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La pieza clave del puzzle

martes, 24 de noviembre de 2015
Érase una vez un hombre, ya entrado en años, que pasó la mayor parte de su vida creyendo que su puzzle vital solamente estaba dotado de una única pieza, la material, la consistente en amasar fortuna. Estaba preocupado por construir ése y con ello, con su desmedida ambición, lo que lograba era romper al verdadero, su familia.La pieza clave del puzzle
Su hijo, al ver que su padre no mostraba correspondencia a su amor, una vez que se emancipó, se alejó de él. La esposa terminó solicitando el divorcio. Con estas decisiones, dos piezas fundamentales se alejaban y, para colmo, sus empresas fueron a la quiebra.

Ante esta sombría situación marchó tan desnudo que, ni la soledad lo arropaba.

Este hombre se convirtió en un solitario mendigo que andaba errante por las calles de las populosas ciudades. Buscaba, posiblemente sin saberlo, la pieza clave para reconstruir su puzzle familiar. En estaciones de metro, de autobuses…

Tendía su mano demandando ayuda, creía aquel inope, que solamente precisaba, unas monedas, pero él, lo que en verdad deseaba que le proporcionaran era el medio de recomponer y rehacer su familia.

Un atardecer de diciembre, cuando ya se encendían las luces de escaparates y calles anunciando la llegada de otra Navidad, el vagabundo sintió más frío que nunca, pues su corazón solitario estaba helado. Su mirada buscaba el brillo de alguna estrella que, como a los Magos, le enseñara el camino del lugar al que Eolo llevó las piezas de su puzzle.

Permanecía absorto en sus pensamientos, sin darse cuenta del bullicio de las muchas gentes que pasaban atropelladamente junto a él por la calle. En una de sus aceras, en una esquina, bajo el haz de luz de una triste candileja, estaba quien tuvo todo y no le quedó nada porque no supo montar el puzzle.

Muy pocos se fijaban en el mendigo sedente con un cartón en su mano izquierda en el que se leía:
“!Ayuda, por favor, deseo reconstruir mi puzzle familiar!”.

Aquel SOS parecía pasar desapercibido para muchos. Algunos le echaban en la palma trémula de su mano derecha, unas monedas. Otros, cambiaban su visaje y su mirada de desprecio se elevaba alejándose de él…

Esa noche de tiempo prenavideño se le acercó un caballero ya entrado en años y de porte majestuoso. Observándole le dijo:

-“Yo no te voy a dar monedas, no las tengo ni necesito. Además no te ayudarían mucho, ellas fueron las culpables de tu situación. Te enseñaré el camino que te llevará a encontrar la pieza clave, la que buscas. Cuando la halles, en ese mismo instante, conseguirás de nuevo tener ante ti el puzzle de tu vida completo”.

El mendigo no salía de su asombro en tanto, el desconocido señor proseguía hablándole:

- “Levántate de esos cartones, abandona ese lóbrego rincón y sigue mis pasos!!. Yo te iré llevando camino de un lugar que se llama Begonte, un sitio de Galicia donde está la pieza única y exclusiva, la clave para todos aquellos que tienen, por alguna circunstancia su rompecabezas roto y también para aquellos que, poseyéndolo lo desean conservar.

Solamente tienes que tener fuerzas para arrepentirte de lo egoísta que has sido. No necesitas mochila alguna, exclusivamente ir con un corazón limpio y abierto a emprender una vida nueva. No será necesario cruzar montes nevados por el frío de la riqueza material, vadear ríos crecidos por la avaricia y ambición, desiertos de pobreza… Pero si escuchar a tu corazón, sus latidos serán el eco de tus pasos. Llegaremos al Paraíso de la Navidad, en el mismo vergel de Terra Chá, ahí, amigo, hallarás la pieza grandiosa de la Navidad, el Belén Electrónico de Begonte“.

