Yihadistas por frustración
Molares do Val, Manuel - martes, 10 de noviembre de 2015
Walid Oudra, de 26 años, pasó de perder a su novia y su empleo a odiar la vida y querer matar a infieles para satisfacer a Alá.
Una entradilla corta y precisa de Luis P. Arechederra sintetizaba cómo se hizo yihadista un inmigrante marroquí detenido este fin de semana en Madrid, donde, con otros dos marroquíes, quería atentar y asesinar, primero a judíos, luego a sufíes, una secta contemplativa musulmana, y finalmente a españoles comunes.
Walid estaba desesperado. Malvivía sin medios y ya no sabía qué hacer. Según las investigaciones policiales se encontraba desorientado y aislado del mundo, al que odiaba cada día más, cuando encontró a Abdessadek Essalhi, un fanático que incendió su mente y lo captó para hacer la yihad.
Obedeciendo a su líder del Estado Islámico, Yassin El-Mourabet, que difundía por Twitter sus órdenes, Essalhi se convirtió en consejero y guía espiritual de Walid, que le comunicaba todos sus pensamientos y seguía sus consejos.
Ambos estaban disponibles para cometer atentados terroristas y cumplir un catálogo de actividades que les ordenaba su mentor espiritual.
Cada idea que les comunicaba El-Moubaret por internet era más violenta que la anterior, y ellos, junto con el tercer integrante de la red, gozaban imaginando los cuerpos destrozados con bombas o decapitados que provocarían.
Esperaban acabar con sus frustraciones al morir en algún atentado para ir al Paraíso.
Walid ya no necesitaba a la novia traidora que lo había abandonado, ni un trabajo de camarero que rechazaba porque debía servir alcohol. Tendría huríes.
Este es el problema que plantean los yihadistas: si mueren asesinando, Alá les premia con goces eternos, y hay tanta gente frustrada, incluso sexualmente, disgustada consigo misma, y con tanta fe religiosa, que la parroquia de los yihadistas crece aceleradamente y es inacabable.

Molares do Val, Manuel
Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los
autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora