Presentación de SIDECAR, libro de relatos cortos de Nerea Pallares.
Buenas tardes, y permitidme que mis palabras sean, por decirlo así, en clave y tono de Frank Sinatra, o sea, My way, a mi manera.
Y quiero comenzar mi speech, porque eso va a ser esto, trayendo a

veneración de todos el noble árbol que de forma tan agradecida viene creciendo desde siempre en nuestra tierra de Lugo, tanto en la capital como en la provincia, y cuyo fruto es hermoso a la vista y muy agradable al paladar. Su nombre científico, ars scribendi, también ars amandi, o también digitalis purpúrea. Ars amandi, porque escribir es amar; digitalis purpúrea, porque ese arte solamente lo pueden tañer dedos aptos para acariciar y guardar tesoros, algo que los antiguos reservaban en exclusiva a cofres repujados con paños de tal color, el púrpura.
Todos conocemos algunos de los mejores ejemplares de ese árbol, a cuya sombra quizás nos hayamos cobijado más de una vez, disfrutando al tiempo, muchos, las mejores y más altas elevaciones personales, incluso colectivas. Ahí están: Alvaro Cunqueiro, Leiras Pulpeiro, Aquilino Iglesias Alvariño, Noriega Varela, Nicomedes Pastor Díaz, allá por la Mariña. Más cerca, na Terra Chá, Manuel María, coa súa mensaxe, vivide/ Sen berros que cheguen ás entrañas, vivide/ Vivir, sempre/ Vivir agora, denantes e despois, grabado ya en letras de piedra en el arcén de Franciscanos de nuestra ciudad: la literatura es vida y da vida. Así, también, lo consideraba el fundamental Don Gonzalo Torrente Ballester cuando hablaba de que sólo las palabras son siempre edificantes, esto es, sólo ellas tienen el poder de construir mundos
y de reconstruirnos a todos nuevamente. Y Nerea Pallares aún niña y allí, junto al arcén de Franciscanos, comenzó a darse cuenta de ello, lo sabe y así lo experimenta y hace hoy. Ella misma lo confesará medio minuto más abajo.
Y sigo con los árboles ejemplares, ya urbanitas. Entre otros: Anxel Fole, Luis Pimentel, hoy vecinos de la Plaza Maior; Celestino Fernández de la Vega, Ramón Piñeiro, Luciano Penedo, Antonio Figueroa, Correa Calderón, estos últimos agromando no seu día unha Galicia con máis xeito de seu. Daquela eu non sei se Nerea Pallares escribe ben ou mal, pero o que si sei é que ela é unha profesional do pensamento como a copa dun pino e dedicación exclusiva.
O Uxío Novoneira -otra vez el humus- , que creció, y está, en las tierras del Caurel, donde la frondosa arboleda de otros carballos y castiñeiros casi oculta por completo la luz del cielo, para así poder exaltar de modo exhausto la de la tierra. Y eso es el escritor, Nerea Pallares en este caso, quien recoge la luz y la voz de la tierra, para iluminar con ella, por ejemplo, todas las páginas de estos relatos del libro que hoy se presenta, y en el que su razón y su sentimiento extraen las palabras de las profundas raíces del milenario roble que es el ser humano, ella, Nerea, todos
pero ella.
O ese otro ejemplar de volumen catedralicio, como llamaba Ortega y Gasset a Rof Carballo, también paisano nuestro y de la autora, y a quien el mismo Ortega calificaba de franco tirador cuando el lucense escribía sobre el ser humano: lo que, derivándolo al caso, da pie para indicar que Nerea Pallares, esta joven autora lucense, hunde firmemente sus raíces hacia abajo para poder tirar todos sus relatos cortos con el dedo levantado hacia arriba y la serenidad libertaria del rotundo y seguro j´accuse de Zola y más tarde de Pablo Neruda.
Y así, sin olvidarnos de los Claudio Rodríguez Fer, de los Miguel Anxo Murado, Marina Mayoral, Marta Rivera, y de tantos otros hermanos de la pluma, y a veces del estoque, es natural y lógico que Nerea Pallares, ya que lo es, sea, al final y en la misma hilera, una escritora cromosomática
Pero, siendo ello verdad, lo que realmente resulta es que ella, además y sobre todo, es una escritora hermafrodita
: Ella sola se lo hace todo, y además lo logra
:
A los 13 años ya andaba depilando adjetivos innecesarios y pintándole las uñas a las palabras, para que así, unas veces oliesen a un Chanel nº 5 y, cuando fuese menester, hubiesen de ser como garras, y no de mujer fatal.
