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Mercado Medieval de Alfoz (I)

jueves, 01 de septiembre de 2016
En el Mercado Medieval de Alfoz, que se celebra todos los años a mediados de julio, se reproduce un escenario medieval en el castillo y la villa del Castro de Oro, por el que desfilan los personajes más relevantes que durante la Baja Edad Media anduvieron por estas tierras: El Mariscal Don Pedro Pardo de Cela, el Obispo de Mondoñedo Don Fadrique de Guzmán, y también hidalgos, labriegos y artesanos.

Desde el Castro de Oro se divisa A Frouxeira, inexpugnable en tiempos de Pardo de Cela, "que xamais se veu vencida" como dice el romance "Pranto da Frouxeira". Este año era la primera vez que asistía al Mercado Medieval y tuve el honor de pronunciar el pregón inaugural, cuya primera parte se reproduce a continuación:

"En primer lugar, agradecer a los organizadores del Mercado Medieval que me hayan invitado a dar el pregón de un acontecimiento que permite el encuentro de los que estáis aquí todo el año con los que estamos fuera y con los que vienen a visitarnos, para rememorar la época del Mariscal. Y, por supuesto, dar la bienvenida a todos.

Me gustaría empezar hablando del Valle, al que alguien llamó el "Reino del Viento" porque siempre hace viento: el aire de arriba, el aire de abajo, el nordés, el vendaval... "El viento eterno de Galicia", como dijo una vez García Márquez. A la hora de hablar de este hermoso valle he de reconocer que, para mí, pesa más el pasado que el presente. Ahora mismo, no puedo menos que recordar que parece que fue ayer cuando bailábamos ahí en la fiesta del San Salvador, dónde siempre tocaba la misma orquesta.

El Valle que yo recuerdo era una tierra de gentes laboriosas, de buenos campesinos aunque algunos decían que no entendían la "sazón de los nabos" (la alternancia de los cultivos en las vegas es algo digno de estudio), de buenos "zoqueiros" y "canteiros" y de emprendedores, pero sobre todo de emigrantes, que emigraban primero a Cuba y Argentina (en la infancia, La Habana y Buenos Aires me parecían dos provincias más de Galicia) y luego a Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza... Aquí hay que mencionar a la Sociedad Hijos del Valle de Oro en La Habana, que se acordaron de su tierra y llenaron el valle de escuelas.

No es agradable tener que emigrar, por lo que supone irse lejos de la familia y de los amigos y porque al final siempre se produce un cierto desarraigo. Como decía el poeta latino Claudio Claudiano:

“Feliz quien pasa su vida en los campos propios
Quien de niño ve la misma casa que de anciano
Y, apoyándose en el bastón sobre la tierra en que se arrastró,
Cuenta los largos años de su única cabaña
Que sea otro el que viaje y vaya explorar a los remotos iberos
El que se queda tiene más vida; el que se va, más camino.”

A principios de los años setenta, algunos aquí presentes emigramos a Madrid y durante muchos años añoramos el valle en donde habíamos pasado la infancia y la adolescencia, y cuando nos reuníamos a cenar en Madrid siempre hablábamos del Valle. Por eso yo puedo hablar como un emigrante.

Desde entonces han pasado muchos años y las cosas han cambiado. Quedan muy lejanos los días en que los campesinos poblaban las "veigas" y conversaban (filosofaban) por los caminos en los atardeceres de verano. Guardo un recuerdo muy especial de aquellos años: Del ambiente en las veigas y en las tabernas, de las fiestas en todas las parroquias y de la Feira de Correlos dónde "a vaca mais feireada non era a que millor se vendía."

Cuando vuelves, después de estar mucho tiempo fuera de tu tierra, ocurre lo que dice la "Canción de las Simples Cosas", que cantaba Mercedes Sosa: "Uno vuelve siempre a los viejos sitios dónde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas."

Tal vez lo que los emigrantes añoramos durante tantos años fuera, no sea la tierra que hemos dejado, sino la infancia que hemos perdido. Y así, al volver, aunque la tierra sea la misma y el paisaje y los atardeceres tengan la misma belleza de siempre, nos llevamos una desilusión porque ya no están los entrañables personajes de la infancia, ni los primeros amigos... Y es que, como dijo el poeta austríaco Rainer María Rilke: "La verdadera patria del hombre es la infancia." Hay un proverbio oriental que todavía va más lejos y dice: "Nunca vuelvas a dónde fuiste feliz."

Al final, uno ya no es de ningún sitio, sólo del país de la infancia y sus recuerdos, porque, como alguien dijo: "El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados".
Paz Palmeiro, Antonio
Paz Palmeiro, Antonio


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