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Gallegos y andaluces se dan de bruces

miércoles, 14 de octubre de 2015
En alguna ocasión, con motivo de alguna reunión de amigos o compañeros, derivaban las conversaciones hacia el hecho diferencial entre las idiosincrasias que componen el acervo de los diferentes pueblos de España hasta el punto de que, en más de una ocasión, alguien apostillaba “si es que los andaluces y los gallegos no nos parecemos en nada”.

Transcurridos ya más de seis meses desde que se celebraron las elecciones andaluzas y analizado con calma el resultado de las mismas, se constata que, en algunos aspectos, sí que nos parecemos, incluso se diría que mucho más de lo que en principio se pudiera pensar.

El Partido Socialista Obrero Español lleva nueve legislaturas gobernando en Andalucía al igual, (si exceptuamos la del efímero Touriño), que el Partido Popular hace en Galicia. Ambos partidos han tejido, a lo largo de tantos años, una red clientelar enmallada a través de cohechos, de favores, de adjudicaciones, de empleos públicos a dedo y de subvenciones con el único fin de mantenerse en el poder.

Tanto en Galicia, que incorporamos en el santoral a San Cacique, como en Andalucía, que elevaron a los altares a San Señorito, tejen la red clientelar por medio de las Diputaciones Provinciales, que encuentran así su razón de ser y que colocan en los Ayuntamiento, sobre todo en zonas rurales, a los oportunos Alcaldes con el único fin de perpetuar al ente provincial bajo las siglas del gobierno autonómico, siendo en nuestra Comunidad el exponente máximo la Diputación de Ourense controlada por el clan Baltar.

Llevamos en ambas regiones 34 años de Autonomía y no fuimos ni somos capaces de librarnos del yugo caciquil que se ciernes sobre nuestros cuellos gracias, entre otras cosas, a las personas agradecidas que pagan con su voto el favor recibido. ¿Y de quién es culpa? Nunca del receptor, que cumple la obligación exigida por el político. La culpa es del cacique manipulador que, olvidándose del fin primordial para el cual es elegido “servir al ciudadano”, dedica todo su tiempo a sobornar voluntades entre las clases más desfavorecidas: a estos les coloca una farola en su barrio, a aquellos les arregla la cuneta, a los otros les bachea el camino, al más influyente le emplea 3 meses al hijo como barrendero o simplemente, a aquel buen hombre, que los venera como a dioses, le aparecen en el entierro de su padre. ¡Con qué poco nos conformamos! Nos venden lo que es nuestro y nos cobran por ello lo más sagrado, nuestra voluntad.

Y así pasan las Legislaturas y las desigualdades con las otras Comunidades, que hace mucho tiempo sustituyeron en su santoral a San Cacique y a San Señorito, por Santa Dignidad y Santa Libertad, se hacen más evidentes. Mientras en aquellas mejoran sus niveles de bienestar, en las nuestras nos hundimos cada vez más en la pobreza y la desigualdad: tenemos los salarios más bajos, las pensiones más pequeñas, los más altos niveles de desempleo, los mayores índices de emigración, en fin, cualquier dato comparativo de bienestar que hagamos nos sitúa en los últimos lugares. Mientras tanto la enorme mamandurria de la Ciudad de la Cultura o el escandaloso fraude de los ERES no pasa factura a sus responsables; y no es porque no nos demos cuenta, no es eso, pero, si en su día vendimos nuestra voluntad a cambio de nada, ¿qué podemos hacer ahora?
Sampedro, Jorge
Sampedro, Jorge


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