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Los años del Seminario: 2, Mondoñedo

martes, 13 de octubre de 2015
A D. Enrique Cal Pardo, mi protector, mi guía espiritual, el cura que siempre tengo ahí... esperando homenaje.

Decíamos el otro día que nos habíamos iniciado en “los estudios para cura” en Lorenzana, y allí nos habíamos preparado los dos primeros cursos, pero sería en Mondoñedo donde se cursarían los diez siguientes cursos hasta llegar al sacerdocio.

Nuestra llegada a Mondoñedo fue acompañada de una serie de cambios a cual mejor: vestíamos de sotana y, si había solemnidad o paseo, usábamos beca y bonete; las instalaciones eran nuevas, casi a estrenar, y muchísimo más amplias; el profesorado era más variado y se profundizaba en la materias hasta, por ejemplo, llegar a quinto con nuevas asignaturas como francés y griego. Nos fuimos familiarizando tanto con el latín, la lengua castellana, la Historia o la Música, además de otras materias, que a la larga le han servido a muchos compañeros para su desarrollo profesional con indudable éxito.

Obviamente seguíamos manteniendo nuestros preceptores como D. Honorio Esteban Mayordomo, castellano de Aranda, a quien mi rebeldía le daba muchísimo trabajo; D. Manuel Roca, vilalbés de San Juan de Alba, muy efectivo a la hora de obligarnos a estudiar; D. Enrique Blanco Pico, natural de Vilacampa, más adelante párroco de San Francisco de Viveiro y, por tanto, de mi parroquia. Ejemplar su caridad. Me dijeron que se había ido a las misiones. D. Ángel Paz Gómez, de Irixoa-Muras, inteligentísimo, y hoy una de las mentes más preclaras de la Diócesis; D. “Pepe” de Fazouro, otra mente privilegiada del que se comentaba que había sido ordenado muy joven por su gran preparación y hoy es el ecónomo diocesano. Lo veo con relativa frecuencia y mantenemos un fuerte afecto mutuo. D. José Caramés Río, a quien posteriormente encontraría de párroco de Valcarría- Viveiro y que después se secularizó. ¡Cánta buenísima gente, que fue cura y se secularizó, con lo duro que resultaba en aquellos tiempos dar el paso, y que hoy podría ser aprovechada para el apostolado! Quien conozca a alguno comprenderá la valía de esas excelentes personas.

Quizás el tiempo, más de cincuenta años, haya borrado en estos momentos a algunas personas y pueda confundir su labor. Pido disculpas. Pero, en cambio, hay otras imágenes que todavía están muy vivas y las vemos con mucha nitidez: El profesor D. Ricardo Pena Domínguez, explicándonos quienes eran los urritas, camitas y esas cosas que hoy ignoran muchos jóvenes de aquella edad; nuestro ilustre Prelado del Papa, D. Uxío García Amor, entonces D.Eugenio,quien nos impartía clases de Literatura y nos enseñaba lo que es la hipérbaton, el símil, la paradoja, el sinécdoque… todas esas cosas tan importantes son para escribir bien. D. Eugenio siempre siguió estando ahí, ya en Mondoñedo, ya en As Pontes, ya en Vilalba… Él, su bondad, su sensibilidad, ¿Quién puede ayudarme para que pueda leer sus poemas? Su música…¡Cuántas corales recibieron sus enseñanzas! Uno de esos sabios que todavía no ha sido valorado como merece. Sé que (D. m) nos veremos el próximo día diecisiete en el Homenaje al Seminario y es una de las persona que más me ilusiona reencontrar.

Existían otros profesores como D. José Cascudo, ya muy mayor, que nos daba clase de matemáticas; D. Jaime Cabot, “San D. Jaime”, aquel santo varón que entregaba cuanto llevaba encima a aquellos pícaros mindonienses, que se aprovechaban de su bondad y lo despellejaban sin piedad ni caridad alguna. Otro virtuoso músico, de origen mallorquín, que tanto ejemplo nos dio.

Quedan en el recuerdo otros muchos que merecen nuestro reconocimiento y cariño como el culto D. Edelmiro Bascuas, profesor de griego y francés, de quien hablan maravillas sus amistades; los seminaristas, ya diáconos que nos enseñaban música o sustituían a algún profesor cuando faltaba. Estoy hablando de Higinio, Cheda, Cendán, el mismo colega Carballo, ese cura, excelente mago, escritor simpatiquísimo, con su humor y retranca, colega en “Galicia digital” y de cuya salud me da cuenta nuestro común amigo Xulio Xiz.

“Cerna de Carballo”, es un libro en el que cerca de doscientos amigos alabamos sus virtudes. Salud, compañero.

Nuestra vida allí era, desde mi punto de vista, mucho más agradable que la de Lorenzana. Las instalaciones nuevas, como decía antes, eran también amplias y los dormitorios o el estudio eran salones muy grandes; también el refectorio, nombre del comedor, donde la comida seguía siendo parecida a Lorenzana, basada fundamentalmente en patatas y el riquísimo pan de Mondoñedo; la capilla, también grande y nueva, era, en buena lógica, visitada dos o tres veces al día: misa, pláticas, rosario u otros extras; el patio de recreo era suficientemente grande como para poder jugar al fútbol de siete u ocho, con nuestras camisetas y pantalones de deportes-no muy comunes en los juegos de los pueblos; muchos conocimos allí una canasta de baloncesto o una red de balonvolea y aún podíamos disfrutar de ping-pon, futbolín, juegos de mesa. Sinceramente, a mi modo de ver, no estaba nada mal. Y para muchos, procedentes de aldeas, habituados a “alinda-las vacas e ir á escola”, aquello era todo un mundo totalmente novedoso y avanzado.

No nos olvidemos de la perspectiva social de los años sesenta del pasado siglo.
Es preciso recordar que en cada curso podíamos estar cincuenta o más alumnos. Quiero recordar que nosotros empezamos setenta alumnos o más. En cada comarca había unos treinta o más seminaristas repartidos en todos los cursos.

Hasta aquí este pequeño resumen de nuestras vidas, escaso, y sin contar muchas cosas que dejaré para otra ocasión. Gracias, una vez más, a mis profesores y compañeros.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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