La España indecente

En un debate televisivo de hace pocas fechas oíamos a Pedro Sánchez, líder en aquel momento de la oposición, espetarle a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno (ahora solo en funciones), la siguiente frase: “Vd. no es una persona decente”. Si bien es algo que ya sabíamos la inmensa mayoría de los españoles, especialmente el Sr. Rajoy, éste se mostró, por increíble que parezca, sorprendido, manifestando en su defensa: hasta aquí podíamos llegar. De esta acotada frase entendí adivinar que el vilipendiado presidente presentaría al día siguiente en el correspondiente Juzgado una demanda contra el socialista por haber mancillado su honor ante más de diez millones de telespectadores. No fue así. Y quedó, pues, negro sobre blanco, que el presidente del gobierno y candidato del Partido Popular, era y es un indecente.

Llegaron las elecciones. Se votó, y antes del escrutinio pensé, inocente de mí, que el descalabro que se iba a llevar el partido del gobierno lo situaría al borde de la desaparición. Repito, inocente de mí.

Se contaron los votos. Y el partido de las mentiras, el partido cargado de corruptos en el que su presidente era “el primus inter pares”, el partido que, en suma, hizo de la corrupción su razón de ser, dejando en pañales a la mafia siciliana, fue, trágame tierra, la opción elegida mayoritariamente por los españoles, alcanzando el 28,72% de los votos o, lo que es lo mismo, 7,2 millones de papeletas.

Y yo me pregunto: ¿Qué hace que un elector se haga cómplice con su voto de esta pandilla de ladrones? Porque no estamos hablando de ideologías políticas, no estamos hablando de conservadores, progresistas, liberales, comunistas o socialistas, no. No es nada de esto. De lo que estamos hablando es de unos individuos que nos mienten de forma insultante, que nos estafan cuan finos trileros, que nos roban con una honestidad solo al alcance de los elegidos. Y me vuelvo a preguntar: ¿cuándo, por fin, nos convertiremos en una sociedad decente?

Me cabe el consuelo de que no soy el único que así piensa, pues a raíz del resultado electoral, el propio Obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, después de un sesudo análisis, manifestó: “estos resultados reflejan una profunda crisis y son el retrato de una sociedad enferma”. Y es que la curía episcopal española, tan progre ella, y tan preocupada por los desamparados, por los desfavorecidos, por los desgraciados, no podía dejar pasar una ocasión así para recriminar a la sociedad española el haber votado a un partido pleno de corrupción. ¿O no se refería a esto? De cualquier forma, amén.

En todo caso, a pesar de que un tinterillo piense que la lista más votada gana las elecciones, no podrán gobernar. Y no podrán hacerlo, porque se abren dos únicas posibilidades: que, o bien gobierna la mayoría progresista que alcanzó cerca de 2 millones más de votos que las derechas, o bien vamos a nuevas elecciones. Y que a mí, a la vista de los resultados, me queda todavía mucho por hacer.