Impresiones de un viaje por los Emiratos Arabes (IV)
Realmente no entiendo como me aceptáis por amigo, supongo que será porque no tenéis otra cosa que hacer, que ya tenéis hijos y no queréis más o porque con el frío que hace y al estar en casa, pues que más da hablar con un Guisande / Guisante que un Pérez o un García, porque sinceramente, a mí me presentan a un tipo como ese
y un día, bien; dos, también, pero tres
paso.
Pero bueno, cada uno se inmola como quiere, pero el tipo ese normal normal no es porque ¿tú crees que es normal que estando en Dubai, en un megasalón de un superhotelazo que jamás imaginaste, a uno le expliquen las maravillas ocultas del edificio y que en lo único que se fije y le interse sea un azucarillo? Gracias, pero no, normal no es, ¡¡qué va a ser!!
Y esto ocurrió cuando después de recorrer no sé cuantas avenidas paramos en un hotel en plan descanso a tomar algo. Nada más entrar, quienes me acompañaban empezaron a contar no sé qué de las instalaciones: que si una pista de hielo, que si una piscina superinmensa con luces y efectos especiales, que si allí durmió o se despertó
pues ya podían hablar de eso y mucho más, o que el hotelazo era descapotable, que uno no quitaba ojo al azucarillo que acaban de poner junto al café.
Y cuanto más lo miraba, más me preguntaba lo que nadie en Europa se pregunta desde que el primer esclavo cogió un grano en un cafetal a ritmo de molombomolombolombo; ¿cómo funciona ese azucarillo? e inmediatamente después una duda tipo marcapasos acelerado: ¿pero desde cuándo un azucarillo funciona como si fuera una máquina?
Yo hasta ahora, pues como tú, cogía un azucarillo, lo desenvolvía, lo echaba en el café y listo; pues aquel azucarillo no; aquel azucarillo era distinto y solo le faltaba un libro de instrucciones en varios idiomas y código de barras. Lo miraba y lo remiraba y me decía «¡¡pero cómo diablos funciona!!», a la vez que pensaba «a ver si uno de estos se anima, lo utiliza y aprendo». Y en tanto que veía que nadie lo tocaba
. «a que van a tener todos estos diabetes
».
Y es que el terrón consistía en un pequeño palito en cuyo extremo, como si fuera cemento, estaba pegado el azúcar. ¿Y para qué? pues para, una vez que te pusieran el café, introducirlo en la taza, dar vueltas al palitroque e ir calculando, a base de sorbos, lo dulce que estaba. Un poquitín dulce, pero solo un poquitín
pues un giro de palillo como si fuera la ruleta; más dulce
tres o cuatro vueltas; dulce de todo
pues dale al palitroque a toda velocidad como si fuera una peonza hasta acabar con el azúcar.

Pues así, mientras hablaban, me miraban y yo asentía con la cabeza como que estaba interesado en todo lo que decían, bien estuve como media hora larga a punto de sufrir de estrabismo, con un ojo en el azucarillo y el otro en mis acompañantes, pensando que la diabetes no sé si hace estragos, pero que un trago sin azúcar
no.
Y claro, estas situaciones son fastidiadas porque dile tú a un alto cargo del Gobierno de los Emiratos Arabes, que te ha invitado a venir desde España para hacer una exposición, que se ha molestado en enseñarte la ciudad y que te cuenta ilusionado las maravillas de lo que hacen sus arquitectos e ingenieros que lo que más te llama la atención es cómo funciona el azucarillo
que yo no sé como va la
normativa/lavativa árabe para estos casos, pero me da que para imbéciles debe haber toda una legislación del copón, y si no la hay pues pensarían lo que pensaria todo el mundo: una de dos, o las dos, que quien es el idiota al que he invitado y, que más que endulzar, por eso, por idiota, le vamos a amargar su vida.