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Hay en las personas más cosas dignas de admiración que de desprecio

jueves, 20 de octubre de 2016
El pasado jueves regresé a uno de los lugares importantes de mi vida. Recuerdo perfectamente cómo le dije a mis padres que quería ser periodista y que quería estudiar en Madrid. Después, gracias a un vecino y amigo, Rafa Yáñez, acabé recalando en el colegio mayor Diego de Covarrubias, de fundación directa de la Universidad Complutense de Madrid.

Diez años después de abandonarlo para seguir mis estudios en Bergen (Noruega) con una beca Erasmus, el actual equipo de Hay en las personas más cosas dignas de admiración que de despreciodirección me invitó a pronunciar el discurso del acto de apertura del curso académico 2016-2017, que titulé antes de escribirlo “Bienvenidos a la jungla: periodismo y política en la era del desgobierno”. Acabó siendo un relato personal sobre mi paso por el colegio y lo que hice a continuación. Este es el texto completo:

Gracias por la presentación, al colegio, a su director y equipo directivo por invitarme y a todos por venir a escucharme. Sé por experiencia propia que en estos actos a veces se está más por una amable invitación normativa que muchas veces por gusto, así que trataré de hacerlo lo más breve y llevadero posible. Al fin y al cabo, a mí lo que me gusta es preguntar, más que responder.

Lo primero que quiero deciros es que soy un orgulloso producto de este colegio mayor. Soy uno de los vuestros o, si lo preferís, uno de los nuestros. Hace no tantos años, yo estaba ahí donde estáis vosotros. Me recuerdo a mí mismo en la 106, la primera habitación que tuve, comprobando si los calcetines eran del mismo color y si tenía los zapatos limpios para llegar, siempre corriendo, a un acto como este.

Un colegio mayor es un lugar en el que se vive muy deprisa y sin que parezca que pasa el tiempo. Estamos tan ocupados viviendo que sólo después tomamos conciencia de lo que hemos vivido. Vengo hoy a este salón de actos, recorro los pasillos, doy un paseo por Antebar y reconozco apenas cambiados los espacios en los que comencé mi vida adulta. Hoy sólo soy capaz de reconocer a parte del personal de la casa con el que coincidí entonces. No os conozco a vosotros, ni al director. Y sin embargo, me une con este lugar un vínculo que va más allá de la memoria. Que va más allá de la nostalgia y el recuerdo de cuando mi vida parecía más fácil, menos consciente y preocupada.

Cuando yo entré con 18 años al colegio, pronto me pareció la cara amable, la cara más casera y acogedora de Madrid, una fascinante metrópolis que era desbordante para un chico que hasta entonces había vivido con sus padres en Vilalba, el pueblo de la provincia de Lugo en el que nací.

Desde el primer día comprobé que colegiales con sensibilidades muy distintas, en la concepción de la vida, en la política, en lo económico, cabían bajo un mismo techo. Luego me enteré de que, generaciones atrás, comunistas, socialistas, conservadores y defensores del régimen habían convivido en un clima de muchísima más libertad del que ofrecía lo que había fuera de este colegio, los últimos años de la dictadura. Aquí se hizo, para ellos y para mí, se hizo cierta la frase de Albert Camus de que “hay en las personas más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Mi primer contacto directo con la política y con un órgano colegiado fue, precisamente, aquí, cuando vi cómo se elegía democráticamente y por los colegiales con más de un año en el mayor a los consejeros de las distintas actividades. Como aquí pronto se conoce todo el mundo, me di cuenta de la diferencia que había entre que un compañero u otro te representase para que la Biblioteca abriese a la hora, hubiese conferencias interesantes o las fiestas del colegio dieran que hablar en toda la comunidad universitaria. Y también pude comprobar cómo se les podía pedir cuentas de manera muy directa o protagonizar encendidos debates en Antebar. El colegio es un miniensayo de la sociedad, con sus relaciones políticas y su diversidad. Lo bueno es que lo tienes todo a un palmo de los ojos. Lo ves aunque no quieras.

