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El bañador Meyba de color rojo

miércoles, 06 de abril de 2016
A la Playa do Lino se accedía por dos sitios. El primero bajaba por la Rúa Nueva, cruzaba por delante del Matadero y doblaba a la derecha en la huerta de Las Pepas. El segundo llegaba desde la calle Buenos Aires, se desviaba por la Fonte Cabada, pasaba por delante de la casa de Pepita Inés y tomaba a la izquierda por la casa de Toñera. Ambas rutas, y cruzando por las huertas de Sierra y del Sabelo, conducían a un viejo transformador que te indicaba un angosto vericueto por el cual tenías que descolgarte hasta llegar a la playa. Realmente el camino, por si solo, ya representaba toda una aventura. Los chavales que en aquellas épocas lo único que teníamos en abundancia era suerte, bajábamos de igual forma que lo hacíamos en el tobogán que había frente a la Iglesia, y que aquél célebre director de la Banda Municipal había reducido al amplio auditorio de beatas que lo escuchaban, con un sucinto “bajan por ahí cagando ostias”.

La playa valía poco. En marea baja asomaban unas grandes piedras sobre las que podías moverte con cierta facilidad y además te permitían sentarte a tomar el sol. Con la marea alta no quedaba más que una plataforma de roca sobre la cual, con tablas de pino decomisadas del aserradero de Florentino, construimos una pequeña tarima, que servía de soporte para tirarnos de cabeza al escaso metro de agua que se alcanzaba con la pleamar.

Allí, todos los días del verano, eso sí, después del San Lorenzo, nos bañábamos toda la tropa del Matadero, de Figueirúa y algún allegado que venía de Cabanela.

En aquella playa, los oriundos Paco, Tente, Justo, Panchin do mecánico, Susiño, Jorge do Juez, Nanucho, y los de la diáspora, Toñito de Pio y Pepiño de Palavea, y tantos otros, aprendimos, bajo la protectora mirada de Uca de las Santanderinas, a nadar.

Aquel verano del año 64, mientras que The Beatles triunfaban en medio mundo con “A hard day’s night”, y en Europa lo hacía Gigliola Cinquetti con su inolvidable “Non ho l’etá”, y en España teníamos a Luis Aguilé con “Jamás podré olvidar”, aquel verano que podías disfrutar de una formativa sesión de cine con el estreno de “Franco ese hombre” (con guión de Manuel Fraga) y que en la revista La Codorniz se conmemoraban los 25 años de paz con un puro y un huevo. Sí, aquel verano, en que todos repetíamos el modelo de bañador del año anterior y del otro y del otro, de telas grises y negras, acordes con aquella triste sociedad, apareció con su bañador meyba de nylon de color rojo, Pepiño de Palavea, que era hijo del Roxo; y aquello fue el “no va más”: Se tiraba al agua y salía con el bañador seco.

Pepiño, de pronunciada nariz aguileña, torcida además por un billardazo que le propinara Susiño, si ya era de por sí un rapaz parco tanto en palabras como en hechos, con el estreno de aquel bañador se había vuelto prácticamente inaccesible. Y a pesar de que todos le rogábamos “veña o” que nos dejase ponernos el bañador una vez y tirarnos con él, solamente se lo permitió a un par de sus incondicionales. El resto nos tuvimos que conformar con tocarlo cada vez que salía del agua y comprobar con asombro que no se mojaba. Aquella aparición en la playa do Lino de Pepino de Palavea y su bañador meyba de color rojo, fue casi tan espectacular como lo había sido en su momento la de Nanucho, aquel otro verano que bajara con el impoluto uniforme de gala de paracaidista. Uno y otro, por su vestimenta, fueron por un año los reyes de la playa. Los demás, como siempre, nos tuvimos que conformar con ser meros comparsas.
Sampedro, Jorge
Sampedro, Jorge


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