El mendigo le contestó:
- “Por supuesto, estoy dispuesto a todo con tal de conseguir tener lo que tuve y no supe mantener íntegro, pero… ¿Quién es usted? Parece un ánge!!l”

El recién llegado le repuso:
- “Soy, el que gracias al belén de Begonte hice mi camino. Soy…"
Iba a decirlo, pero en aquel instante toda la calle se cubría de una densa niebla y, rompiendo la bruma, se oyó una voz, era la del mismo Joselín (José Rodríguez Varela) que, en la lengua de su tierra, decía:

“Sígueo, é o pai do Belén de Begonte, é a súa alma mater, é Don Xosé Domínguez Guizán, o crego que inmortalizou ao pobo de Begonte e eu, quen está falando, un dos que sempre estiven colaborando con el”.

Cuando el vagabundo se levantó de los fríos y nevados adoquines e intentó seguirle había desparecido. Ya, por mucho que se restregaba sus ojos, no veía a aquel caballero de porte angelical pero, en el suelo vio un almanaque de bolsillo. Lo cogió y allí, en la portada del mismo, estaba representado el belén de Begonte. Nada más cogerlo entre sus manos y fijar su mirada en aquella estampa tan maravillosa, cual si fuera una puerta fantástica se abrió de par en par. Por ese vano tan singular, el calendario en cuestión, entraron muchos y él entre ellos, uno de los primeros.

En un instante, el inope, sin haber dado un paso, se hallaba erguido de pie, no en calle de ciudad alguna sino, junto con otras muchas personas en una fascinante grada y… delante… el mismísimo Belén de Begonte.

Entonces, en aquel salón volvió a oír de nuevo la voz de aquellos hombres que le decían en tono susurrante:

- “Aquí está la pieza que precisa tu puzzle y el de todos los humanos”!! Aquí, amigo, la tienes!! Son todas esas piececitas, esas figuritas, las que conforman una y exclusiva. Si la miras con fe ya la llevarás, no en tus manos, pero si en tu corazón!! Porque, recuerda, lo que es de todos es precisamente lo que para cada uno resulta imprescindible!!”

Miraba y miraba buscando a aquellos dos hombres pero, no los encontraba, era imposible que los viera físicamente, ya no eran terrenales, estaban en la gloria, por eso, cubriendo los aires del belén de Begonte, apareció una densa niebla. No era bruma, aunque lo parecía, eran las alas grandiosas y majestuosas de unos serafines que las extendían abiertas para lograr arropar al espectáculo cultural, artístico y religioso y servir de cortina singular tras la que quedaban difuminados los rostros felices de los que, desde la altura celestial, contemplaban, con satisfacción, la mejor de las huellas que pudieron dejar en Terra Chá, este belén. Eran ya, uno y otro, D. Xosé y Jesulín, dos eméritos miembros de la grandiosa corte del cielo, dos luceros que exclusivamente se hacen visibles, se ven brillar en Terra Chá en las noches de Diciembre y Enero, en esas nocturnas horas en que, hasta la misma Luna riela dichosa en el espejo mágico de las aguas del río Ladra.

No supo el mendigo el tiempo que estuvo allí. Solamente abandonó el local cuando se acercó el sacerdote D. Xesús y, con su voz melodiosa y paternal, le dijo:

- “Perdonadnos, caballero, tenemos que cerrar, el belén ya ha sido clausurado ayer”
A lo que el visitante le dijo:

- “Pero… Se ha acabado la Navidad!!”
El párroco le responde:

- “Sí, señor, ya es el último sábado de Enero, pero creo que para todos los que son como usted ya nunca terminará la Navidad”.

Salió del Centro Cultural. restregó los ojos, pues parecíale un sueño y, al hacerlo se vio que estaba en la entrada de la puerta del Belén de Begonte pero ya no tenía frío ni estaba lleno de harapos, estaba arropado por las caricias de su mujer y su hijo quienes le abrazaban mientras, su antigua secretaria se le acercaba y le decía:

- “Perdón, jefe, le empiezo a pasar la correspondencia recibida durante su ausencia, pues hay muchísima retrasada mientras hizo ese viaje tan largo al que marchó en una Navidad.”

