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Empacho electoral

lunes, 02 de mayo de 2016
Las elecciones del 20-D trataban de poner punto y aparte a uno de los periodos más negros de la democracia española. El Estado había entrado en crisis. Y digo Estado, que no tan sólo espacio político, porque resultaba y resulta muy difícil un espacio para el ejercicio de la ciudadanía que no haya sufrido crisis con perversión de los valores morales sobre los que debe asentarse. Si hubo una vez en la que los sabios de este viejo país dijeron que el problema de España era de cultura, ahora podemos afirmar que el problema de España es conceptual.

La cultura ha sido sustituida por la subcultura de la indecencia. Aquí el problema ya no es ser honrado, el problema es ser un golfo y que te pillen, pero además, si tienes posición, puede que entre la lentitud de la justicia y las complicidades del poder, o no te pase nada, o tarde tanto en pasarte que llegue a prescribir.

Todo indicaba que entre los viejos partidos políticos y los denominados emergentes, había una clara diferencia. Seguir como de costumbre, o iniciar una nueva etapa de reformas y regeneración del Estado en todas sus dimensiones. Algo así como el renacimiento de la democracia. De hecho se aventuraba algo parecido a un refrendo entre cambio o estabilizar la política al uso hasta el momento.

La consecuencia de la oferta ha sido la fragmentación de la mayoría absoluta, usada de forma cruel contra el pueblo, en cuatro formaciones parlamentarias que debían ponerse manos a la obra de configurar acuerdos para el cambio. Parecía que eran más importantes regenerar y reformar que, quien mandaba. Teníamos la esperanza de haber trasladado a los partidos políticos un mensaje que, comenzando por el hartazgo y pérdida de confianza, llegaba hasta dotarlos de razones para enterrar a la vieja España, desvertebrada y desmoralizada con toda suerte de dirigentes.

Para los reaccionarios, era y es necesario seguir la senda del último gobierno. Obedecer los dicterios de la troica, asumir las imposiciones economicistas de los mercaderes, aceptar como inamovible los modelos de políticas económicas, financieras y laborales, que exprimen al tejido social en favor de las élites que gobiernan desde las bambalinas de un teatro en el que las polichinelas están movidas por las manos ocultas de poderes fácticos, y el público asiente soporta-a duras penas- lo que transcurre en el escenario de las instituciones.

Las conclusiones que personalmente saco de los resultados electorales del 20-D son: La incapacidad para formar gobiernos que requieran coaliciones. Ello es un claro síntoma de inmadurez democrática. Aquí sólo es posible gobernar desde la mayoría absoluta o suficiente a través de acuerdos puntuales con el nacionalismo.

La soberbia de los partidos políticos y sus dirigentes, que una vez logrados los escaños, los esgrimen como "tizonas" de razón frente a los que no piensan como ellos; y sólo se acepta el cambio de acuerdos por espacios de poder. Esto último ya lo sabíamos con respecto a los viejos partidos, pero teníamos la esperanza de no verlo en los nuevos. Aquí ha estado, junto al tactismo, el principal método usado por PODEMOS. Por mucho que quieran convencernos de que su objetivo era un gobierno de izquierdas, tengo razones para señalar que sólo valía un gobierno controlado por ellos. De tal suerte que su fin es imponernos su credo en la línea de su propio concepto de país, democracia, gobierno. Y si no que expliquen cómo es posible que hayan ocupado el espacio y convencido a los que hasta hace poco eran los peones del nacionalismo radical que usaba la violencia para imponer su modelo de Nación-Estado en Euskal Herría.

El socialismo no pasa por sus mejores momentos; ni en España ni en Europa. Ahí tenemos su falta de convicción para impedir la insolidaridad frente a la desesperación de los refugiados; o su capacidad para impedir el gobierno de los mercaderes en una Europa que nada tiene que ver con aquel ilusionante modelo de Jacques Delors, cuando llegamos a creernos que estábamos construyendo, más que el Europa de moneda única, la Europa de los ciudadanos.

Desde el actual PSOE, han emprendido una huida hacia delante, para evitar lo que les aqueja. Una crisis de liderazgo y una crisis de ideas para modernizar el Estado a inventario de los derechos fundamentales y sociales conquistados por los trabajadores. Es posible que la próxima debacle electoral, barra del escenario político a tanto mediocre endomingado.

¿Y qué decir de la derecha?. La vieja derechona se esconde tras Rajoy, que también teme abandonar su aforamiento y encontrarse con los fantasmas de la corrupción. Al igual que les ha sucedido en las Comunidades en las que han perdido el poder, en cuanto lleguen los nuevos y muevan las alfombras, descubrirán las inmundicias de su comportamiento. Sólo una gran abstención, por hartazgo del cuerpo electoral, puede impedir que sean desalojados del próximo gobierno.

La derecha económica sabe lo que antecede. De ahí la apuesta por CIUDADANOS. Con signos y síntomas centristas, tratan de emular el papel de la UCD en la transición, precisamente para hacer la segunda transición. Son necesarios y representan a lo mejor de la sociedad civil en cuanto a procedencias universitarias y capacidad para dotar a este país de un instrumento gubernamental que realice los cambios indispensables para recuperar el pulso de un Estado de Derecho y Social.

La campaña que ha comenzado será más bronca y sucia que la anterior. Al PP, ni le convienen los debates, ni le conviene acordar. Sólo se mueven en conceptos cargados de silogismos. Estabilidad es mantener el rumbo. Estabilidad es que siga gobernando Rajoy con la entrega de los escaños de algún tonto útil. Así se obedece a la troica, así se mantiene contento al empresariado, así las gentes terminan por olvidar los casos de corrupción que han protagonizado. Nos cambiarán: unidad patria por entierro de los casos de financiación del partido, o las huidas de los capitales a los paraísos fiscales, con o sin amnistías. Para todo ello, hay que seguir sometiendo al poder judicial. Para todo ello, hay que seguir haciendo negocios con un mercado laboral barato y amaestrado por la precariedad.

Y hay elecciones en Galicia y Euskadi. Otra oportunidad para enlazar acuerdos multidisciplinares que permitan repartirse el poder. En Euskadi, la derecha-PNV- teme perder la finca. Para ello, está dispuesta a pactar con cualquiera de los viejos partidos, sobre todo ahora que se han moderado en sus apetencias independentistas y que bastante hacen con aguantar el Concierto Económico en una Europa que lo señala como privilegio fiscal no asumible.

En Galicia, el PP lo tiene más fácil. No hay división interna. No han aparecido escándalos de corrupción. Los contrincantes están divididos y no tienen un proyecto ilusionante para unos ciudadanos conformistas y muy temerosos de sufrir cambios en la esquina verde de España, dónde todo es tranquilidad y se mueve a la velocidad del caracol.

Galicia duerme entre la magia de sus paisajes. Euskadi se recupera de las heridas producidas por el conflicto en el que siempre morían los mismos y siempre mataban los mismos. España. "Dios mío, ¿ qué es España?"-Ortega y Gasset.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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