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Exabruptos: los mínimos

jueves, 12 de noviembre de 2015
Nuestro pueblo, el de España (es decir: gallegos, andaluces, catalanes, vascos, madrileños, canarios, etc), está demostrando que este país ha cambiado mucho, y para bien, en esto de la contestación social. Con motivo del intento secesionista de una parte de Cataluña, no han salido exacerbados salvadores blandiendo espadas, ni vehementes patriotas empujando con la palabra y las obras para redimir a los separatistas, más o menos engañados, más o menos seguros. Es tal la calma, que casi no creemos lo que está ocurriendo.

Hace pocos años, ante este acontecimiento se harían cálculos inmediatos de qué parte del ejército nos apoya y qué parte del capital nos compra armas y municiones; surgirían salva-patrias por las esquinas, a la luz y en la obscuridad, las pintadas sembrarían el odio y la venganza, y las palizas asomarían en cualquier barriada.

Ante la calma, que no la desidia ni la infrovaloración de los hechos, ante la reflexión pacífica, la propuesta de diálogo para entendernos, las argumentaciones incompletas pero necesarias, las iras dormidas parecen haber desaparecido y muy necesario es que así sigan.

Cuando un hijo se quiere ir de casa, porque “no entiende a los viejos” y además los “viejos no le comprende a él”, impulsarlo con gritos y amenazas no es ningún remedio. Lo mejor será quemar todos los cartuchos con paz, en total ausencia de violencia, buscando una línea de entendimiento para pactar lo que sea.

No sé bien lo que proponen los republicanos radicales junto con los burgueses adinerados, no entiendo ese pacto contra natura, que apenas deja entrever un punto en común. No entiendo por qué tiene que ser el señor Artur Mas imprescindible en ese affaire. No entiendo por qué “aquí y ahora” así de repente. No entiendo por qué utilizan el parlamento catalán falseando la realidad, ya que la mayoría no es independentista. Si empiezan con artes poco ortodoxas, los cimientos crujirán a la primera de cambio.

Hay algo que sí se entiende, llevamos cuatro años de gobierno “dictatorial” , el trágala fue el modo de sacar adelante leyes, decretos, procedimientos , contratos y negocios , que la inmensa masa del pueblo no deseaba y que rechazó clara y duramente, pero “la mayoría absoluta” no atiende a razones, ni a otros intereses que no sean los propios. Ha sido duro el cuatrienio, parecía eterno, sin fin. Hemos tenido que tragar sapos y culebras, creer lo increíble, y fue el período que más mentiras hemos descubierto en los mandatarios, y lo peor, sin que el rubor afeara sus mejillas. ¡Qué cansancio!, ¡qué lucha inoperante!, ¡qué escasos resultados!, ¡cuántos oídos sordos a las reivindicaciones!.

Como consecuencia de la escasa respuesta de los políticos, el pueblo se ha ido organizando, quizá con una máxima tácita : “sólo mejoraremos si peleamos nosotros por lo nuestro”. Y se está viendo que tienen razón. Pienso que un buen gobierno de izquierda, preocupado por los que no tienen trabajo, los que que se van y por los que llegan, por la educación y la salud, por los impuestos justos, por el reparto de la riqueza, por la moral social, por la ética humanista..., provocaría mucho menos espíritu independentista, porque lo que esta mañana han pedido en el parlamento catalán, era libertad para conseguir esos objetivos y anular la ley mordaza, y otras varias. El Gobierno actual ha tirado tanto de la cuerda que está a punto de romperla.

Unos momentos después de la disolución de las Cortes, el presidente del Gobierno afirmó “la constitución no la tocaremos”. Un exabrupto impertinente en unas jornadas de lucha ideológica y legislativa. ¿Qué es la constitución, un credo?, ¿la Biblia de los conservadores y postfranquistas?, ¿el corán de los involucionistas?, ¿la tanaj de los de “ordeno y mando”?. Cambiemos el discurso, no hay nada eterno, y constituciones en este país las contamos casi por decenas. Una cosa bonita dijo Albert Rivera hace dos días “¿la Patria?, la patria son los otros, los ciudadanos”, y añado yo, por los otros, habrá que cambiar la constitución y lo que haga falta.

Otro exabrupto inoportuno fue el del Señor Olbiol “a chulo, chulo y medio”. En este país sobran los chulos de uno y otro lado, y los matones legionarios. No se acaloren y busquen remedio. Esto es lo que esperamos los que creemos en la maravilla que es este país tan diverso, tan complementario. Si pretenden quedarse solo con la parte minúscula uniforme, no valdrá nada. España está compuesta por siete zonas peninsulares e insulares, diversas, pero muy bien definidas.
Cal, Rosa
Cal, Rosa


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