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Suposiciones

viernes, 02 de septiembre de 2016
Supones que vas a morirte (suposición de certeza irremediable) y que alguien de tu familia nuclear abrirá la carpeta amarilla “Mi Herencia”, para toparse con todos (casi) tus libros y textos varios escritos a lo largo de tu zarandeada vida: Ciudad Crepuscular, Más Allá del Pan, Instantáneas, Rebeca, Fuegos de Amor y de Guerra, Oraciones Tardías (poesía); La Voz de la Casa, Memorial del Último Reino, Hombres en Miniatura (novelas); Gente de la Tierra (relatos), Palabras de Sur a Norte (selección de crónicas); Tres Veces Siete, Cuentos Seleccionados ‘Stella Corvalán’, Cuentos Mineros (cuentos en antologías varias); Ortega y Gasset en Chile, La Feria del Mundo (investigación y compilación); Chiloé y Galicia, Confines Mágicos, Una Generación Enamorada, Vida y Andanzas de la Parca (ensayos); Memorias Transeúntes: I El Libro de los Anhelos, II Conjugaciones desde el Armario (memorias); Un Millar y Una Crónicas (crónicas, más de mil, como sugiere el título provisorio, porque Víctor Hugo Díaz, el poeta díscolo, prepara una selección llamada Lecturas Selectas y Crónicas Deshojadas); otra está articulando el poeta Pepe Cuevas, lento como tortuga jubilada… También están los cuentos y narraciones de Micaela Souto, que supones serán considerados por los exegetas como de tu propia autoría.

Supones que ese alguien o ellos se harán cargo de ese auténtico tesoro literario (falsa modestia y bromas aparte), encomendando a algún estudioso de prestigio, ojalá un hermeneuta de fuste, para que extraiga esos notables escritos del cofre impoluto de internet y los saque a la luz pública, ofreciéndolos al general conocimiento, en la forma más deseada de todas, es decir, en libros de papel, quieran las circunstancias sea en ediciones de tapas duras y letra tamaño 12, como mínimo, en tipo Bookman Old Style, que tanto te gusta… Sí, el mismo en que va escrita esta crónica que pergeñas para san Ramón, 31 de agosto, acordándote y evocando a tu amado Ramón del Valle-Inclán Peña y Montenegro, el gran gallego de la Generación del 98, maestro de imaginaciones y estilos, nacido en Puebla del Caramiñal, Ría de Arousa, Galicia Fluvial, el 28 de octubre de 1866, hace la friolera de ciento cincuenta años.

Supones que el rescate de tus palabras articuladas durante medio siglo, sin pausa y con esporádico desaliento, constituirá un virtual hallazgo literario, un “bombazo estético”, según dijera cierto crítico literario a propósito de la primera publicación de Cien Años de Soledad, y un consiguiente éxito de ventas, lo que permitiría a tus descendientes y posibles herederos salir de la medianía económica y pasar al holgado y extenso bienestar, cumpliendo así el propósito de todo emprendedor que se precie, aunque tú no alcances a disfrutar ni un ochavo y debas conformarte con esa dudosa pompa de jabón que es la gloria póstuma…

Y justo hoy, cuando viajabas en el confortable Transantiago, abriste el libro Número Cero, de Humberto Eco, y leíste, como si hubiesen sido escritas para ti, algunas frases: “Mientras tanto, soñaba con lo que sueñan todos los perdedores (literarios), con escribir un día un libro que me daría gloria y riqueza…” “Los perdedores, como los autodidactas, tienen siempre (suelen tenerlos) conocimientos más vastos que los ganadores… Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas”.

Dijiste “claro” en voz alta y te reíste. La joven pasajera que iba a tu lado se estremeció, inquieta, guardó el teléfono móvil y apretó la cartera contra sus pechos airosos, suponiendo o previendo un asedio del viejo loco… Le sonreíste, como si el gesto fuese una excusa, pero ella saltó del incómodo asiento contiguo y fue a ubicarse a prudente distancia, tres filas más adelante. Supusiste que la habías asustado con tu extraño comportamiento, aunque ahora todo el mundo ríe y habla y gesticula solo, conectados como estamos, a tiempo completo, con estas cajitas negras y luminosas por donde escurre nuestra angustia existencial, mitigada por parpadeos multicolores, frasecitas “me gusta” y lechosas luces led.

Supones que aún es tiempo para ver publicadas tus Memorias Transeúntes, en sus dos tomos, y te aferras a las positivas críticas de tres mujeres que son tus más eficaces lectoras: Marisol, Verónica y Micaela, aunque tales juicios no muevan la conciencia de ningún editor capaz de financiar la empresa, que es lo que requieres para que la obra salga de las tinieblas y brille en las vitrinas de grandes librerías. Y más que suponer, anhelas que aparezca un mecenas y te diga: “Mira, iluso poeta, aquí hay cinco millones de pesos chilenos (siete mil quinientos dólares) para que publiques tu obra cumbre, agradeciéndome en los créditos, según corresponde, con nombre y apellido, mi espontánea filantropía”.

Supones que aún hay espacio para milagros en esta ciudad gris y monótona que pateas a diario, como peregrino urbano que ha perdido ha mucho el norte de sus viajes impredecibles, y busca entre los recovecos de las viejas calles la aparición súbita del esquivo conejo de la suerte… Pero hay rincones abiertos, bares aún no incorporados a tu itinerario vespertino, donde puedes descubrir un vino casero (nunca el ácido “viño da casa” de la Galicia profunda) proveniente de modestos viñedos de Colchagua, porque un buen mosto aviva variadas suposiciones que guardas entre las brasas de la memoria, prestas a saltar y alentarse en mesa cordial de alcohólica cofradía, pródiga en supuestos y en las conjugaciones del condicional y del pretérito imperfecto, llaves vocálicas que nos ofrecen la ilusión improbable de torcer el destino final e ineluctable de lo ocurrido, pues rechazamos desde el inconsciente, con ciega torpeza, el aserto hecho canción: “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Pero aquí todos somos ingenuos suponedores, calidad que asiste a los derrotados para negar, aunque sea por breves momentos, la miseria de la realidad…

(Supongo que tú, camarada lector, harás lo tuyo con las suposiciones, aunque cabe la posibilidad que no seas un torpe divagador como yo en ese territorio impredecible. Si así fuere, hazme llegar tus atinados consejos, antes de que sea demasiado tarde).

…Entonces, supones que si no salta la liebre, al menos va a soplar sobre ti el hálito de la ataraxia, esa imperturbabilidad del ánimo que pudiera llevarte a la sabiduría, pero se trata de un supuesto más desmesurado –mucho más- que el bienestar económico o la perfecta salud. Pero entre tanta suposición inútil aflora el necesario destello del humor, entendido como recurso para reírte de ti mismo y echarte sobre los hombros todos los sinsabores del mundo.

Basta pues de suponer. Tienes a mano la copa fría y el beso tibio del consuelo.
¡Salud!
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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