Le he preguntado al espejo si yo era un intelectual
porque últimamente filosofo mucho conmigo mismo, perdido en la soledad de mis pensamientos o entregado a la muy deseada tarea de la lectura de los demás y de lo que yo mismo he escrito.
No; el espejo me miró a los ojos y estos hablaron por sí solos. Los intelectuales son otra cosa, me dijeron.
Luego, paseando en la hora de la escarcha, me acordé de mi vieja vocación de artista y de su porqué. En realidad lo que envidiaba de mis amigos pintores y escultores era la libertad en la que se movían para desarrollar su creatividad. Yo nunca gozaría de ella.

Como jamás disfrutaría con la popularidad de la que aún hacen gala algunos de mis amigos actores, presentadores, cantores
Si es que a mí nunca me gustó viajar y tampoco me entusiasma eso de perder lo único que tengo, la intimidad.
Sí, ya no me inquieta moverme solo entre mi yo y mi entorno más íntimo.
Y
¿sabes? eso es lo que realmente me presta. Ahora que puedo mantener el teléfono alejado de mis instintos humanos me gusta perderme en mi propia soledad. No es tan mala como nos la pintaban.
Reflexiono así después de leer la historia real del modelo y fotógrafo neoyorkino Mark Reay, que vivió cinco años en una azotea porque no podía pagar el mísero alquiler de un apartamento
Lo peor era esconderse de los vecinos del edificio para que no te descubrieran.
Por el día Mark vivía rodeado de glamour y por la noche era un vulgar mendigo que extendía su saco de dormir y encima se echaba una lona para evitar los quince grados bajo cero. Él fue, durante ese lustro, la negra sombra del famoso sueño americano en Nueva York, una ciudad que si tienes menos de treinta mil dólares al año
te devora.
Mark Reay comenzó su juventud desfilando para Versace y las respuestas a todos los porqués que nos podamos plantear las hallaremos en el documental Home Less que espero ver completo algún día.
Aunque a Mark Reay no le gustó mucho su azotea.
Ahora vuelve a vestir radiante, con pantalones de Armani, camisa también de marca y chaleco de diseño. También duerme confortablemente en su piso, en el mismísimo corazón de Brooklyn
y en los mejores hoteles del mundo.
Si su historia te la cuenta él mismo en un café jamás le creerías
pero esta es la verdadera traza de una sociedad que camina hacia la deriva; un planeta poblado por gente que se mata trabajando a cambio de miserables sueldos
para que unos pocos acumulen la riqueza.
A mí lo que me asusta de esos pocos es que no les importa que haya gente durmiendo en la azotea. Por eso busco refugio en mi propia intimidad, para alejarme de ellos.