Este ecosistema nos ha permitido a muchos desarrollar un sentimiento de pertenencia, de patria de las personas o de identidad que nos ha forjado como adultos, que nos acompaña mucho más allá de otras filiaciones involuntarias o interesadas y que significa mucho más que un recuerdo feliz de los primeros años en Madrid. Puede parecer raro o hasta una frikada, pero sólo así se explica que en este colegio haya una asociación de Antiguos Colegiales que se siga preocupando por que ese patrimonio, frágil e inmaterial, perdure más allá de la generación que en cada momento ocupa las habitaciones.

Este es el acto de apertura del curso académico en el que algunos lleváis ya semanas inmersos. Algunos de vosotros acabáis de llegar al colegio y estaréis todavía un poco perdidos. Tranquilos, es normal.

Es posible que os hayan dicho en alguna ocasión que sois afortunados. Y es cierto. No por haber caído en este colegio en Hay en las personas más cosas dignas de admiración que de desprecioparticular, que también, sino porque vuestra vida universitaria, en vuestras facultades o escuelas, se pueda ver complementada por un lugar como este. Para mí, la experiencia universitaria fue mucho más este colegio que mi propia facultad.

Ya sabéis los horarios de las comidas, cuándo se pueden utilizar las instalaciones y lo divertida que es una fiesta. Por eso tenéis que pensar en lo que no es tan obvio.

Sólo la curiosidad por el mundo os llevará a descubrir todo aquello que no sabéis. Sois hombres y mujeres libres, por lo que ya nadie os va a obligar a mejorar y alcanzar nuevas metas. Tenéis que pensar en las vuestras y luchar por conseguirlas.

Si me permitís un consejo, os sugiero que deis un salto hacia lo desconocido y que hagáis vuestra la frase del historiador romano Tácito: “Es poco atractivo lo seguro. En el riesgo está la esperanza”. Comienza un curso en el que podéis crear, por ejemplo, una asociación nueva, aprender un idioma o practicar un deporte en el que no seais buenos, patear Madrid hasta conocerlo de memoria, viajar al extranjero, hacer voluntariado y devolver a la sociedad parte de lo que os ha dado hasta ahora. Es tanto lo que podemos aprender, que sería una pena quedarnos en lo que ya sabemos. Nuestros hijos y nosotros no nos perdonaríamos jamás que, habiendo podido tanto, nos hubiésemos atrevido a tan poco.

Cuando estuve en el colegio, presenté un programa de radio, Salida de Emergencia, que hice con Agustín Monzón, uno de mis buenos amigos aquí, poniendo en marcha de nuevo la radio del mayor, que llevaba un tiempo sin emitir. El programa no nos duró mucho, a decir verdad, pero nos permitió aprender de lo nuestro sin darnos cuenta, tan sólo haciendo lo que nos gustaba. Porque ese es el reto: ser capaces de identificar, a través de lo que nos gusta, de lo que nos apasiona, lo que podemos hacer bien y nos puede servir para el futuro.

Y para eso hay que correr riesgos. Hay que atreverse. Hay que mojarse.

Yo dejé el colegio para irme de Erasmus, una experiencia que cambió mi vida. Conocí un país distinto al mío, un sistema educativo en el que me parecía que merecía mucho la pena estudiar (estudiar, con lo poco que me ha gustado siempre) e hice amigos en toda Europa para ir a visitarlos, a ellos y a sus países, sin pagarme un hostal o un albergue. Vamos, un chollazo.

Tan bien me lo pasé que pensé que no quería volver a España en una temporada. Y así surgió la oportunidad de plantarme en Bruselas, pero con una mano delante y otra detrás, sin ningún ingreso garantizado, para jugármela de verdad. Diréis: ¡menuda oportunidad! Yo era entonces un periodista freelance, o autónomo, que es lo que eres cuando no tienes ningún trabajo y no quieres decir que estás en el paro. Sólo cobraba si publicaba. Comencé trabajando para Público, que entonces tenía edición en papel y web, y acabé viviendo con ese periódico cuatro años en la primera fila de uno de los mayores acontecimientos de las últimas décadas, la crisis financiera internacional, que desembocó en Europa en una crisis de la deuda y de los cimientos del euro. ¿Tuve suerte? Desde luego. Muchísima. Podría haberme salido mal. ¿Me atreví? También. De pocas cosas estoy más contento.