A esa edad, a los 13 años, como sucede a la mayor parte de las adolescentes de la distopía de Gabriel García Marquez, Nerea, en floración prematura, rompió aguas: ella sola, con su sensibilidad y dotación estética extraordinarias, con su esfuerzo y tesón redentores, y con el silencio y la observación requeridos.
Año 2003, 1º Premio Certame de Contos e Relatos Curtos Trapero Pardo, do Concello de Lugo (Cat.12-14 anos). Año 2005 Premio Certame de Contos e Relatos Curtos Trapero Pardo, do Concello de Lugo (Cat.15-18 anos). El Ayuntamiento publicó los relatos premiados y en la dedicatoria a los amigos, Nerea escribió
y porque aprendí que la literatura no es de quien la escribe, sino de quien la necesita, y porque sé que lo más valioso que puede regalar un escritor son sus palabras: el reflejo auténtico de su alma: Lo que decíamos poco antes.
Y fue entonces cuando de modo definitivo se le apareció su vocación de narradora: y dejándolo todo, padre, madre y hermano, la siguió.
Y en habiendo terminado la carrera de Ciencias de la Información, se fue becaria a la Fundación Antonio Gala en Córdoba, donde lo primero que hizo el novelista fue llamarla tonta, porque la moza se había asomado al pucherito, luego de haberse leído en grupo una historia verdaderamente agónica: Nerea Pallares sabía ya que la cualidad indispensable de un buen narrador es siempre ese divino privilegio que se llama conmoción.
Y Nerea Pallares volvió a romper aguas, otras veces. Y luego esta última vez: y aquí tenemos hoy su libro SIDECAR.
El título se lo prestó a la autora uno de sus propios personajes, Carmen, quien está pasando por una época de ausencia y silencio, una situación a la que sus hijos Óscar y Blanca llaman, él retraso, ella, viaje. Copio:
-Mamá ¿por qué estás triste? - pregunta Blanca. Y Carmen responde:
-Porque ahora las motos no llevan sidecar. (¡!!)
Y desde aquí, amigos, ya todo el libro queda abierto al lector, a su tiempo y a su área, los nuestros: la falta de comunicación, la grandeza de lo nimio y el encaje -o no- de la futilidad del quehacer y vivir cotidianos, la grandeza de lo nimio; el tiempo, no como dios trágico sino como Penélope creadora, que lo teje o desteje, lejos de la fatalidad, en la espera segura de los mejores encuentros y oportunidades de la vida y con la vida; las personas y sus actos vistos como un circo de trapecistas y siamesas; el hombre, a veces enfermo, pero siempre psicoterapeuta y médico posible y único de sí mismo
Pero de esto tal vez nos hable luego máis polo miúdo la propia autora.
Y todo servido en un muy logrado monólogo interior que por ello mismo nos involucra en una lectura venturosamente compulsiva y comprometida, que nos atrapa en un mundo de símbolos colectivos, o privados de Nerea, que, a veces, en un realismo mágico renovado y a ritmo de sorpresa y delicado hilo narrativo continuo, va percutiendo endiabladamente el corazón del lector de principio a fin del texto global.
En ocasiones, y sin pretensión alguna, sus páginas nos recuerdan más de un relato de Cortázar. Por ejemplo, SIDECAR.
Y no quiero extenderme más. Eso sí, agradecerle a Nerea Pallares esos guiños traviesos y a veces mortales -un crítico literario le llamará de otra forma- con los que casi siempre consigue engañarnos a lo largo de todo el libro homenajeado, del que copio-pego y leo, abreviando:
Al otro lado del espejo, picada de mosquitos, con el borde de la boca posada en la cucharilla de plata que se precipitaba hacia la taza de porcelana antigua, se asoma a la vejez. Con dos dedos vueltos hacia la nariz como para borrar la estampa, pero por un momento, la perpetúan las arrugas de después de fregar la loza y las mechas de sol en la melena que le tiñen el pelo de un brillo cano, despojado ya de sus matices miel. La vieja acepta el reto y se imagina entonces ojeando la prensa con lentes de cerca fumando el cigarro que le prohibió el médico hace días y riendo la ocurrencia, saboreando despacio la misma transgresión consumada hace tiempo
La vieja decide.
