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Regeneración y reformas

lunes, 11 de julio de 2016
Desde 1978 el Estado español se ha regido por el denominado Bloque Constitucional, la Constitución Española y los Estatutos de las Autonomías, el modelo es de un Estado descentralizado dónde las Comunidades que lo componen disponen de lo necesario para actuar como fragmentos de Estado, todo ello completado por las sentencias del Tribunal Constitucional, como la que dejó claro que la soberanía reside en el pueblo español y por tanto en el Congreso de los Diputados.

Durante años se dieron los siguientes contenciosos. La recepción de las competencias que establecen los Estatutos y que permiten el autogobierno en cada Comunidad, mediante Gobierno y Parlamento Regional. La disponibilidad de recursos económicos para afrontar los derechos de los ciudadanos en materia de demandas como Sanidad, Educación y Servicios Sociales. La interpretación de los Derechos Históricos que ampara la Constitución, estableciendo una asimetría entre Comunidades, especialmente por arte y parte de las Haciendas Forales y su capacidad para negociar con el Estado las disponibilidades de recursos o incluso determinadas figuras fiscales que favorecen el asentamiento en sus territorios.

Todo muy bien si tenemos en cuenta el punto de partida. Dictadura, centralismo, ausencia de identidad más allá de aquellas comunidades con lengua propia. Pero tales beneficios se llegan a convertir en un estado de mínimos, y a partir de ahí, los partidos políticos, sin que se corresponda con la demanda social, inician una escalada de reivindicaciones hasta señalar dos hechos muy concretos: El Estado español es Multinacional. Los ciudadanos de las Comunidades Históricas son depositarios del derecho a decidir. Por tanto, dichas comunidades que son Naciones, deben negociar de forma bilateral con España.

La mayoría absoluta del PP debería darnos miedo. Nunca hubo tanta desigualdad en la sociedad. Nunca, en los tiempos modernos, se alcanzaron las cifras de pobreza y exclusión social que ha logrado el modelo económico de esta derecha, que se extiende de la extrema a la más moderada.

Pero lo más grave y no debatido en las dos campañas electorales. ¿Dónde está el "éxito" de la reforma laboral?, que consigue: empleos y sueldos miserables; que tales trabajadores no tengan capacidad para financiar la Seguridad Social; que en un país tan envejecido, los pensionistas con una media de cuarenta años de cotizaciones a la hucha de la solidaridad intergeneracional, tengan razones objetivas para ver en peligro ese derecho a la pensión, que además, ha servido de colchón de la crisis que alcanzó más de cinco millones de parados.
La cultura de la decencia ha sido sustituida por la subcultura de la corrupción. Aquí el problema no está en robar, el problema sólo se plantea si pillan al ladrón. Pero tenemos razones de peso para afirmar que: son más que los que están encausados, y que por ahora muy pocos han pagado sus delitos, estableciéndose una justicia a dos velocidades.

La estabilidad que preconizan los mandarines del PP es más de lo mismo. Obedecer sin titubear a la troica, ayudar a las grandes compañías, hacer del empleo un mero asiento contable, mezclando trabajo por horas con jornadas completas, y todo ello a mayor gloria competitiva de las compañías del IBEX que siguen repartiendo dividendos, sueldazos a sus directivos y planes de pensiones de escándalo para cualquier jubilado a los que se les discute su pensión.

Rajoy no puede negar sus raíces compostelanas. Ciudad de curas, dónde el Arzobispo siempre mandó en el antiguo Reino de Galicia, y dónde los peregrinos llegaban a mostrar su lealtad a los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, la de las Cruzadas, la del Santo Oficio del Tribunal de la Inquisición, la que declaró Cruzada de Liberación Nacional y Caudillo por la Gracia de Dios, al dictador. En tales circunstancias la autoridad venía de Dios, por tanto, obedecer era santo y seña de conductas entre los buenos cristianos españoles. Así lo aprendió el nieto de aquel Rajoy miembro de la comisión que elaboró el Estatuto de Autonomía de Galicia en el primer tercio del siglo XX.

Rajoy es un gallego feliz en Madrid que usa Galicia para descansar. Pertenece a esa clase social vinculada a la playa del Silgar en Sanxenxo, algo así como el Benidorm del Atlántico gallego. Desde la Galicia para bañistas es lógico que no comprenda el enfado, la indignación y la desafección de la ciudadanía, a la que sólo ha ofrecido estabilidad -su modelo a imagen de aquel Don Tancredo- y miedo a la alternancia, llegando a filtrar-convenientemente- que un acuerdo de izquierdas sería rememorar la España del Frente Popular de 1936.

Nadie ha explicado con claridad que hubiera pasado el lunes 27-J si Rajoy pierde escaños. Que estaba preparado en la sede de FAES con Aznar a la cabeza. Cuantos varones y militantes ilustres del PP iban a promover una refundación como la que impulsaron a través de Manuel Fraga contra Hernández Mancha.

Rajoy debería ser consciente del papel que está jugando. Tapón de la botella. Mientras esté ahí, a nadie se le ocurrirá señalarlo como responsable en determinadas tramas indecencentes; mientras esté ahí, los que se repartían diezmos y primicias, tienen un paraguas que evite del diluvio de la verdad o responsabilidad.

Y, la pregunta cada vez más rumor. ¿Habrá que recurrir por tercera vez a las urnas?.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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