésas que no tienen espinas y sí el más grande aroma del mundo, el espiritual y, en una tarjetita de visita quedan escritas las siguientes palabras:

“Esta es la ofrenda de una tierra que, pisoteada por un tirano Herodes, cuando quedó libre de su opresión, en ella brotan, cada Navidad, manojitos de lágrimas rojas y blancas de esperanza. Mientras exista el amor al Niño y quede vivo el espíritu de los valuros el Belén de Begonte será el calendario de valores de Galicia. Feliz Navidad y no dejes de tener en tu casa el calendario del Belén de Begonte!”.
Pol, Pepe
Pol, Pepe


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