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El párroco Elías y el ramo de flores blancas y rojas

lunes, 17 de octubre de 2016
El viernes, 16 de septiembre, enterraron al cura Elias en el cementerio parroquial de Barallobre. Ni un concilio atraería tantos sacerdotes y hasta dos obispos (de Santiago y Ourense) en una parroquia semirrural. El féretro presidía la misa de cuerpo presente, cubierto con las vestiduras que empleó durante su larga vida en la parroquia, acababa cumplió 90. A los pies del féretro depositaron varias decenas de ramos de flores y algunas coronas, enviadas desde el pazo de allí, al mesón de allá, pasando por congregaciones religiosas, familiares y amigos. Entre los ramos había uno que destacaba por sus flores blancas y rojas.

Los parroquianos conocían a Elias desde los abuelos, algún bisabuelo, padres, hijos, nietos... Parecía Elías, un roble más de Galicia, sempiterno, cerna pura, silencio y humildad. De su generosidad daban testigo los cientos de personas que se acercaron a acompañarlo en los últimos pasos. Pero pocos sabían lo que había hecho el párroco en sus largos días de invierno, en los años del concilio Vaticano II, y posteriormente, porque Elías, no dio marcha atrás en sus convicciones, prueba de ello era el ramo de flores blancas y rojas.

Estudió en el seminario de Santiago la carrera eclesiástica. Por los años cuarenta le encargaron de acompañar a Franco en la catedral para sostenerle los folios del discurso y la palmatoria; en 1947 el obispo lo volvió a eligir, por ser capellán de coro, para acompañar a Eva de Perón, del ayuntamiento a la catedral de Santiago en su viaje a España, aquella España de posguerra, fría y hambrienta que fue socorrida por Argentina, que mantuvo su apoyo cuando casi todos los países condenaron la dictadura franquista. Con 25 años fue ordenado sacerdote. Elías era un joven esbelto y hermoso por fuera, e ingenuo e incauto por dentro. Creía que la dictadura de Franco había salvado a la iglesia de perecer bajo la república y se sentía feliz de contribuir a la salvación, notaba la falta de libertades pero lo disculpaba por aquello de que “el fin justifica los medios”, pensaba que en todos los países católicos ocurría lo mismo. Ya sacerdote, el obispo le propuso que fuese a ejercer en las misiones por tierras argentinas. Aceptó y cruzó el Atlántico. Los pueblos de la pampa eran pobres como los españoles, pero se acercó a Buenos Aires, y no le llegaban los pulmones para respirar ante la cantidad de novedades que estaba percibiendo. La prensa era variada, de distinta ideología, criticaban al gobierno, hablaban libremente, no le cabía en la cabeza que eso pudiera existir. Todo era atrayente, había cientos de novedades, pero la máxima sorpresa la halló al entrar en una librería, aquellos libros sobre temas diversos, ¡qué riqueza!, podía leer de todo.

Decidió al regreso, llenar el baul de libros, no solo para él, para los adolescentes, para los jóvenes, esos libros eran el mayor bien que iba traer a España, pero no fue posible. Él no lo sabía, sí lo sabían los que le enviaron el ramo de flores blancas y rojas: la censura no le dejaría entrar en España los textos. Fuerte decepción, angustia, rebelión interior, buscaría leer como fuese, necesitaba sentirse vivo y libre. Ahí comenzó su otro quehacer. Con 28 años ganó el concurso de párroco de Santiago de Barallobre y Perlío, donde murió.

Buscará personas que piensen como él para seguir formándose. Encontró Avelino, párroco de Mehá-Mugardos que estaba metido en la JOC para ayudar a formar a los obreros; se unió a él, la JOC le llevó a Roma para participar en el Consejo Mundial de la JOC 1957, nunca abandonaría esa labor, a pesar de los peligros que suponía. En 1958 abrió una rudimentaria imprenta que iba a facilitar la “libre divulgación” de ideas y argumentos, él no tenía una empresa, sino que le ofrecía a los que lo necesitasen, un medio de expresión y propaganda. El concilio Vaticano II vino a darle la razón y ánimos, le aproximó al cambio en la iglesia que arrastraba al cambio también del país. En Ferrol había un grupo de curas jóvenes que veían a la iglesia en otro contexto y formaron un grupo para el estudio y la acción social. El concilio defendía las lenguas vernáculas y él se pasó a apoyar la lengua gallega. Elías apoyó a los que querían hablar gallego, conocer Galicia, buscar remedios fuera de lo oficial, cambiar el país; y también apoyó a los obreros que hacían asambleas en los locales parroquiales, porque otros no existían y las reuniones estaban prohibidas. Elías sabía que corría un riesgo, pero en la parroquia y comarca era apreciado y sólo le importaba ayudar al que lo necesitase.

A la imprenta vinieron a trabajar del otro extremo de la península curas que se habían secularizado o estaban en crisis personal. Todos luchaban por lo mismo. A la imprenta acudieron viejos de hoy, cuando eran jóvenes, quizá los que le mandaron las flores, quizá los nacionalistas, que mandaban a imprimir textos para asambleas y debates, y algunas octavillas para convocar una atrevida manifestación. Aquellos jóvenes son hoy hombres maduros que arriesgaron el tipo por conseguir derechos y libertades. Ellos, con las tres letras del partido gallego, BNG, le escribieron un adios y un recuerdo en la cinta del ramo de flores blancas y rojas. Su hermana se emocionó cuando la trajeron.

Pero hay más, Elías pidió que lo enterraran en la tierra, al lado de uno de sus hermanos, un cura que fue asesinado por los rebeldes contra la República, el 3 de octubre de 1936, su cadáver quedó entre las zarzas cerca de la iglesia, era Andrés Ares Díaz, dice la partida de defunción que se conserva en la parroquia que “murió en el cementerio a las once de la noche, después de recibir el sacramento de la Santa Unción”, era el párroco del Val de Xestoso.

Andrés tuvo un compañero desde 1954 que recogió su testigo, que luchó por lo
que a él le privaron hacer, y al final, ambos, descansan juntos, sin temor a nada ni a nadie.


Para conocer más,ver: Los curas contra Franco; página 71 y siguientes.
Cal, Rosa
Cal, Rosa


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