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Las viejas heridas

lunes, 18 de julio de 2016
'Como si se me hubiera muerto el cielo
de España me separo:
salgo en un tren precipitado al hielo
de su materna piedra, de su fuego preclaro'.


Miguel Hernández

Las viejas heridas
Si el dolor del recuerdo se hace insoportable, es preciso olvidar. Pero no siempre logramos tender un piadoso manto de olvido sobre las penurias del pasado. Entonces, cabe hacer frente al peso de la remembranza, apelando al beneficio de la reflexión y quizá a un atisbo de sabiduría, para superar el porfiado escozor de las viejas heridas.

Es lo que nos ocurre ante el octogésimo aniversario del comienzo de la Guerra Civil española, el 18 de julio de 1936, con el alzamiento de Francisco Franco Bahamonde contra la II República, con el apoyo irrestricto de la Curia española y de buena parte de las fuerzas armadas que se plegaron al movimiento, cumpliendo a cabalidad su encomienda de gendarmes al servicio de los poderes financieros y clericales.

Cuando se cumplió el cincuentenario del cruento golpe militar que significó la muerte de más de un millón de españoles (1986), regalamos a nuestro padre Cándido, gallego y republicano hasta el fin de sus días, el documental de la BBC de Londres sobre el conflicto, en tres VHS que completaban casi dos horas de rodaje. Mi hermano Mario procuró el transmisor adecuado y lo echó a andar después del almuerzo, en el dormitorio de papá, quien se arrellanó en su sillón preferido, dispuesto a rememorar aquellos sucesos en las elocuentes y desgarradoras imágenes.

Quince minutos después, con los ojos enrojecidos y un rictus amargo, entró en el salón, donde hacíamos la sobremesa, devolviéndonos las grabaciones con escuetas palabras: -“Gracias…, pero es mejor que se las lleven”. Era sencillo, él no podía resistir el cuchillo aciago de la memoria; le superaba el peso de aquella contienda fratricida que le sorprendió en Chile, a tres años de la llegada desde Argentina. Luego viviría, a través de las noticias radiales y periodísticas, los avatares del conflicto que iba a concluir, en su fase de guerra civil, el 1 de abril de 1939, con el lacónico parte de Franco: “La guerra ha terminado”. Aunque no significaba el advenimiento de la paz sobre la sufrida España, sino el inicio de una larga posguerra que iba a extenderse hasta la muerte del “caudillo”, ocurrida treinta y seis años después, en noviembre de 1975. Apenas dos meses antes de su fallecimiento, fueron ajusticiados cinco militantes de izquierda, dos vinculados a ETA y tres activistas. Nunca se clausuraron los paredones de la muerte, como esos cuadros negros de Goya…

El dictador gallego no era partidario de los indultos. Sobre el particular, se cuenta una siniestra anécdota. El papa Pablo VI habría intercedido, a través del nuncio en España, para que el sátrapa otorgara el perdón a los últimos condenados a muerte. Franco aceptó la elevada solicitud y firmó los decretos de conmutación. Pero surgió un detalle inesperado: el motorista que llevaba los documentos de salvación llegó al patíbulo media hora después de consumada la ejecución. Cuando el nuncio papal pidió explicaciones, Franco le respondió, con su voz atiplada de seminarista: -“Monseñor, a mi edad ya no manejo motocicletas”. Humor negro y homicida, propio del autócrata omnímodo.

Debes saber, caro lector, que muchas de estas crónicas nacen de diálogos que sostenemos al calor de una copa de vino, cuando se hermanan las palabras y se aligera la memoria. Gregorio, mi amigo cordobés, avecindado en Chile por causa laboral, me cuenta de su padre, militar de la República:

“Antonio Dobao Lopera tenía dieciocho años cuando estalló la sublevación. Se marchó de su pueblo natal, en Guadalcázar, Córdoba, a luchar como voluntario en contra de los conjurados. Durante los tres años de la guerra civil combatió en los frentes de Andalucía, Levante y Madrid, a donde llegó a ser subteniente de la Guardia de Asalto, teniendo a su cargo la instalación y mantenimiento de las líneas de comunicaciones…