Se figura en la soledad de una buhardilla adornada con viajes del pasado, disertando ante invitados sobre oropeles y mala baba y cariocas
Si le preguntan demasiado, se para. Es que la vieja se concede recuerdos pero nunca nostalgias. Puede que entonces silbe y venga el perro jadeando y lo acaricia con tres dedos prietos y dos ausentes, cuya falta justifica a placer. Le horroriza profiriendo un lamento de ancianidad, ya ves que he empezado a morirme un poco, así que cuando le preguntas doña, qué fue, qué le pasa, cuenta hazañas antiguas que vuelven a suceder en cada sorpresa de invitado o reinventa aventuras soñadas, o imaginadas, o exageradas o acontecidas tal vez, sin que apremie la urgencia de distinguirlas ni de ser fiel a un relato, porque la vieja vive en la memoria propia y en la ajena, en las mentiras piadosas y en los antojos impíos, en los hechos y desechos, que no teme desvelar. Porque la vieja vive ya donde quiere.
Se toma su tiempo en enunciar las historias y no sólo eso, también en establecer la atmósfera precisa y demorándose un poco en concluir cada detalle, mira a cada quien muy fija y arrugada
Propia antes que ajena. Después disfruta tranquila del escándalo, y ya no echa en falta sus dos dedos. La vieja concede.
Sin embargo, advierte pronto que la serenidad con la que ahora se ensueña aún no le pertenece. Entonces, sin la calma de sus años, sucede algo terrible, y es que la vieja se da cuenta de que es vieja. Se le antoja insultante la tarde que sucumbe, y las cruces en las plazas le parecen despedidas de saludos íntimos y breves y prisas razonables. Se reconoce en el ánimo burdeos de las hojas de otoño
Las cremas del tocador lucen ahora como afeites para momia, como bálsamo de muerto y a la vieja enseguida la invaden los apegos
Se aferra a los cuadros y les estampa besos de madera, escupe caramelos como bolas de rosario y frenética se lanza a frenar todos los relojes.
Relee las cartas que otrora le mandaron y rebusca en los estantes, fotos, facturas, joyeros y diarios, postales, baratijas y folletos, mapas ya viajados.
La vieja maldice.
Corre a la ventana barajando decisiones
Al sentarse en el alféizar el pueblo le devuelve el eco de las ondas, las ondas que van y llegan para morir naciendo
Ve como allá al fondo, los ancianos dispuestos en hilera contemplan el agua con una pregunta antigua, se mojan los pies en la arena y callan. Repara en que hablan y abren mucho la nariz para oler lo inevitable, y se da cuenta de que respiran una felicidad tranquila en el ambiente.
La vieja comprende.
Entonces se detiene con los labios como un corazón escaleno y un rostro de sol y sombras y vuelve al primer espejo. Y se mira, y se gusta y se acepta. Así tal cual se ve. Tan futura y tan señora, la vieja. La vieja que sólo cuenta dieciséis.
Ya ven ustedes: íntimo, sencillo o tal vez correoso, rápido, breve y abierto o quizás inapelable. De fondo, el leitmotive de todo el libro: la dualidad estructural de la realidad y de la vida, en la que todo se va asumiendo: de los gozos a las sombras, de la oscuridad a la luz; del recuerdo al instante, de la vida a la habitación de ella, siempre y en todo caso. Y como éste
mejor todos los demás relatos que componen Sidecar.
Y que nada, señores. Que compren el libro enseguida y cómanselo cuanto antes: dos mejor que uno. Uno para esta noche, y otro lo guardan para cuando luego vuelvan a tener más hambre///.
Y contigo termino, Nerea. Tú, como la Sherezade de los cuentos de las mil y una noches: El rey ordenó a su visir que cada noche le llevara una virgen, y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así fue durante tres años, y en la ciudad no había ya ninguna doncella para los asaltos de aquel cabalgador. Pero el visir tenía una hija de gran hermosura llamada Sherezade y se la llevó al Rey, y a ella, a la madrugada, no la degolló, porque era muy hermosa y narraba muy bien
Gracias por ti, Nerea, gracias por hacerlo 'a tu manera'. Enhorabuena a todos.