El periodismo fue mi puerta a la curiosidad. Pero también puede ser la vuestra.

Porque el periodismo no os es ajeno a ninguno de los que estamos aquí. Quien diga “los periodistas no tienen ni idea”, o “para qué leer ningún medio si están todos manipulados”, o “a mí sólo me interesan los deportes”, o el tema que sea, no sólo estará generalizando sino que también estará mintiendo.

¿Por qué hay que estar informado?

Empecemos con lo obvio. Ahora es cuando os digo que sin prensa libre no hay democracia. Que los medios de comunicación y los periodistas somos muy importantes, imprescindibles para destapar casos de corrupción. Que el periodismo puede llegar a salvar vidas y cambiar la vida de la gente.

Todo eso es verdad. Nada más lejos de mi intención negarlo. Podríamos estar hablando de eso durante horas. Si me encanta mi trabajo es, en parte, por alguna de esas razones. Desde el periodismo se puede contribuir al cambio social. El periodismo nos acerca realidades lejanas y cercanas, nos descubre historias que ni imaginábamos. Nos enseña a comprender mejor cómo funciona el mundo en el que vivimos. Yo quiero vivir en un mundo donde haya más historias como esas porque será un mundo mejor.

Pero, en un sentido amplio, estar informado es mucho más. Es necesario estar informado para conseguir trabajo. Es necesario estar informado para saber de qué habla otra gente y poder debatir con ella desde tu punto de vista formado. Es necesario estar informado para que no te engañen al hacer una compra. Es necesario estar informado para ligar y ganarse a alguien que está muy interesado en algo que a ti ni te va ni te viene. Es necesario estar informado para ejercer tus derechos, como votar. Es necesario estar informado para quejarse con razón.

Y aquí viene una noticia. Nunca ha sido más fácil estar informado.

Internet ha multiplicado la oferta de medios hasta niveles insospechados. Ya no sólo hace décadas sino hace años. Echad un vistazo tan solo a los digitales generalistas. Además de las ediciones online de los medios en papel hay una gran oferta de medios nativos, es decir, los que ya nacieron en internet y sólo para internet. El Español, en el que trabajo, no existía el año pasado… y ya tiene más de 8 millones de lectores mensuales.

Imaginaos. Un periódico que no existía el año pasado y en el que trabajan 100 personas, que cuentan desde política a salud, desde deportes a noticias de todo el mundo. Seguro que ahí, como en otros medios, cada día hay algo que os interesa y que os sirve.

En España, la mayoría de las personas que acceden a un diario digital lo hacen a través de las redes sociales. Especialmente Facebook, aunque también otras, como Twitter. Es decir, la mayoría no teclea www.elespanol.com o el que sea para acceder. Seguro que vosotros, como lectores jóvenes, os pasa también.

El periodismo ha cambiado mucho en estos años. Muchos de vuestros padres compraban el periódico a diario o los fines de semana. Y el periódico era su periódico. No sólo porque lo habían comprado sino porque se identificaban con él. Eran de un periódico, casi como quien es de un equipo de fútbol.

Internet ha cambiado eso, pero los periódicos siguen existiendo. No son simplemente empresas que publican noticias que nos pueden llamar más o menos la atención cuando aparecen en nuestro muro de Facebook.

Un periódico, también los digitales, está para sorprenderos y abriros los horizontes, dar también rienda suelta a vuestra curiosidad sobre temas que parecen menos obvios. Por eso os recomiendo que entréis directamente a las webs de los medios digitales y que veais la película que han montado para vosotros: cómo han jerarquizado las noticias, cómo se ocupan todos los días de temas que a lo mejor no son populares, pero que son importantes. Un periódico no es sólo una empresa: es también un proyecto global para sorprendernos de forma específica a cada uno de nosotros.

