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El difícil camino de la convergencia

jueves, 28 de febrero de 2002
Cuando los plenipotenciarios de los países miembros firman en febrero de 1988 el Acta Única Europea –mes y medio después del ingreso de España y Portugal en la CEE- destacan como elemento fundamental de su política la necesidad de lograr una mayor cohesión económica y social: “Los estados miembros conducirán su política económica y la coordinarán a fin de promover un desarrollo armonioso del conjunto de la Comunidad”.

En abril de 1989 se publica el Informe Delors que presta mayor atención, por su inspiración monetarista, a la consecución de la moneda única, no deja de advertir los peligros de la integración económca y monetaria sobre el equilibrio regional y reclama atención especial para los desequilibrios existentes, pues en otro caso, dice: “La unión económica habrá de enfrentarse a graves riesgos económicos y políticos”. Desde entonces, la “convergencia” económica para los países menos favorecidos de la UE sigue pretendiendo equiparar el nivel de vida, reducir las diferencias económicas y las diferencias estructurales evidentes, demasiado importantes todavía para que pueda funcionar equitativamente la economía comunitaria. Por otro lado, los países mejor dotados con Alemania al frente, entienden la “convergencia” en términos de políticas económicas similares, para poner dique a los déficits presupuestarios o a la inflación, relegando objetivos socio-económicos de equidad.
En Galicia el camino de la “convergencia” está siendo lento y duro, lastrado por nuestras históricas limitaciones económicas, estructurales y políticas. Una composición sectorial con predominio del sector primario (agricultura, ganadería y pesca), segado dramáticamente en la negociación de acceso a la CEE, que ocupaba alrededor del 40 por 100 de nuestra población activa; un limitado e incipiente sector industrial, agravado por actividades crepusculares sujetas a la disciplina financiera comunitaria y unos servicios prácticos referidos a prestaciones sectoriales propias, fueron el difícil escenario de partida, al que debemos sumar las precarias vías de comunicación, tanto por ferrocarril como por carretera, que hicieron todavía más difícil el progreso.

Actualmente, si hubiéramos de definir tres objetivos inmediatos, en un afán de “converger” y no dispersar, señalaría, en primer lugar, todo lo que conduzca a la creación de empleo con medidas afectivas y no cara a la galería; en segundo término, una agresiva política industrial para impulsar las actividades autóctonas y captar inversores en España y en el mundo, con nuevos asentamientos, pues sólo de la inversión empresarial vendrá el empleo y el crecimiento, en el marco de una política industrial definida y coherente, poniendo en juego todos nuestros recursos económicos y políticos. En tercer lugar, urgente solución ferroviaria para Galicia. No se puede esperar más.

Me llevan a estas reflexiones en mi rincón de Baíña, cuando la sirena de cabo Silleiro pone rumbo en la niebla y enormes bandadas de gaviotas sobre la presa escandalizan el valle, las recientes declaraciones de un profesor de la Universidad de Barcelona en el encuentro de la Asociación Europea de Economistas en Santiago: “La economía gallega se mantendrá por mucho tiempo a distancia de las regiones más favorecidas del Estado”. O las de Victorio Valle, director general de Funcas, que, refiriéndose a nuestra penosa convergencia, afirma que si seguimos así España tardará más de veinte años en alcanzar el nivel de vida de la Unión. Por supuesto, Galicia tardará bastantes más. No será porque no nos adviertan desde fuera, aunque también desde aquí, hace más de diez años que vengo considerando y anticipando esta situación en la prensa regional.

Consciente el Gobierno central del lento converger, ha confeccionado un Plan de Desarrollo Regional para el período 2000-2006 destinado a las regiones Objetivo 1 de los Fondos Estructurales Europeos.

Señalaba el ministro de Economía que el objetivo de estos planes es favorecer el proceso de “convergencia real”, pues las regiones Objetivo 1 experimentaron entre 1986 y 1996 un retroceso del 86,2% al 84,7%. Galicia mejoró su índice en el decenio con un irrelevante 1,2%. Si se cumplen las previsiones, Galicia recibirá para su PDR un billón y medio de pesetas, cuya utilización, a mi juicio, debe polarizarse principalmente en la dotación de infraestructuras (ferrocarril y puertos) y un plan de atracción de inversores, propios y foráneos, con proyectos viables para acelerar el crecimiento, con encadenamiento en doble sentido, pero siempre generadores de importantes desarrollos de la industria auxiliar, pues el sector secundario debe acoger los excedentes de empleo que van a continuar.
Tarea difícil pero no imposible. Objetivo de amplio horizonte, no limitado al campo de la subvención mendicante e inútil. Los recursos hay que utilizarlos para crecer. Aumentar el valor de nuestra producción. Mejorar la productividad, reducir la tasa de paro e incrementar la renta vía generación de recursos propios. Y pensar en el delito moral que se esconde tras de toda peseta quemada alegremente en el festín de las apariencias.

