
En su poema "I triunfi" Petrarca revisa las fases de su amor por Laura, amor, pudor, muerte, fama, tiempo y eternidad. La fascinación por la muerte a la que trascienden la gloria y la fama. En estos dÃas estamos viviendo la apoteosis de Fidel con unos ritos fúnebres de nada menos que nueve dÃas, en que en una marcha que denominan por la libertad sus cenizas recorrerán a la inversa el camino que llevo a Fidel de la Sierra Maestra de Santiago a Cuba. El traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera de Alicante al Valle de los CaÃdos a hombros de sus camaradas o el macabro recorrido de Juana I de Castilla, mejor conocida como Juana la Loca, con el féretro de su esposo Felipe el Hermoso por tierras de Castilla hacia Granada o las solemnes exequias de Francisco Franco, que congregaron a miles de personas que tardaron más de diez horas en visitar la capilla ardiente en el Palacio Real de Madrid fueron páginas de duelo inolvidables en España. Los mausoleos de Lenin en la Plaza Roja, de Mao Tse Tung en la monumental Plaza de Tianamen en PekÃn, asà como la tumba del emperador Napoleón Bonaparte en Les Invalides de ParÃs, en que hay que inclinarse ante el genio corso, el bellisimo funeral de Juan Pablo II en el Vaticano, la tumultuosa marcha colorista de la madre Teresa de Calcuta en la India, los palestinos honrando a Arafat en Ramala, el cortejo solemne de la Princesa del Pueblo y la ceremonia en la AbadÃa de Westminster de Lady Diana son algunas muestras de una moderna versión de los triunfos del Petrarca a escala planetaria. En que se mezclan los sentimientos de amor, de veneración y devoción hacia una personalidad muerta a la que se pretende inmortalizar en el recuerdo superando la muerte con la fama e intentando que el tiempo no borre la huella inmortal que confiere la eternidad. Fidel Castro que no quiso que lo embalsamaran, tal vez consciente del dramático deterioro de su cuerpo y prefirió ser cremado para que sus cenizas fueran honradas en el Mausoleo de la Patria junto a José Marti el héroe de la independencia cubana también deseaba entrar en la alegorÃa de los triunfos y sus compañeros han diseñado unas honras fúnebres dignas de un emperador de Persia. Los pueblos sin Dioses tienen apetito de eternidad y divinizan a sus héroes, necesitan la trascendencia y la megalomanÃa. Esta desmedida hace crear mitos y suscita delirios en las masas hambrientas de idolos en que creer. Se sueñan sin saberlo en Petrarcas persiguiendo a Laura hasta la eternidad.