Como seguro que hay estudiantes de Periodismo aquí, permitidme que os diga que tenéis a la vez mucha suerte y también muchos retos por delante.

Primero las buenas noticias. Nunca fue tan fácil publicar. Ni tan barato. Publicar en internet es flexible, fácil y cada vez más influyente, aunque cada vez haya más competencia.

Estando en este colegio, me abrí un blog. Quizás hoy me hubiera hecho Youtuber como El Rubius, o Vegeta 777 y me habría forrado, pero es lo que se me ocurrió entonces y hasta ahora (toco madera) tampoco me fue muy mal. En mi blog, que abrí con una compañera de carrera, empecé a hacer entrevistas, escribir sobre temas que estaban de actualidad o incluso cubrir pequeños actos. Acabó siendo mi mejor curriculum, mejor que esos donde todos decimos que somos licenciados, que tenemos un nivel de inglés medio-alto (cuando muchas veces no es verdad) y a veces carné de conducir.

Si te gusta la música, por ejemplo, escúchalo todo, habla sobre ello, ve a conciertos o cuélate en ellos, conoce a sus protagonistas… y publica. En Twitter, en Facebook, en Snapchat, en un blog personal o en cualquier herramienta que te permita estar en la brecha.

Uno de los primeros artículos que publiqué en prensa nacional fue en El Mundo por una manifestación que se le montó al rector de la época en el CMU Santa María de Europa. El rector, enfrentado a los estudiantes, respondía megáfono en mano mientras era constantemente interrumpido. Me llevé la cámara de fotos, aunque no soy muy buen fotógrafo, tomé algunas imágenes y las ofrecí a El Mundo, que acabó dejándome escribir una parte del texto. ¡Hasta me pagaron por ello! Para ellos era trabajo, pero yo lo veía de otra manera.

Hoy, gracias a internet, un tuit tuyo puede acabar en cualquier medio de comunicación. Si no estás allí donde estén los periodistas de los medios, te convertirás en su fuente y, quien sabe, si en su compañero algún día. El responsable de la edición de Madrid de El Mundo que me compró las fotos del rector es ahora mi jefe en EL ESPAÑOL. Casualidades de la vida.

¿Los no periodistas seguís ahí? ¿Queda algún arquitecto despierto?

Pues a los economistas y los que estudien empresariales (…) y a todos en general, os digo que la gestión de los medios en España tiene un problema y que igual de aquí o de alguno de vosotros sale una idea.

Los medios públicos están casi siempre en manos de los Gobiernos de turno, o mejor dicho, en manos de los partidos que gobiernan. Los medios privados tienen enormes deficiencias que hacen más difícil el trabajo de los redactores. Algunos medios se han dedicado a especular con aventuras y han acabado muy endeudados, en manos de bancos y grandes empresas, lo que condiciona mucho su línea editorial. Otros son emporios y un dueño posee a la vez muchos medios (radios, teles, periódicos), lo que también es un problema por la concentración en pocas manos en medios que consumen millones de ciudadanos. Afortunadamente hay excepciones en las que la mayoría del capital está en manos de periodistas, lo cual asegura una cierta independencia.

Pero hay algo que no falla y que es transversal. La precariedad y la falta de un modelo de negocio claro.

Proporcionalmente, el periodismo es, con la construcción, el sector en el que más empleos se han perdido desde el inicio de la crisis económica. Muchas veces, al principio, ni pagan. Después se pueden encadenar becas sine die hasta lograr contratos de trabajo que probablemente tampoco te hagan nadar en la abundancia. Hay que asumirlo. Al periodismo no se debe venir para tratar de hacerse rico.

La precariedad de los periodistas es una de las principales amenazas a la libertad de expresión en este país. Un periodista, por definición, tiene que cuestionar lo que ve y lo que le cuentan. No ejercer como el famoso cuarto poder (tras el ejecutivo, el legislativo y el judicial) sino como contrapoder. Un periodista es un ser incómodo. Y a duras penas podrá serlo si sabe que su puesto de trabajo está siempre haciendo equilibrios o en la cuerda floja. Así que, cuando veais a uno así, por favor dadle un abrazo o muchos ánimos porque está haciendo un trabajo que no está reconocido.

En los medios digitales no hay un medio de negocio claro. Está descompensado. Cada vez menos leen periódicos en papel y casi todo el mundo lee digitales, pero a ese viaje a internet de los lectores no ha acabado de acompañar el negocio de la publicidad. Puede que el enigma lo resuelva alguien de vuestra generación.

Hablando de enigmas. Desde hace algún tiempo me dedico a cubrir informaciones políticas y me paso mucho tiempo en el Congreso de los Diputados o en la sede de los partidos. Por eso hay mucha gente, mis amigos, mi familia, que en una cena o cuando nos vemos me preguntan si va a haber Gobierno o no. Me piden mi apuesta. Me dicen que yo, que por ser periodista los tengo más cerca, tengo que saber qué va a pasar.

Pues bien. Os puedo decir muchas cosas que son ciertas. Os puedo hacer muchos análisis. Pero no tengo ni idea, esa es la realidad. Y nadie la ha tenido de verdad en todo este tiempo, aunque lo ocurrido en los últimos días nos indique que se va imponiendo ya una vía para evitar las terceras elecciones.

Parece increíble. En la era de la información masiva, cuando en el prime time de las televisiones hay programas políticos donde antes reinaban los programas del corazón, eso sí, sin que notemos un aumento del nivel del debate, en el país donde abundan las tertulias, los mensajes tajantes, las líneas rojas y los ultimatums, todo se ha vuelto de lo más imprevisible. Vivimos en la era de la volatilidad y de las incertezas.

España se parece cada vez más a Juego de Tronos. Cuando crees que conoces bien a un personaje, le cortan la cabeza. Los giros de los acontecimientos son bruscos, las alianzas, inverosímiles, y en los partidos hay estrategas tan diabólicos que ríete tú de los Lannister. Está por ver hasta que resucite un líder que ha sido políticamente desangrado a cuchilladas. Es posible que con el paso del tiempo no haya que hacer películas de ficción sobre estos meses que estamos viviendo tan peligrosamente. Un buen documental será más que suficiente.

Hablando de películas, y a los que les interese la política y el periodismo, os recomiendo El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, que cuenta de manera adictiva e impactante uno de los capítulos más sórdidos de la corrupción en España, el de la fuga y detención de Luis Roldán, ayudado por Francisco Paesa. Ahí podréis ver como, aunque hoy vivamos todo con mucha intensidad, hay problemas que España lleva tatuados en la piel.

Os decía que en la política española se está viviendo un corrimiento de tierras. Y es comparable en su dimensión al de los medios de comunicación. En él tiene mucho que ver el cambio tecnológico, el agotamiento de unas estructuras que han funcionado durante décadas y una crisis económica que ha dejado no sólo una España más pobre, sino con unas desigualdades mucho más profundas.

Mis abuelos eran agricultores, de pequeñas aldeas gallegas, y han conocido la miseria desde pequeños. Con la única ayuda de sus propias manos y el deseo de mejorar, lograron criar a unos hijos que, ayudados por un sistema de becas, llegaron a la universidad. Quién les iba a decir a ellos, que vivieron la guerra, que leían y escribían no sin dificultad, que este país podría llegar a tanto y tanto bueno. Que sus hijos o sus nietos podrían llegar a vivir en una sociedad así.

Yo mismo tengo hoy muchas menos certezas que mis padres, que forman parte de una generación a la que le tocó relanzar este país durante la Transición y convertirlo en un ejemplo envidiado por muchos otros en el extranjero. Yo hoy no sé si las pensiones públicas del futuro me garantizarán una jubilación tranquila. Por no saber, y según los últimos estudios sobre la esperanza de vida, no sabemos si viviremos más que nuestros padres, invirtiendo la tendencia de las últimas décadas.

