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Los hilos de la memoria: Entre la vida y la muerte

Moure Rojas, Edmundo - viernes, 18 de noviembre de 2016
Los hilos de la memoria: Entre la vida y la muerte A Paula Pedreira.

Fue en el invierno de 2006, cuando estuve por última vez con mi entrañable amigo, gallego-chilote, Demófilo Pedreira Rumbo, en nuestra casa de Ayquina. En el transcurso de una cálida cena, él se despidió, pues se marchaba a México, a casa de su hermana, después de haber vendido su morada de calle Rosalía Roa 77, en Dalcahue, Chiloé.

Por un torpe descuido, no inquirí su nueva dirección en tierras aztecas, y perdí todo contacto con él. Estuve buscando señas de su hijo Manuel, a través de los espacios virtuales de Internet, donde cabe la posibilidad de difíciles hallazgos, pero fue en vano.

Ayer, 2 de agosto de 2016, que era el cumpleaños veintisiete de mi hijo José María, su amigo Daniel me procuró el número telefónico de Paula Pedreira, la nieta de Demófilo que fuera mi alumna, durante un semestre, de los cursos de Lingua e Cultura Galega en la Universidad de Santiago de Chile.

Acabo de hablar con ella, y mientras viajo en el minibús hacia Til Til, escribo esta breve crónica… Me ha dicho Paula que hace cuatro años ocurrió el pasamento de su abuelo Demófilo, el definitivo tránsito hacia la otra orilla, según etimología de esta vieja palabra gallega. Tenía más de noventa años… La tristeza se vuelve ahora melancólica serenidad, luego de caer el velo de la incertidumbre. Hay un hilo que encuentra su trama perdida, para cerrar el tejido de la memoria. Estamos en paz, querido amigo, después de una década de oscura ausencia.

Entonces, me dejo llevar por el pulso moroso de los recuerdos, y le veo de nuevo, en la ribera de Dalcahue, una lluviosa mañana de septiembre, impartiendo instrucciones a un grupo de carpinteros que reparaban el barco de pesca Nueva Galicia, con sus lucidos colores blanco y celeste… Caminábamos por la rada, mi hijo Mauricio y yo, hacia aquel hombre de boina calada que hablaba con inconfundible acento gallego.

-Bos días… Vostede é galego, non sí?
-Sí, e quen é vostede?

De este modo le conocí, como he conocido a otros gallegos desperdigados por el ancho mundo.

Demófilo nos contó su historia, que yo he narrado en diversos textos y crónicas, publicadas en Galicia y en Chile, recogiéndolas, en la ilusión de una memoria más perdurable, en libros como Gente de la Tierra, Palabras de Sur a Norte, y Memorias Transeúntes. Le regalé ejemplares de las dos primeras, que estarán, imagino, en alguna biblioteca familiar.

Cuando Demófilo tenía trece años, en el fatídico julio de 1936, los franquistas asesinaron a su padre, maestro de escuela acusado de dos gravísimas faltas: ser librepensador y masón por añadidura. Sin duda que esa primera tragedia le marcó a fuego. Él, su madre y sus hermanos, marcharon a Buenos Aires, como tantos despojados por la violencia de la pequeña patria, esa que jamás se olvida.

En 1978, cuarenta y dos años más tarde, la garra de la milicia fascista –esta vez argentina- se abatió sobre su hijo menor y su joven nuera, quienes hasta hoy figuran entre los miles de desaparecidos… La mujer de Demófilo regresó a España, pero él inició un nuevo extrañamiento, hacia el extremo sur de América, donde viviría durante un cuarto de siglo.

Él me describió aquella escena en uno de los muelles de Puerto Montt, mientras esperaba por el pequeño barco que le llevaría a Dalcahue, sentado en su única maleta, bajo el azote inmisericorde de esa lluvia que suelen amar los gallegos, que es capaz de mojarnos hasta el alma. –“Entonces supe –diría Demófilo- que iba a echar raíces en esta nueva tierra, tan semejante a la Galicia campesina y marinera de mi niñez”.

A pesar de todo, Demófilo no se volvió un hombre amargado, ni siquiera triste… A todo pareció sobreponerse, en la compañía amorosa de su mujer, y con la ayuda proverbial de su retranca gallega, de rasgos culteranos y cosmopolitas, en su caso particular, como corresponde a un hijo de la patria de Breogán que hubo de recorrer buena parte del planeta, como un Ulises perseguido por la tragedia, hasta los derroteros del austro. (Su risa de abuelo irónico y chispeante cautivó a nuestra pequeña hija Sol, en ese verano del 2003, cuando disfrutamos la ancha morada de Dalcahue).

Hasta aquí llegan el recuerdo y el diálogo fraterno. Me parece escuchar de nuevo su voz:

-Lo demás ya lo sabes, y está dicho, Moure. Quedemos en paz.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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