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Entre Indas y Marhuendas

lunes, 14 de septiembre de 2015
“Eche o que hay”, decía mi madre cuando algo no tenía remedio. Ella, transeúnte durante 98 años por una España miserable, negra y cainita, estaba acostumbrada a perder las batallas. Los de izquierdas, los rojos, siempre las perdían.

Cuando el mayor genocida de la historia de España firmó el bando que anunciaba el final de la guerra, originada por su golpe de estado, no les llegó a los perdedores la paz, les llegó la victoria y en esa situación, de derrotados, estuvieron no solo el tiempo que duró el sátrapa golpista, sino que sus estrechos colaboradores o sus descendientes, que conservan el control sobre los medios de comunicación y que, por lo tanto, son creadores de opinión, con una legión de periodistas profesionales a sueldo y a la orden del capitalismo más feroz, siguen empeñados en mantenerlos en su condición de perdedores.

Forman una autentica pléyade estos mal llamados periodistas encuadrados ideológicamente en la extrema derecha, que manifiestan en público su retrógrada ideología sin advertir el ridículo que provocan, y que están representados dignísimamente, por la enorme exposición pública a la que son sometidos, por los inefables Eduardo Inda y Francisco Marhuenda, verdaderos paradigmas de lo que nunca debería representar un auténtico profesional de la información.

Durante los 40 años que duró “la larga noche de piedra” la opinión pública española estuvo personificada, en su modalidad escrita, por una prensa marcadamente franquista. En su modalidad auditiva por una radio nacional y ultra católica, y en la visual por el cinematográfico NODO. Y, por si alguien no leía el periódico, no escuchaba la radio o no iba al cine, ahí estaban los púlpitos parroquiales y catedralicios, desde los que, diariamente, se repetía el gubernamental mensaje. Mientras, la mitad de los españoles, la considerada “gente normal”, nadaba a sus anchas, el resto, pobres imbéciles, vivían, sin saberlo, en un auténtico Paraíso. Y ¿qué coste tenía?, pues nada, simplemente asumir: “eche o que hay”.
Mientras duró el asesino, y por el sanguinario control ejercido sobre parte de la población española, -no olvidemos que somos el segundo país de mundo, tras Camboya, en número de desaparecidos cuyos restos no han sido recuperados ni identificados-, uno puede entender que fuera imprescindible la vergonzante colaboración de intelectuales, escritores y periodistas, que de todo hubo, que intentaran manipular a la opinión pública, tratando de ocultar los crímenes de lesa humanidad que se estaban a cometer. Pero lo que no cabe en cabeza decente, es que después de su muerte (por cierto, como una verdadera piltrafa) los que cogieron el testigo de esta pléyade de indecentes sigan tratando de manejar el criterio ciudadano utilizando los mismos medios: una prensa escrita bajo la bota del capital una televisión subyugada por el gobierno y una rencorosa radio episcopal obstinada en mearse sobre la Biblia. Todo ello con una desvergüenza digna de los momentos más negros e impúdicos de la historia del pueblo español.

Antonio Jiménez, Pilar Urbano, Isabel Sansebastian, Curri Valenzuela, Xavier Horcajo, Graciano Palomo, Jiménez Losantos, Ángel Expósito, Julio Somoano, Juan Manuel de Prada, Hermam Tertsch, García Serrano, Carlos Dávila, Antonio Naranjo, Alfonso Rojo, Bieito Rubido, Nacho Villa, Alfonso Merlo, Buruada y tantos pitufos fascistas que pululan por los pueblos de media España, se empeñan en seguir denigrando a los que durante toda una vida han tenido que conformase con decir “eche o que hay”. Y ¿Cuál fue su culpa? Defender a un gobierno, democráticamente elegido, de un golpe de estado provocado por un grupo de fascistas liderados por el H. de la G.P. más grande de nuestra historia, para lo que contó con la imprescindible ayuda de sus dos tiernos amigos, Hitler y Mussolini, formando el conocido y famoso “trío calaveras” (Franco hacía de tiple).

Si a los demócratas, al pueblo llano, además de las brigadas internaciones les hubieran ayudado las democracias europeas, se podría haber restituido la legalidad, evitando la masacre y la posterior represión, y quién sabe si, tal vez, la segunda guerra mundial.
Los perdedores hace mucho tiempo que les han perdonado a los “vencedores” su victoria. A la historia me remito. Sin embargo, éstos aún no les han perdonado su derrota a los perdedores. Y toda esta tropa, de mal llamados periodistas, sigue contribuyendo a ello. “Eche o que hay”.

Que falta le hacen a este país unos medios de comunicación objetivos e independientes.
Sampedro, Jorge
Sampedro, Jorge


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