Por eso este terremoto político que hemos vivido en los últimos años es tan importante. Por eso merece la pena seguirlo con interés. Como os decía antes, también por esto merece tanto la pena estar informado. Pero por todo esto es crucial también implicarse en el momento que vivimos, estéis donde estéis.

El PSOE está estos días en el centro del huracán. Es un buen ejemplo para pensar sobre lo que le ha ocurrido a este país. El 14 de marzo de 2004, un grupo de jóvenes le hicieron una petición al recién elegido presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. “¡No nos falles!”, gritaban en Ferraz al tiempo que celebraban su victoria electoral tras varios de los días más negros de la historia de este país por los atentados del 11-M.

En mayo de 2011, cerca de allí, en la Puerta del Sol, miles de jóvenes y probablemente alguna de las personas de 2004, gritaban a toda la clase política aquello de “no nos representan”.

El PSOE en mayor medida, pero también el PP, no nos han demostrado que han entendido, que han superado lo que pasó entre medias, entre el “no nos falles” y el “no nos representan”. Y cuando los ciudadanos no quieren que les represente un partido, lo que hacen es no votarlo. En 2011, fue el PSOE el que se llevó un gran batacazo tras casi ocho años gobernando y enfrentándose a una crisis económica durísima.

Pero para las elecciones del 20 de diciembre ya habían surgido dos partidos en el ámbito nacional y el desplome fue tanto para el PP como para el PSOE. Mariano Rajoy perdió alrededor de tres millones y medio de votos. El PSOE, que en 2008 llegó a superar los 11 millones, se quedó en los cinco y medio, habiendo perdido con Pedro Sánchez otros dos y medio respecto a 2011, cuando el candidato era Alfredo Pérez Rubalcaba.

En España se ha producido una verdadera crisis de la representación, perfectamente descrita por el sociólogo Ignacio Urquizu en un reciente libro que os recomiendo. De no ser atajada, puede convertirse en un verdadero problema de desenlace impredecible.

Movimientos como el 15-M demostraron que las instituciones estaban muy lejos de los ciudadanos, cuando en realidad deberían ser de los ciudadanos, pertenecerles a ellos.

El surgimiento de dos partidos de ámbito nacional ha permitido recuperar, por el momento, a parte de esos votantes desafectos. Han nacido con promesas de regeneración, con un discurso fuerte contra la corrupción, con la fuerza de ciudadanos comprometidos que se sentían huérfanos de la política. Aún tienen mucho que demostrar, pero su aparición y su clara apuesta por las instituciones es algo por lo que tenemos que estar agradecidos. No a sus líderes sino a nosotros mismos como ciudadanos.

Pero la aparición de estos partidos también han hecho mucho más complejo gobernar este país.

Antes, bastaba con votar al partido de en frente para echar al gobierno. Teniendo en cuenta que el PP y el PSOE siempre iban a tener un núcleo estable de votantes, a sus estrategas políticos les bastaba con convencer a los que fluctuaban o podían quedarse en casa para intentar ganar las elecciones y llegar al Gobierno.

Pero ahora todo es más difícil, porque aunque los grandes partidos tengan menos escaños, siempre podrán seguir en el poder si logran pactos después de las elecciones, unas eleccciones a los que todos los partidos acuden con programas diferentes y en ocasiones adviritendo de que no pactarán con unos o con otros.

Con la experiencia de estos meses, ¿a quién hay que votar para castigar al gobierno, en este caso el PP, muy afectado por casos de corrupción y cuya gestión de la crisis económica ha sido puesta en duda? Los que votaron a partidos de izquierdas vieron en la legislatura pasada cómo la investidura de Pedro Sánchez naufragó en el Congreso y contó con el voto en contra de Podemos. Los que votaron al PSOE en junio es posible que vean en unas semanas como Rajoy sigue en la Moncloa gracias a su abstención. Los que votaron a Ciudadanos creyendo apoyar un nuevo partido de centro o centro-derecha, vieron con extrañeza cómo tras las elecciones Albert Rivera pactó con Rajoy. Incluso muchos votantes del PP están extrañados con que su partido no haya hecho grandes esfuerzos, ni gesto alguno, por seguir en el poder. Mientras su líder, Mariano Rajoy, no se plantea en ningún momento si dar paso a nuevas generaciones de dirigentes.

