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El automóvil del pueblo

martes, 29 de septiembre de 2015
En 1938, Adolf Hitler prometió a los alemanes fabricar un millón de Volkswagen -vehículo que devendría en el popular “escarabajo-. La promesa, al igual que los mil años del III Reich, no iba a cumplirse. Meses más tarde, Alemania iniciaba la devastadora II Guerra mundial, y toda su industria se volcó a producir armas, tanques, buques y aviones.
Aquella cifra sonaba descomunal. Ni siquiera la gran industria mecanizada de Ford podía producir, en breve plazo, tal cantidad de vehículos motorizados. El “auto del pueblo”, según etimología de la conocida marca, tendría que esperar un cuarto de siglo para extenderse por el mundo, fabricándose luego en Brasil y México.

Pero nadie pudo discutir, durante muchas generaciones, desde mediados del siglo XIX hasta hace muy poco, el prestigio de las manufacturas germanas… Escuchábamos, cuando niños, las recomendaciones de familiares y conocidos: -“Si vas a comprar una juguera, un califont, una aspiradora, una radio, un tocadiscos, un refrigerador, una cámara fotográfica o… un automóvil, que sea de origen alemán. Duran muchísimo y no fallan”.

En este siglo XXI de incertidumbres, decepción e inestabilidad, cuando los chinos comunistas y los indios descendientes de Gandhi explotan niños y mujeres, para nutrir de mano de obra barata a las grandes economías capitalistas de occidente; cuando Cuba va en camino de ser “recuperada” como gran isla de negocios y oportunidades empresariales; cuando la clase política universal se ha transformado en un club gigantesco de transacciones y goce de prebendas… parecían quedarnos algunas islas impolutas -una de ellas era Alemania, comandada por la impertérrita Frau Merkel, ordenando las políticas monetarias de Europa, metiendo en cintura a los díscolos griegos, con su Partenón hipotecado-, nos cae, no como un balde de agua fría, sino como un nuevo terremoto, la noticia del forzoso mea culpa de Volkswagen:

El director ejecutivo de Volkswagen en Estados Unidos, Michael Horn, admitió que la firma automotriz alemana fue deshonesta en las pruebas de emisiones contaminantes y asumió que "la embarramos totalmente".
El ejecutivo prometió "enmendar las cosas con el Gobierno, con el público, con nuestros clientes, nuestros empleados y también, muy importante, con nuestros distribuidores". Lo que partió como un escándalo en Estados Unidos, adquirió dimensión planetaria cuando Volkswagen confesó que 11 millones de vehículos diésel están equipados con un software destinado a manipular los resultados de los controles de polución.


Esto se parece a la tardía e inútil contrición mediática del Papado por los ultrajes, aberraciones sin cuento y crímenes “ilustres” cometidos por la Inquisición hace tres, cuatro y cinco siglos. Gestos más publicitarios que efectivos, maniobras que tratan de recuperar una confianza perdida, quizá, de manera irremediable… La Iglesia ha ido perdiendo muchos adeptos, ya lo sabíamos, y los seguirá lamentando, mientras no sea capaz de resolver la contradicción entre el proceder de su jerarquía, aliada con los poderes hegemónicos de este mundo, y el mensaje de su humilde inspirador.

¿Pero quién va convencer a la clientela automotriz para que vuelva a comprar la marca de la hermosa y popular etimología? Es todo un símbolo que se derrumba y se hace añicos. ¿Qué no se dan ustedes cuenta de la magnitud del daño? Y esto ya está dando pábulo a los enemigos aleves del neocapitalismo, para utilizarlo como una más de sus flaquezas…

Yo que soy nostálgico, recuerdo dos escarabajos “emblemáticos” -como escriben los periodistas-, el de mi hermano Mario, de color rojo intenso, que trajo a fines de los 70 desde Río de Janeiro, en el que viajamos varias veces al campo, sin ningún desperfecto; el de mi primo Pedro Ortúzar, de color verde claro, que sirvió durante cuatro décadas, con antigua e infalible fidelidad germánica, antes de la atroz contaminación racial-mecánica que mezcla hoy a chinos, japoneses, coreanos, indonesios y aun indios, en una producción industrial masiva que desplaza a los grandes clásicos, en un proceso que involucra también a la literatura contemporánea y otras artes…

Pero me estoy desviando del tema de esta crónica, compañero y amigo lector; perdóname también a mí, si es que perdonas a los Papas y a Herr Michael Horn… Tengo miedo que el día de mañana aparezca Frau Mercedes Benz en el escenario, rasgando sus antiguas vestiduras y gritando a voz en cuello: “Pido perdón a todo el mundo, porque hace dos décadas que les engaño… Mis piezas y partes no son auténticas, vienen todas de China, como esos repuestos de plástico que se queman después de las mil revoluciones por minuto”.

Basta de caos y revoluciones (aunque solo sean mecánicas). Después de todo, sigo confiando en mi modesto y sencillo Fiat italiano, y en su convincente palabra latina.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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