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Figuritas en la niebla

miércoles, 06 de enero de 2016
A mi hijo, y a su nino.

El gran genio de la literatura, Gabriel García Márquez, dijo en una ocasión que toda su obra estaba basada en las vivencias de su infancia, que todo lo demás a partir de ahí carecía de importancia.

Yo no podría estar más de acuerdo con el maestro Gabo, es más, pienso que cada vez que escribimos, aunque sea de manera inconsciente, intentamos evocar situaciones, imágenes, aromas o sensaciones de esa etapa infantil. Algo de cuando éramos niños subyace en nuestra escritura.

Yo tuve una infancia maravillosa. Sin lugar a dudas no pudo ser más feliz. Todos los momentos del año tenían algo que vivir inmensamente pero sin ningún lugar a dudas recuerdo la Navidad como algo mágico.

El colegio quedaba aparcado durante días, la casa se llenaba de adornos y familia, las tardes eran interminables jugando junto a mi primo, en la mañanade Nochebuena mi padre nos llevaba a buscar la nieve...pero de entre todos esos momentos, había uno muy especial: aquella tarde de sábado que nos montábamos en el coche para ir hasta Begonte.

Recuerdo el olor de los asientos del pequeño coche de mi padre, las luces de Navidad suspendidas en el aire a lo largo de la carretera, siempre difuminadas en la oscuridad de la tarde de invierno. A lo lejos en las casas parpadeaban como chispas de luz los árboles y los nacimientos.

Todo el camino lo hacíamos sumergidos en una niebla densa que casi podías oler, y yo miraba por la ventanilla empañada hasta que dejábamos atrás el indicador poblacional que anunciaba Begonte.

En cuanto llegábamos al centro sociocultural todo eran prisas. Buscaba a mis primos y por fin llegaba el ansiado momento de cruzar la estrecha puerta de madera. A partir de ahí comenzaba la magia. Nada más entrar, en penumbra casi siempre, corría a subirme a la primera gradilla de madera y así poder ver todo cuanto alcanzaban mis ojos.

Docenas de figuritas hacían las delicias de los que estábamos allí. Cocinaban, pescaban, talaban madera, trabajaban el hierro, hacían el pan...Toda una aldea de Belén enfrascada en su vida cotidiana y como no, al frente el Misterio con un José humilde y una María tierna que acunaba a su Niño desde su corazón de Madre.

Apenas me daba tiempo a verlo todo. Mis ojos corrían de un lugar a otro buscando las estrellas, la luna, viendo a los soldados de Herodes desfilar en lo alto del castillo. Buscaba con ansia a los Magos en sus camellos ¡Qué maravilla!. Y todo mezclado con aquel profundo olor a musgo fresco, serrín y humedad que todavía puedo sentir ahora.

Justo detrás de mí, una puertecilla conducía a una salita mágica que hacía posible todo aquello. De allí procedía el milagro de la Navidad de Begonte, bueno, de allí y de las manos de su padre Joselín. Máquinas, motores, botones y palancas que daban vida a aquella aldea, aunque para mí en realidad se movían solos, tenían vida propia.

Era capaz de ver el ciclo completo desde el amanecer hasta la caída de la noche una y otra vez embelesada por los villancicos y por cada uno de los movimientos de aquellos pequeños seres..

¡Han pasado tantos años desde que por primera vez vi el Belén!...pero parece que fue ayer.

Este año, mi pequeño, se acercará por primera vez a esa puerta tras la que se oculta la magia de la vida hecha figura y una vez la haya cruzado, se abrirá ante sus ojos el pequeño gran mundo de las figuritas en la niebla, de las pequeñas casas de piedra, la nieve, la tormenta y una gran luna rodeada de estrellas que jamás olvidará. Le subiremos a la primera gradilla de madera para que, al igual que su madre, su mirada alcance a ver todo cuanto allí se ofrece, y por primera vez , la figurita de un hombre muy especial. Un hombre pequeño de gruesos dedos que sin dejar de mirarnos no cesa en su trabajo de tornero y sobre todo desde su corazón mantiene viva esa aldea de Belén que vive todo el año, para que cada Navidad volvamos envueltos en la niebla a contemplar sus figuritas.
Begontina
Begontina


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