No podía dar crédito a lo que veía. Miraba hacia el local donde estaba el belén pero ya, ya… pasó el tiempo en el único sitio del mundo donde la Navidad dura dos meses, en Begonte de Terra Chá.

Entonces, abrazando a su familia, gritó con júbilo:

- “Ya tengo el rompecabezas completo; ahora, todas las navidades vendré hasta Begonte para dar gracias por ello y rezar para que nunca más se me descomponga!!”
Marcharon a su hogar y, al otro día, cuando regresó a su despacho, nada más entrar en él, sobre su mesa, junto a la foto que tenía con su familia, estaba enmarcado en la madera noble del tiempo, y cubierto con el cristal del que mira con los ojos de un nuevo sueño, aquel calendario, aquella foto de la gran familia de las figuras del belén begontino, la que hizo posible que un padre, después de perderse él mismo por el mundo, por marchar a buscar su misma perdición, por fin… En una calle estrecha y angosta, en la penumbra de una vida sin sentido, encontró la pieza que le faltaba a su puzzle, la que está representada en un diminuto de los muchos calendarios de bolsillo que cada Navidad se reparten en el Belén de Begonte o en Begonte del Belén, como dijeran los alumnos del gran Félix Villares, alma mater de la dinamización cultural en el Seminario de Mondoñedo.

Gracias a ese almanaque muchos puzles tienen, como en este relato, todas las piezas bien colocadas y ordenadas.

Las cosas tan grandes e importantes como las de este belén, cuanto más humildes y pequeñas, al igual que sus figuras, esos aserradores, leñadores, pescadores, herreros… más grandiosas y portentosas son.

Resulta indispensable, el Belén de Begonte, es la única pieza en la que encajan todas y sin ella, sin la de la fe y la defensa de la valiosa tradición, que representa este belén, el puzzle de nuestra existencia estaría dislocado y roto.

Por eso, cuando llega cada Navidad, hagamos como el protagonista, y, volvamos a buscar, aunque creamos que la tenemos, la pieza que es clave en el “crebacabezas” de la vida, la única y genuina de la Galicia terrena y celestial que se halla, cual santo Grial, celosamente guardada y custodiada en el Centro Cultural “José Domínguez Guizán” de Begonte, pero, en cada primeros de Diciembre se hace visible para unir en ella, dos años en uno, el que se va y el que llega; tres tiempos, un pasado artesano y de entrega y sacrificio, un futuro esperanzador y un presente de luminosa ilusión, en un mismo y único espacio, el de la tierra de promisión galega, la que es encrucijada de todos los caminos, Begonte, donde se dan historias que parecen sueños de fantasía, pero son realidad de la más viva y actual. Todo lo que viene amparado por el manto de la espiritualidad no parece ser terrenal y es que en “Begonte del Belén” el cielo y la tierra forman conjunta unidad en cada Navidad. Será difícil llegar a él sin haberlo conocido antes, teniendo los pies en la tierra y sabiendo que hay oro y plata pero también, por suerte, piezas que, siendo de frágil barro, están a nuestra alcance para enseñarnos la más grande lección, que comprendamos que el rompecabezas de nuestro existir está roto e incompleto si nos falta la bendita ilusión de colaborar de un modo u otro a montar y engrandecer el Belén de Begonte, pues haciéndolo dejamos de ser inopes y mendigos de aquello que teniéndolo lo buscamos sin saber siquiera cual es el motivo de la terrible pobreza que a nuestro ser invade, el no saber completar el rompecabezas más esencial, nuestra propia vida familiar que es fundamental para la grandiosa y comunitaria existencial social.
Pol, Pepe
Pol, Pepe


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