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Debates o espectáculo

martes, 15 de diciembre de 2015
No hay nada más falso que un mitin de campaña electoral. Los que asisten, salvo excepciones que confirman la regla, forman parte del escenario que la fontanería del partido quiere ofrecer para dar ánimo al candidato y para que los medios de comunicación trasladen al público el magnífico ambiente que moviliza tal partido político.

Aprendí que el candidato cuando está en el atril es un actor que debe saberse el guión y muy especialmente en esos segundos de gloria en los que los informativos de las televisiones toman en directo imagen y mensaje del candidato, incluidos los aplausos promovidos por la entrada de clac.

No hay nada más obvio que la propaganda que los partidos políticos hacen llegar a los domicilios, con la foto amañada de los candidatos y mensajes para la galería. Todos estos papeles que forman parte de la quincallería de unas elecciones, cuestan dinero, dan beneficios a las empresas que se aprovechan de la parafernalia y terminan en los basureros sin el más mínimo efecto sobre la intención del voto.

Otra cuestión distinta son los debates. En tales circunstancias el lenguaje corporal de los contendientes, los argumentos y sobre todo las respuestas a las cuestiones de ataque, defensa o propuesta, tienen efecto sobre el tejido social, entre otras razones por ser el único instante en que los potenciales electores saben lo que han hecho o quieren hacer los aspirantes, más allá de las siglas y la perversa disciplina del partido.

El sistema democrático debe ser mucho más abierto y próximo al ciudadano. No se concibe que un representante de una circunscripción electoral solo se acerque a ella en tiempos de campaña electoral. Como resulta insoportable lo del derecho de la lista más votada. ¿Quién hace la lista?. ¿Acaso puede el cuerpo electoral elegir directamente a la persona en la que confía sin pasar por el tamiz de quienes hacen, ordenan y promueven las listas?. Sólo falta que los partidos, amén de ser empresas de poder, se reserven el derecho para evitar las coaliciones tras la obtención de los escaños. En todo caso, en España, el PP, debería haber promovido leyes ausentes: ley de partidos, ley electoral, ley de financiación de los partidos, ley de las obligaciones del cargo electo para con su circunscripción electoral.

La relación entre ciudadano y político, que le representa, se rompe a los pocos días de la cita con las urnas. A partir de ese momento el partido puede hacer o deshacer lo que convenga a sus intereses, incluido perjudicar a los que le han votado. Y desde luego, a la semana de las elecciones, casi nadie recuerda los nombres de los candidatos a los que ha dado el voto, sólo recuerda las siglas de la lista que depositó en la urna.

Recuerdo con romanticismo los comienzos de la democracia. La palabra libertad era el núcleo del mensaje y de las aspiraciones. Los medios para llamar la atención del ciudadano comenzaban con aquellas espectaculares pintadas que decoraban nuestras ciudades. La música y los slogans ponían ambiente sonoro en las calles. Los anuncios con la foto del candidato eran el primer elemento publicista de campaña. Tímidamente, comenzaban las encuestas de la prensa. La pegada de carteles era la batalla nocturna de las dos semanas de campaña.

A medida que pasó el tiempo y las televisiones privadas se hicieron con el mercado audio visual, la competencia por los favores económicos en publicidad, puso un sesgo interesado en las campañas, con una clara tendencia a fomentar el bipartidismo. Encuestas "cocinadas", entrevistas a cara de perro, ausencias de aspirantes que no eran miembros de listas propuestas por la curia, en definitiva, la comunicación al ciudadano se transforma en un mercado al servicio del que paga. La desigualdad entre partidos se hace cada vez mayor, y eso es causa de dos graves hechos que pervierten al sistema democrático. Son los grandes y viejos partidos, con sus fontanerías, quienes deciden la campaña. La posibilidad real de hacerse hueco entre los grandes resulta imposible, razones para que siempre sean los mismos en la oferta al pueblo, y se quiten las ganas de participar en aquellas personas libre pensadoras y contrarias al fenómeno de la partitocracia.

No importa que el candidato sea un experto titulado y contrastado por sus méritos profesionales, tiene que ser de la confianza para los que controlan los partidos, gentes que hacen de la política su modus vivendi, y que no permiten libertades o actitudes sinceras. El objetivo es ganar a cualquier precio, para seguir manteniendo el status quo que ha dado lugar a la nueva casta social: los aparatos de los partidos políticos y la legión de asesores, funcionarios y acompañantes del líder en su singladura de la oposición al poder.

¿Cómo se explica qué?. España haya tenido un ministro del interior de profesión electricista. España haya depositado poder infinito en un "pailán" de Palas de Rey, que apenas terminó el bachillerato. España ha encumbrado a una legión de altos cargos que su carrera la hicieron en las juventudes del partido, sin una sola actividad en las empresas públicas y privadas. ¿Cuál es la formación real de la inmensa mayoría de los altos cargos procedentes del nombramiento de este a aquel partido?. ¿No será esta nueva-vieja casta de oportunistas el leitmotiv de la corrupción?. ¿ A quién resulta más fácil corromper, al aventurero que no tiene nada que perder y está en política para medrar o, al ciudadano brillante con extraordinario currículo profesional que decide servir a su país aportando sus experiencias y capacidades?.

Esta campaña electoral para el 20 D, aporta novedades. El final del bipartidismo a la Española. No ha sido una alternancia entre progresistas y conservadores. Ha sido un quítate tú, que ahora me toca a mí, "chupar de la piragua". De ahí el fenómeno de los emergentes. Pero, ¿Cuánto hay de nuevo en los partidos llamados emergentes?. ¿Son emergentes porque salen de la sociedad civil o alguien está tras de ellos para controlar ese cambio que garantice el mando a distancia de los viejos poderes fácticos?. Al menos han traído nuevos elementos al espectáculo. La esperanza de la sociedad en poder romper los monolitos de la partitocracia.

La imagen de gentes nuevas que parecen dispuestas a darle un nuevo rumbo al sistema democrático. El espectáculo de acercarse, como nunca, a las gentes, gracias a su participación en toda suerte de realitys televisivos.

Al menos y sea cual sea el resultado, dos hechos son incuestionables. Han movilizado el interés del personal, aburrido y hastiado por tanto sinvergüenza metido a político. Han provocado el miedo en las entrañas de la partitocracia, y es que, como en la Cuba de Batista: "Llegó el Comandante y mandó parar…".

Por fin. Conviene que las gentes no olviden o sean víctimas de los trileros, votar es pensar que durante estos últimos años, el gran protagonista, hasta estos últimos días de la campaña, ha sido y es, la repugnante CORRUPCIÓN.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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