“Al concluir el conflicto, debió entregarse al enemigo y fue encerrado, junto a sus compañeros, en la plaza de toros de Las Ventas, desde donde escapó con un camarada, para caminar durante tres meses, sólo por la noche, hasta llegar a su pueblo de Córdoba. Fue detenido y llevado a un campo de confinamiento en Cádiz. Salió de allí, cerca de un año más tarde, ayudado por un primo que trabajaba en la cocina, por ‘buena conducta’… Cumplió tres años de ‘servicio militar’ en el ejército franquista, y luego casó con Mercedes Cuenca, mi madre… Pero su existencia y la de su familia se desenvolvían en el filo de la navaja, con el peligroso anatema de haber sido activo republicano… Bueno, en 1959 se marchó a Alemania Federal, donde se precisaba de mano de obra calificada. Tres años después, mi madre, mis cinco hermanos y yo pudimos reunirnos con él en la ciudad de Essen… Lo demás lo sabes, Moure, mis treinta años en Alemania y esta ‘militancia republicana’ que sólo me abandonará el día de mi muerte”.

Hacemos una pausa para brindar, con la breve arenga de otro amigo, Jorge Zúñiga, sefardita y chileno: ¡Ni altar ni trono! ¡Viva la Tercera República! Algo que debiera cumplirse, como los sueños labrados sobre la dura tierra, algún día…

También se cumplirán ocho décadas, el 19 de agosto de 2016, del asesinato del poeta Federico García Lorca, una de las víctimas paradigmáticas del franquismo, por su condición de artista y de homosexual, porque los corporativistas hispanos, en su versión católica del fascismo italiano y del nazismo alemán, también fueron homofóbicos y racistas, aunque emplearan sin escrúpulos tropas moras para combatir a los republicanos.
Hace ochenta años nació en Madrid el conocido escritor chileno, Poli Délano, mientras su padre, escritor y diplomático, Luis Enrique Délano, estudiaba Letras e Historia del Arte, en la Universidad de Madrid. Pablo Neruda vivía entonces en el barrio de Argüelles, ejerciendo como cónsul chileno en la capital española, donde iba a compartir enriquecedoras experiencias con Federico García Lorca, con Rafael Alberti, con Miguel Hernández y otras grandes figuras intelectuales del mundo hispanoamericano, reunidas en torno a la preclara Generación del 27.

Así cantó el vate su conmoción ante la tragedia que vio cernirse sobre la patria de Cervantes:

MADRID (1936)
MADRID sola y solemne, julio te sorprendió con tu alegría
de panal pobre: clara era tu calle, 
claro era tu sueño.
Un hipo negro
de generales, una ola 
de sotanas rabiosas 
rompió entre tus rodillas
sus cenagales aguas, sus ríos de gargajo.
Con los ojos heridos todavía de sueño, 
con escopeta y piedras, Madrid, recién herida,
te defendiste. Corrías
por las calles
dejando estelas de tu santa sangre, 
reuniendo y llamando con una voz de océano, 
con un rostro cambiado para siempre 
por la luz de la sangre, como una vengadora
montaña, como una silbante
estrella de cuchillos.
Cuando en los tenebrosos cuarteles, cuando en las sacristías 
de la traición entró tu espada ardiendo,
no hubo sino silencio de amanecer, no hubo
sino tu paso de banderas, 
y una honorable gota de sangre en tu sonrisa.

En 1939, en las postrimerías de la guerra, el 22 de febrero, muere en Collioure, Francia, Antonio Machado, mirando hacia la patria envuelta en llamas y humo negro, panorama brutal que le hace volver los ojos hacia el pozo sereno de los recuerdos: -“Estos días azules y este sol de la infancia”, su postrer verso... El poeta catalán de la canción, Joan Manuel Serrat, canta con dulce melancolía aquellos instantes crepusculares del sevillano.

En marzo de 1942, muere el joven poeta, Miguel Hernández, en la prisión de Alicante. Le recuerda así Vicente Aleixandre:

No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.

Preguntarás, amigo lector: ¿Por qué los poetas, por qué la poesía para recordar lo que aún nos duele, lo que el tiempo no ha sido capaz de restañar?

Porque la palabra poética pervive sobre la ceniza del olvido; porque de ella siempre manará el agua clara de la esperanza: -“Desde la muerte, renacemos…”, como cantó Neruda, como seguiremos cantando sobre las ruinas de todas las guerras.

Que así sea.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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