Con estos mimbres, uno puede preguntarse hasta para qué votar. Y hay que hacerlo, pese al desánimo, porque no todos los partidos son iguales, aunque se diga. Hay que hacerlo porque podemos hacerlo, y muchos en el mundo no pueden decidir su futuro, como tampoco nuestros abuelos durante muchos años en este país. Hay que hacerlo, sobre todo, porque si no nos reconocemos como seres políticos, en realidad no estamos bien informados de lo que somos. Porque o hacemos política o nos la harán otros.

Tengo muchas buenas noticias. La primera es que, en algún momento, dejaremos de repetir las elecciones. En serio. Aunque sea por agotamiento.

En realidad, lo que está pasando está previsto en nuestra Constitución. Llevamos muchos meses de vodevil político, y os puedo asegurar que para los periodistas también es insoportable, pero la Constitución prevé en su artículo 99 que ningún candidato tenga la mayoría y que se vote de nuevo. No es, por supuesto, lo deseable, pero en este país sólo ha ocurrido, de momento, una vez. Toquemos madera.

En Europa, por lo general, no se repiten elecciones. Pueden tardar más o menos en formar Gobierno. De mis cuatro años como corresponsal en Bruselas, uno y medio transcurrieron sin que Bélgica tuviese un Gobierno con plenas funciones. En otros países de Europa no se repiten las elecciones porque hay cultura del acuerdo. Y eso es algo que aquí, antes o después, iremos aprendiendo.

En realidad, a España sólo le está costando más adaptarse a un escenario político más complejo y plural que, si se consolida, acabará representándonos mejor y recuperando el interés de los jóvenes por la política. Así funcionan otras democracias avanzadas donde los Gobiernos pueden ser menos estables, pero son más diversos y obligan a los partidos a pactar algo tan elemental como el futuro de su país.

En realidad, las trincheras ya están comenzando a caer. Hay pactos entre partidos distintos a nivel local o autonómico. Los distintos partidos ya están adaptándose a las circunstancias. Haciendo que se imponga, como dijo esta mañana Javier Fernández, el líder provisional del PSOE, la “ética de la responsabilidad” por encima de “la ética de la convicción”, tan necesaria siempre como paralizante a veces.

Estas dos elecciones nos han servido para comprobar el valor que tiene el pacto y el consenso. No es nada nuevo. Estuvo en el origen de nuestro sistema democrático actual.

En un libro reciente, Víctor Lapuente, profesor de ciencia política, explica que en la España actual se identifican dos tipos de retóricas políticas: la del chamán y la del explorador. La primera “se basa en la indignación en la lucha, en soñar con lo imposible”, en Robin Hood contra el sheriff de Nottingham. La del explorador se asienta “en la solidaridad, en el consenso, en soñar con lo posible, en las pequeñas expectativas”. Algo así como los tres mosqueteros y la fraternidad. Los Lannister y los Stark.

Pero con discursos encendidos , que quedan bien en televisión y pueden hacernos saltar de la silla, no avanzamos. Avanzamos cuando nos sentamos a negociar lo concreto y estamos dispuestos a dejarnos en casa los odios volcánicos y las aspiraciones de máximos.

Avanzamos cuando nos ponemos el traje de explorador, nos guiamos por la curiosidad y nos aceptamos juntos los que somos distintos. Y de eso es de lo que hablaba al principio de este discurso. En parte, yo lo aprendí aquí y ahora soy consciente de ello. Ojalá nuestros políticos actuales tuviesen más presentes estos valores del Covarrubias, un colegio que en este curso que comienza os brinda unas condiciones excelentes para este año emprender vosotros vuestro propio viaje. Muchas gracias y siempre adelante.

Fotos: CMU Diego de Covarrubias
Basteiro, Daniel
Basteiro, Daniel


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