Nacionalismo de pobres

El filósofo Fernando Savater sorprendió en Ferrol calificando el nacionalismo gallego como “nacionalismo de pobres” y justificadamente reivindicativo por el maltrato a Galicia, en contraposición a los nacionalismos vasco y catalán que, a su juicio, “representan el caciquismo”.

Hay parte de verdad en las apreciaciones del Sr. Savater. En mi etapa de diputado constituyente sostuve en las Cortes que Galicia necesitaba alcanzar plena autonomía como instrumento político de autogobierno, para impulsar su desarrollo promoviendo infraestructuras y nuevas localizaciones industriales, impulsando los sectores económicos autóctonos y todo ello dentro de un marco cultural y educativo acorde con las necesidades que aquellos objetivos requerían.

Justificaba mi demanda porque Galicia necesitaba una autonomía completa para prosperar en todos los ámbitos, rompiendo el abandono y la marginación tradicional, mientras vascos y catalanes se aferraban a su proyecto autonómico de gran espectro para consolidar e incluso incrementar, como así se viene haciendo, su aventajada posición económica. Obviando aspectos semánticos y conceptuales sobre nacionalismo, galleguismo o incluso regionalismo, lo evidente es que Galicia tuvo y tiene todavía razones para reivindicar una atención que subsane a tiempo su abandono histórico.

Dice el filósofo, y no seré yo quien lo rebata, que los nacionalismos vasco y catalán despiertan su indignación porque “representan el caciquismo”. Conozco el catalanismo político porque lo he vivido de cerca y aún cuando puedan considerarse “caciquiles” determinadas prácticas partidarias, es evidente que no son privativas de aquella Comunidad, pues están generalizadas a todos los niveles de gobierno y en todos los ámbitos.

Lo que ha ocurrido y prevalece es que tanto catalanes como vascos tienen burguesías industriales y comerciales que desde el siglo XIX comprendieron la importancia de contar con representaciones políticas al servicio de sus intereses y de su país en general. Quien analice la historia económica de los dos siglos pasados verá que catalanes y vascos condicionaron la política económica de España con protecciones arancelarias que convirtieron el mercado español en coto cerrado para sus productos. Galicia no contó con elites económicas determinantes ni presencia política propia.

Una y otra situación es la que conduce al calificativo de “ricos” y “pobres” que prevalece. Ricos los que conjugan presencia política e interés económico. Pobres los que difuminan su representación política en un entorno económico disperso y localista. Los primeros mantienen sus posiciones políticas y económicas, mientras que los segundos habrán de conformarse con las migajas del festín del poder.

Escribo desde mi jubiloso retiro, lejos de cualquier interés político o personal. Que nadie vea en estas consideraciones críticas a nadie. Sólo un ciego podría negar nuestros avances en vías de comunicación, educación, sanidad y otros.

Sin embargo cabe pensar si se ha hecho lo suficiente, que no siempre coincide con lo necesario y menos con lo justo. Y sobre todo, si se ha subsanado el maltrato histórico a que se refirió el profesor Savater. Las autovías ya están ahí. El AVE puede concluir en un ferrocarril con velocidad media. Es posible, como ya anticipé hace quince años, que tengamos acceso ferroviario más rápido a Madrid y Europa por Oporto, que un AVE alicorta por Ourense-Zamora. El desarrollo del sector secundario es deficiente y sobrio, falto de impulsos de apoyo y promoción eficaces. El sector primario resiste a duras penas entre “vacas locas” y fracasos pesqueros.

Así la pretendida “convergencia” será difícil en un contexto de reducción de las ayudas comunitarias, pues estamos a 15 puntos de la media española y en torno a los 30 de la europea. No olvidemos que aunque Galicia crece los demás, en España y en Europa, no se duermen.