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Greta Garbo allá en La Habana

lunes, 22 de febrero de 2016
No entraba ningún cliente en aquel momento, así que se puso a observar a los mirones del escaparate, una distracción muy habitual de aquellos pequeños comerciantes que se ha ido perdiendo, ya que cada vez hay menos, y, además, la gente va hoy acelerada mirando los móviles de última generación, sin apenas pararse. Entonces, había el que miraba con calma desde fuera y el fisgón que miraba desde dentro a viandantes o posibles compradores, entreteniendo sus tiempos muertos.

Se detuvo una mujer delgada, alta, con gafas oscuras, pecosa, apenas nada destacable, si acaso cierto glamour europeo, porque no era cubana, ni española, ni latina, no norteamericana, tampoco tenía el aire inglés. El caso es que la observación detenida se produjo por cierto misterio que emanaba de su “look”, era extraña, por eso la miraba tanto; por eso, y porque por otro lado le resultaba conocida… pero, ¿de qué…?, si era extraña: imposible haberla conocido en sus ambientes.

Ella se dilataba mirando los broches, pendientes y sortijas de brillantes sin quitarse las negrísimas gafas, que ocultaban totalmente su mirada, su personalidad. Subió la vista hacia él y, cuando ya creía que se iba, avanzó algunos pasos rebasando las vidrieras, pero retrocedió al momento, sorprendiéndole su entrada, pues él ya se había dado la vuelta hacia el interior.

Greta Garbo allá en La Habana-Buenas tardes señora, ¿En qué puedo servirle?
Ahora sonreía levemente, sin quitarse las cetrinas antiparras para recorrer los mostradores y vitrinas, merodeando de los unos a las otras… Pero ni contestaba, ni lo miraba.
-¿Le puedo ayudar?, ¿Busca algo en especial?.
Por fin balbuceó en un extraño inglés y dos palabras forzadas de castellano ininteligible.
-Bonitas joyas… pero yo no… ¿Estaba aquí el Diorama de la Habana…?¿ Sabe usted?.
- “Pues… tengo una idea, pero espere…”
Entró en el gran almacén donde tenía una enciclopedia de muchos tomos sobre la ciudad de La Habana y su historia. Buscó acelerado la palabra “Diorama”. Leyó atravesado:”1827… Jean Baptiste Vermay… terreno al fondo del antiguo Jardín Botánico de la Habana… 1846 desapareció…huracán…. otra sala en la calle Industria”. Salió apresurado, no le daba tiempo a leer más.
-“Señora, sí, debía estar por aquí, porque alguien me dijo que estaba junto al antiguo Jardín Botánico, pero exactamente no le sé decir…”
-“En 1846, luego que un huracán lo destruyó, se hizo una sala de visionado en otro lugar, por aquí más o menos…”, dijo la mujer.
-“Parece que luego construyeron otro en la calle Industria, aquí al lado, pero no puedo decirle más.... Lo que yo sí sé es que mi tío abuelo compró el local en mil ochocientos sesenta y pico…, aquí, en la calle Consulado 160 y 162, pero antes no conozco qué había. Los almacenes son enormes, aunque la tienda es chiquita…por tamaño podía ser esa la sala y esta la pequeña entrada…”.
-“Bueno…”
-“Me puedo informar de más datos, si me da su dirección se los enviaría”.
- “No, no…gracias…”

El calor era sofocante y sacó con determinación, sin pensar, un abanico del gran bolso, se quitó aceleradamente las gafas, se secó la frente y la cara con rapidez, la cuenca de los ojos y el caballete de la nariz marcado por la montura.

“¡Claro!, ahora caigo -se dijo para sí mismo asombrado- se parece a Greta Garbo… muchísimo… pero… pero... pero... ¡Si es ella!”.
Azorado sonrió curioso y le espetó:
-“¿Es usted Greta Garbo, verdad?.”
-“A veces…”.

Abrió la puerta, le dio la espalda y salió con aquella leve, breve y apresurada sonrisa.

¡Él había visto a La Divina!, ¡Ella había estado ante sus narices!, me contaba a mí una y otra vez, como si hubiera sido el privilegiado y único que la había visto en aquel viaje clandestino a la Habana. De algún modo se sentía el descubridor de un misterio inexistente, porque ,como él añadía, aquella Garbo era una persona corriente, con el sólo misterio de una extranjera de gafas oscuras y moda ajena al gusto nacional. Eso era, ni más ni menos. “Y, estaba ahí… delante de mí…, en mi tienda”, repetía con perplejidad, “ante nuestro escaparate”. Sólo le faltaba decir, “ante nuestro humilde negocio familiar y mi rutinaria vida de comerciante”.

Cuantas y cuantas… y más veces me repetía el “cuento” bajo el cielo húmedo, lluvioso, del verano ligeramente templado de nuestro pueblo, al norte de Galicia. Creo que siempre recordaba la historia prodigiosa cuando el día veraniego norteño tomaba ese cariz otoñal, en que parece que el corto verano se acabó, que la lluvia no se irá por largo tiempo, sin esperanza de sentir calor.

Entonces, a aquel “habanero” se le venía encima su país, añoraba el enjugarse aquel pegajoso sudor con el pañuelo por el cuello y la cara, la cuenca de los ojos y el caballete de la nariz, como Greta en la tarde de aquel día tórrido, en aquella Habana cosmopolita.

“¿Sabes…? , yo conocí a Greta Garbo”, repetía, como si no se lo creyese él mismo desde el ínfimo punto geográfico de nuestro pueblo, tan frío, tan querido, tan añorado desde Cuba, pero tan lejano de su amada Habana, que Castro le arrebató.

Del comercio sólo queda en el suelo de acceso la fecha de apertura y nombre de los propietarios. Dentro, toda la marquetería "déco" años treinta -de la remodelación del negocio- ha desaparecido; el local está desnudo, al igual que el gran almacén de muebles antiguos; hay en la pared un retrato antiguo del Ché y unos señores con un pequeño taller de costura. En los pisos de arriba, donde vivía la familia de los joyeros y anticuarios, hay pequeños apartamentos, alguno es ahora pensión familiar con buenas referencias en Internet.

Ya saben, abajo estuvo Greta Garbo, aunque no den crédito.

Pronto volverán las “gretas” a la Perla del Caribe, entonces La Habana Centro se llenará de comercios y viandantes, muchos compradores vendrán del Norte -así denominan los cubanos a los E.E.U.U.- como en aquellos tiempos…
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


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