Estos días el mundo de la poesía está de luto porque se ha marchado un grande. Dicen que uno no muere mientras lo recuerden, así que aunque Carlos Oroza nos haya dejado, sus poemas y su voz le convertirán en inmortal. Francisco Umbral lo definía como el «poeta maldito». Para mí era Carlos, el poeta que me enseñó a amar la poesía. Tuve la grandísima suerte de conocerlo desde que era un bebé, de hecho gracias a él descubrí la poesía. Todavía recuerdo cuando venía a casa, me sentaba en sus rodillas y me recitaba sus poemas durante horas sin necesidad de leer nada. Me sorprendía su memoria. Recuerdo que me encantaba escucharlo, aunque no entendía bien el significado de sus palabras, ya que todavía no sabía hablar, ni leer, ni escribir, pero me hacía sentir.
Uno de sus poemas inéditos se titula «Para su objeto provocado» y uno de sus versos dice así:
«Su cabeza es un templo de color de extrañas magnitudes.
En cuyo caso la unidad cifrada su elemento incesante ante la
materia que no cede nunca.
Todo está como si nada hubiera sucedido.
Todo se vuelve atrás sin embargo.
Pero en el antepuesto hay un objeto.
El objeto es oscuro. Todo es blanco después si después es azul
y aún más blanco. El objeto es oscuro.
La cabeza hace un giro. Y entre el azul y el blanco se conforma
en el ojo un universo de perfil situado al extremo de un amplio
estrado».
Con el paso de los años empecé a entender el significado de esas palabras y me di cuenta de lo afortunada que había sido siempre. La última vez que nos vimos fue en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en octubre de 2014. Lugar donde le dieron la Medalla de Oro por su labor poética. A pesar de que tenía más de 90 años recitó sus poemas con ese timbre de voz que lo hacía único, y me hicieron recordar una vez más mi infancia. Mientras termino este artículo veo encima de mi mesa su último libro que me dedicó que se titula «Évame».
Nosotros seguiremos recordándote siempre, amigo.
