Vivimos tiempos en los que lo laico impera, y sin embargo los lucenses esperamos con fruición la celebración de las fiestas en honor de nuestro Santo patrono.
Podemos tener las creencias más dispares o no tener ninguna, pero cuantos en Lugo vivimos y los millares que a
Lugo acuden en este comienzo de otoño, tenemos el ánimo dispuesto a disfrutar de cuanto las fiestas nos ofrezcan a mayor gloria del lucense del Regueiro dos Hortos que alcanzó la santidad en los páramos leoneses en los tiempos más difíciles del cristianismo militante.
No tenemos por costumbre gritar ¡Viva San Froilán! como con San Fermín hacen los pamplonicas. Nuestras procesiones son más internas y las fiestas más tranquilas. Pero que nadie nos toque a San Froilán como no sea para ponerlo más alto.
Los descreídos dirán que el santo no es más que un pretexto. Que los lucenses de antaño estaban esperando que pasasen los rigores del verano para convocar a la fiesta anual de urbanitas y campesinos, la más popular de Galicia, la que va de boca en boca por todo el país, la que muy bien podría ser declarada la Gran fiesta de Galicia si hubiera un referendum.
Quien así piense no sabe lo que es tener un santo de casa, un hombre normal, tocado por la gloria divina que lo convirtió en taumaturgo, apóstol paciente, precursor de un franciscanismo tan especial que le hizo amigo de un lobo fiero al que convenció para que se convirtiese en biblioteca ambulante.
Froilán vive y propicia la vida. Froilán es patrono de una ciudad que cada octubre estalla en alegría como preparativo del largo invierno que tiene por delante. Froilán es la disculpa y el motivo, el santo y seña, mascarón de proa de una explosión vital que anualmente disfrutamos.
Ya que vida festera nos dá, que vida nueva propició, que la fiesta comienza y a ella nos llama, entremos en la fiesta con alegría renovada, proclamando vehementes:
¡San Froilán, vive! ¡Viva San Froilán!.
