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Volver a las andadas

viernes, 14 de octubre de 2016
A la altura de “Agua Doce”, en el matinal recorrido que hago todos los días que estoy en Ribadeo hacia la Isla Pancha, me encontré, que de allí venía, a uno de esos amigos que aún conservo de mi juventud. Después de los consabidos -¿Qué tal por la casa? y ¿Cómo están los nietos?-, le pedí que volviera sobre sus pasos para acompañarme y poder así charlar un rato. Dada su condición, como la mía, de jubilado, el parón de la obra pública, que reduce notablemente las posibilidades de distracción, y el tiempo que llevábamos sin vernos, propició que aceptara gustoso mi ofrecimiento y hacia allí nos encaminamos.

Habíamos nacido cerca el uno del otro pero a pesar de ello y sin saber yo el porqué, nuestra infancia había transcurrido por distintos vericuetos. Si bien es verdad que nos llevamos un par de años, no es menos cierto que, a pesar de ello, la diferencia de edad no debiera ser óbice para que no hubiéramos coincidido nunca ni en la playa de Cabanela, ni en la Do Lino, ni tan siquiera en las Zapatas de Figueirúa.

-¿Cómo es que no coincidimos en nuestra tierna infancia?- Le pregunté.
Supongo que debí utilizar un sinónimo de aquel calificativo, pues la infancia de los hijos de los obreros en aquellos oscuros años 50 era cualquier cosa menos tierna, pero ya no había remedio.

-Tierna sería la tuya-, me respondió, -que yo aún no cumplidos los diez años tuve que dejar el Colegio de los Hermanos. -¿Por qué?- Le pregunté, -porque el Órgano Directivo del centro, presidido por Enrique López Galuá (el cura párroco) decidió, a pesar de que yo era un buen alumno, retirarme la “beca” (exención de tener que pagar) y concederme “media beca” (obligación de pagar la mitad de la mensualidad) y como en mi casa no podían hacer frente a ese pago se vieron forzados a, con solo diez años, quitarme de la escuela-.

-Pero no acabó ahí la cosa-, me dijo. Con solo esa edad no me quedó más remedio que ponerme a trabajar. Empecé como aprendiz, no diré con quién ni aprendiendo qué para no herir susceptibilidades, pero sí diré que entre mis labores diarias estaba la de llenar un depósito con un caldero de zinc lleno de agua que acarreaba desde una fuente pública y que dados los viajes que tenía que hacer suponía una labor agotadora, pues para vaciarlos en el depósito tenía que levantar los calderos por encima de mi cabeza. -Estuve tres años sin cobrar un solo duro- añadió, y salí de allí, como único salario, con alguna ropa usada que me daban de cuando en vez y que al patrón le mandaban de no sé dónde, pero eso sí, con unos bíceps como los de un boxeador.

Me quedó entonces claro el por qué nuestros senderos se habían separado, el por qué no habíamos coincidido bañándonos en la playa, jugando en el parque, disfrutando de la infancia. A él, Galuá -el cura párroco-, con solo diez años lo había convertido en un hombre, a mí, como mis padres me podían seguir pagando la media beca, se me permitió seguir siendo un niño.

Así era aquella España franquista, de pobres y ricos, de curas fascistas, de empresarios negreros, así era aquella España que ahora sus sucesores quieren restaurar. Rajoy y sus secuaces reducen en unos 3.000 millones el importe destinado a becas y aumentan las tasas universitarias entre el 20% y el 125% dependiendo del grado. Más de 100.000 alumnos, como en el caso de mi amigo, se han visto obligados a dejar sus estudios. La infame reforma laborar urdida por estos sinvergüenzas ha dejado sin derechos a millones de trabajadores. Sin convenios colectivos, con contratos temporales de mierda (el 93% de los firmados en el mes de Junio), que les reporta un salario que no les permite hacer frente a las necesidades básicas, de forma que un trabajador, con su jornal, no puede dar de comer a su familia, no les puede comprar los libros de texto a sus hijos. Ahora, como en el caso de mi amigo, vuelven a estar en boga los aprendices, los becarios, el pago en ropa usada.

Y seguimos camino del faro, para volverlo a ver antes de que lo destrocen, charlando de nuestras cosas, de nuestros nietos, de los amigos comunes que se fueron, de los años que no vuelven
Sampedro, Jorge
Sampedro, Jorge


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