Sin referirme a los procesos históricos de asentamiento industrial en España, que tanto deben a una política proteccionista en un mercado cautivo, cimentando la riqueza de unos sobre la pobreza de otros, cuyas cuentas están todavía por hacer, es evidente que hoy también las pugnas de cada comunidad autónoma tras recursos presupuestarios centrales, para infraestructuras o asentamientos industriales trascendentes, son cada día más evidentes. La presión política, entonces como ahora, sigue presente en las decisiones económicas centrales. Y en ese punto donde, una vez más me pregunto si Galicia ha puesto sobre el tapete de la ruleta distributiva, ya no los agravios pasados, sino su peso político, simplemente el suyo, en un proceso de “convergencia gallega superior, en un compromiso de conciencia suprapartidaria”.

El proceso de Galicia está ligado estrechamente a la corta utilización de sus representaciones políticas, tanto en la región como en el Estado y en Europa. Y ahora que todos hacen protesta de “galleguismo”, es buen momento para pasar de las palabras a los hechos, pues las urnas, hoy mudas, pronto hablarán. En una ocasión trasladé a un viejo amigo conservador mi preocupación porque intuía que se estaba “ruralizando” la política en Galicia. Mi advertencia no fue bien recibida, pero hoy la ficticia dicotomía entre “os da gorra” y “urbanistas”, manifestada en las pasadas municipales, han dado sentido a mi intuición.
Cuando hablé de “ruralización” no lo hice peyorativamente hacia un medio del que todos venimos y que tantas virtudes todavía mantiene en el ámbito familiar y vecinal. Nuestras aldeas, nuestras pequeñas villas, han sido escuelas de convivencia y solidaridad que debemos apoyar, porque en su medio permanecen y se cultivan las más puras esencias de Galicia. Yo me refería al estilo, a la posible permeabilización a nivel regional, de actitudes prepotentes, distantes y hasta amenazadoras, que en el rural habían manejado a su antojo el subsidio, la pensión en el campo o el informe de “buena conducta” que abría camino al empleo.

Distantes, impermeables en la maraña autonómica, ha sido más fácil llegar a la cúpula que dialogar y resolver con transparencia en las esferas burocráticas, con frecuencia ajenas a su función tuitiva y de apoyo. Son estas actitudes, cuando no las incomprensibles controversias y descalificaciones intrapartidarias, las que fueron castigadas en las urnas urbanas. Ayer, después de bastantes años, me reencontré en el rural pontevedrés con antiguos amigos. Un joven y brillante empresario me decía de sus dificultades aquí, en contra de las facilidades que recibía en el País Vasco, donde la administración actuaba codo con codo con el verdadero empresario. En Cataluña me dice la experiencia que la sincronía es plena.
Diálogo, presencia y presión política aquí, en Madrid y en Europa. Que los partidos, en su representación gallega, se hagan oír, porque con diputados mudos, férreamente controlados, cada día se alejarán más de esa corriente de “concienciación” gallega que avanza de la ciudad al campo y reclama presencia y defensa de nuestro progreso. Deben rectificar, pues bien recientes tenemos marginaciones de personas válidas en todos los partidos, solamente por su matiz regionalista gallego, ignorando que los vientos van por ahí. Que nuestros representantes intervengan, gestionen, reclamen, se hagan oír y respetar. Tanto monta que sean jóvenes o maduros, mujeres u hombres. En cualquier caso, los mejores para resolver el futuro socio-económico de Galicia que se prevé duro y difícil. Enfrascarnos en cuestiones de edad o sexo me parece una puerilidad demagógica como la que atónitos venimos contemplando sobre las pensiones, convertidas en arma electoral engañosa.

Urge “converger” políticamente en Galicia para avanzar hacia niveles europeos de bienestar, porque el tiempo apremia y el maná comunitario se acaba. Después, con una política cambiaria y tipos de interés comunes, con déficits controlados, nuestra capacidad de maniobra va a quedar seriamente limitada en un escenario inflaccionario que comienza a mostrar signos de recalentamiento. En definitiva, urge “converger” políticamente en Galicia, en su progreso, en la reafirmación de su identidad.
Moro, Victor
Moro, Victor


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