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Algo más sobre la estupidez

lunes, 19 de octubre de 2015
"Es muy difícil convencer a alguien de la verdad de algo cuando su trabajo consiste en no ver la verdad" (Mark Twain).

Estamos por concurrir a elecciones una vez más. Aparecen monaguillos, discursos, jadeos, celebraciones. En el fondo es reiterar una experiencia inútil. Por supuesto que una democracia o simulación de democracia o pantomima de democracia es siempre mejor que una dictadura, que un gobierno tiránico. Pero dejando de lado eso (que no es menor, que no es menor) el resto consiste en una bailanta reiterada, de mal gusto, de caretas mediocres. Se trata, una vez más, de populismo o república. Y entonces votaremos. Con resignación, sin entusiasmo, sin cábalas. Pero sabiendo que no son sólo los políticos, intelectuales, sindicalistas, empresarios o profesionales los mediocres, corruptos, básicos, elementales y por lo general ignorantes. Es un pueblo que es torpe, decadente, ciego, básico, mediocre. Sin sonrojarse, caro lector, sin insultos o demagogia.

Un pueblo como todos (según las épocas), como muchos (según las culturas) que se ha ido degradando y cree o quiere creer o imagina creer, que es tangible, feliz, inteligente, categóricamente superior. Categorías confusas, entonces, delirante por momentos, triunfalista, una suerte de fascismo criollo con rezongos y cuchicheos. Carnaval, bombo, pachanga y birra. Villa miseria, pobreza, desnutrición, droga, falsedades, inauguraciones, aplausos, cargos. Y luego los emblemas del Poder, la mirada de los dioses. Piedad y mirada rabelesiana: la corrupción lo cubre todo.

Decía no hace mucho el profesor y divulgador científico John Allen Paulos: “Puedes mentir con números igual que sin ellos, la gente lo hace todos los días. Con los números es más difícil pero hay maneras de condicionar una cuestión, como ser muy preciso con las cifras. Me gusta contar la historia de un conserje del Museo de Historia Natural de Nueva York que solía decir que uno de los dinosaurios tenía 200 millones y nueve años de edad, y cuando le preguntaban explicaba: 'Oh, me dijeron que tenía 200 millones, pero me lo dijeron hace 9 años'. Esta precisión impresiona a la gente cuando no hay razón para ello”.

Debemos poner foco en la vida cotidiana, en la calidad de vida, en las mutaciones y mutilaciones cotidianas. En los robos, los asaltos, las muertes, los engaños, los caballeros conversos, la fachada de nuestra cultura, los monólogos insoportables. El melodrama y la legión de excluidos, la circularidad de los discursos y de las proclamas, los engaños sistemáticos, los desplazamientos vertiginosos, las virginidades y el catecismo, la acumulación de capital y los ladrones con cuello duro, los disfraces y la convocatoria, la burla, el cinismo, el contubernio. En eso estamos, en este lodo vivimos. Con islas, sin duda, islas donde hay creadores, gente honesta, hombres lúcidos, trabajadores de verdad. Pocos, pocos.

Finalizaremos escuchando otra vez a Paulos: “Se habla de gastos de millones de dólares, pero daría igual que se hablara de billones o trillones, porque los números suenan igual. Pero tiene implicaciones políticas cuando se habla de invertir en una guerra, por ejemplo. Un millón de segundos son 11 días y medio, pero mil millones de segundos son 32 años, y un billón de segundos son 32.000 años”.

Sea prudente, lector. No miento.

(Carlos Penelas, octubre de 2015).
Penelas, Carlos
Penelas, Carlos


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