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Fernando Pessoa, entre números y palabras

lunes, 25 de julio de 2016
Quizá lo maravilloso de la literatura sea sentirse otro del que eres, o también poder identificarte con auténticos genios, con seres superiores a ti, porque este oficio, el de escritor, es el menos democrático del mundo, y cuando se ha intentado moldearlo bajo cánones de equidad, otorgándole las obligaciones y servidumbres de una tarea interesada o mercenaria, ya fuere política, religiosa o económica, el resultado ha sido penoso o miserable.

Como Fernando Pessoa, yo soy un contable que ha vivido la contradicción entre el número y la palabra, aunque quizá esta dicotomía no exista, porque también pueden ser bellos los números, y me ocurre ahora, cuando ya soy viejo, disfrutar las armonías de un balance de ocho columnas bien estructurado, como si fuese una de mis mejores crónicas.

La ventaja de los números sobre las palabras, es que con aquéllos no puedes engañarte, y si tratas de hacerlo, te hundirás bajo el peso insoportable de las cifras. Las palabras, en cambio –qué bien lo sabemos tú y yo- pueden ser objeto de falacias y mentiras y falsedades sin cuento. Quizá por ello, Bertold Brecht dijera: “La palabra es el peligro de los peligros para el hombre”.
El mes de abril, hace poco terminado, junto a la primera semana de mayo, resultaron para mí tediosos y agobiantes, llenos de apremios numéricos y cálculos tributarios y decisiones graves para quien debe pagar impuestos, tarea de suyo ingrata, desde los tiempos del propio Miguel de Cervantes, que fue alcabalero, es decir, recaudador de tributos, un oficio odiado que había que ejercer con guardias armados, para no ser agredido por los contribuyentes.

Ahora que puedo relajarme un poco, vuelvo a abrir El Libro del Desasosiego, y siento deseos de abordar un avión y recorrer en Lisboa la Rúa dos Douradores, y toparme con Pessoa en un bar, y pagarle una botella de vino verde… No puedo viajar, por ahora, así es que me conformo con el Pessoa chileno, ese notable vate que es Benito Moreno, parecido en forma y fondo a su par lisboeta. Entretanto, leo y cito aquí al contable portugués, porque tengo también, como Pessoa, mi propio Libro del Desasosiego, aunque prefiero recurrir al del gran poeta de la Rúa dos Douradores, y escuchar de nuevo la campana certera y desolada de sus palabras:
El patrón Vasques. Veo hoy desde allí, como le veo hoy desde aquí mismo —estatura media, achaparrado, ordinario con límites y afectos, franco y astuto, brusco y afable—, jefe, aparte su dinero, en las manos peludas y lentas, con las venas marcadas como pequeños músculos coloreados, el pescuezo lleno pero no gordo, los carrillos colorados y al mismo tiempo tersos, bajo la barba oscura siempre afeitada a tiempo. Le veo, veo sus ojos de vagar enérgico, los ojos que piensan para dentro cosas de fuera, recibo la perturbación de su ocasión en que no le agrado, y mi alma se alegra con su sonrisa, una sonrisa ancha y humana, como el aplauso de una multitud.

Será, tal vez, porque no hay cerca de mí una figura más importante que el patrón Vasques por lo que, muchas veces, esa figura vulgar y hasta ordinaria se me enreda en la inteligencia y me distrae de mí mismo. Creo que hay símbolo. Creo o casi creo que en alguna parte, en una vida remota, este hombre fue en mi vida algo mas importante que lo que es hoy.

¡Ah, comprendo! El patrón Vasques es la Vida. La Vida, monótona y necesaria, dirigente y desconocida. Este hombre trivial representa la trivialidad de la Vida. El lo es todo para mí, por fuera, porque la Vida lo es todo para mí por fuera.

Y, si la oficina de la Calle de los Doradores representa para mí la Vida, este segundo piso mío, donde vivo, en la misma Calle de los Doradores, representa para mí el Arte. Sí, el Arte, que vive en la misma calle que la Vida, aunque en un sitio diferente, el Arte que alivia de la Vida sin aliviar de vivir, que es tan monótono como la misma Vida, pero sólo en un sitio diferente. Sí, esta Calle de los Doradores comprende para mí todo el sentido de las cosas, la solución de todos los enigmas, salvo el de que existan los enigmas, que es lo que no puede tener solución.
A veces, cuando levanto la cabeza aturdida de los libros en que escribo las cuentas ajenas y la ausencia de la propia vida siento una náusea física, que puede ser de inclinarme, pero que trasciende a los números y a la desilusión. La vida me disgusta como una medicina inútil. Y es entonces cuando siento con visiones claras lo fácil que sería alejarse de este tedio si tuviese la simple fuerza de querer alejarlo de verdad.

Vivimos gracias a la acción, es decir gracias a la voluntad. A los que no sabemos querer —seamos genios o mendigos— nos hermana la impotencia. ¿De qué me sirve llamarme genio si soy ayudante de contabilidad? Cuando Cesário Verde hizo que le dijeran al médico qué era, no el señor Verde, empleado de comercio, sino el poeta Cesário Verde, se valió de uno de esos verbalismos del orgullo inútil que exudan el olor de la vanidad. Lo que siempre fue, pobrecillo, fue el señor Verde, empleado de comercio. El poeta nació después de su muerte, porque fue después de su muerte cuando nació la estimación por el poeta.

Hacer, he ahí la inteligencia verdadera. Seré lo que quiera. Pero tengo que querer lo que sea. El éxito está en tener éxito, y no en tener condiciones para el éxito. Condiciones de palacio las tiene cualquiera en la ancha tierra, pero ¿dónde está el palacio si no lo hacen allí?

El 17 de mayo, es el Día de las Letras Gallegas, en Galicia y en todo el ancho mundo donde un gallego recuerde su tierra y su lengua. Este año, está dedicado al poeta lucense, Manuel María, uno de mis predilectos de la Galicia profunda…

O idioma é a chave
coa que abrimos o mundo:
o salouco máis feble,
o pesar máis profundo.

O idioma é a vida,
o coitelo da dor,
o murmurio do vento,
a palabra de amor.

O idioma é o tempo,
é a voz dos avós
e ese breve ronsel
que deixaremos nós.

O idioma é un herdo,
patrimonio do pobo,
maxicamente vello,
eternamente novo.

O idioma é a patria,
a esencia máis nosa,
a creación común
meirande e poderosa.

O idioma é a forza
que nos xungue e sostén.
¡Se perdemos a fala
non seremos ninguén!

O idioma é o amor,
o latexo, a verdade,
a fonte da que agroma
a máis forte irmandade.

Renunciar ao idioma
é ser mudo e morrer.
¡Precisamos a lingua
se queremos vencer!

Manuel María (2001).
Obra poética completa I (1950-1979) A Coruña, Espiral Maior.


La lengua galaico-portuguesa revive y resuena en la voz de sus poetas, atraviesa el océano proceloso y canta en el corazón de los gallegos espallados polo mundo adiante. Aburiño!
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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