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Un narrador de fuste

viernes, 04 de septiembre de 2015
Eso es Rolando Rojo Redolés. Se lo manifesté por escrito, luego de leer estos notables cuentos, agrupados en Campus; lo hice a la manera española, pues estábamos bebiendo un vino “sangre de toro”: -“Eres un narrador de la puta madre”. La expresión, de suyo grosera, algo brutal y asaz chocante, es muy empleada en la Península, y también en Un narrador de fusteArgentina, donde el “putamadre” adquiere connotaciones afectuosas, como ocurre en Chile con el “huevón”, según sea la intencionalidad del hablante y la relación con aquél... Pero dejé en el título el concepto fuste, de suyo elegante, aunque suene algo decimonónico.

Dieciséis cuentos breves integran este volumen, publicado por “Simplemente Editores”, en abril de 2014.

Mediante una prosa directa, de impecable factura narrativa, Rolando Rojo nos ofrece un auténtico retablo de situaciones, encuentros y desencuentros, anécdotas más o menos dramáticas, que se desarrollan dentro o en torno de las aulas, mundo en el que se mueve el autor desde hace más de cuatro décadas, como Profesor de Castellano, según decimos aún en Chile, sin caer del todo en ese adjetivo “español”, más político-publicitario que nacional auténtico, que lo mismo sirve para un barrido que para un fregado.

Además de su profuso ministerio docente, Rolando Rojo viene impartiendo talleres literarios en distintas instituciones, entre las que destacamos la Sociedad de Escritores de Chile. Sin menoscabar los méritos de esa difícil profesión de enseñar la lengua en que aprendemos a develar el mundo y sus misterios, este eximio cuentista trae en sus genes el talento nato del contador de historias. Así, aunque no las escribiera, es capaz de encantarnos a través del antiquísimo ejercicio de la oralidad, como lo hace con alumnos y alumnas de su virtual “clínica de lenguaje”.

Y es que la academia no te hace escritor, como quien alcanza un diploma profesional para su libre desarrollo en la “universidad de la vida”. No obstante haber muchos académicos que escriben, editan y publican, pocos de ellos alcanzan el arduo rango del verdadero oficio… Recordamos la sentencia de Truman Capote, señero autodidacta de las letras: “Cuando me percaté de la diferencia que existe entre escribir bien y escribir con arte, estuve a punto de abandonar la literatura”.

Detrás de la aparente factura de un lenguaje sencillo, sin barroquismos ni alardes rupturistas, subyace una cuidada estructura en la articulación narrativa de Rolando Rojo, con destellos originales y giros inesperados que otorgan renovado interés al discurso, haciendo que el lector participe, más que de la trama misma, de una experiencia estética que “lo lee”, en el proceso de aprehender lo contado. En efecto, sentimos que el libro nos lee, nos descifra, nos denuda en sus situaciones, la mayoría de ellas humanas y entrañables, como construir parte de una biografía propia sobre la base del constructo lingüístico del narrador y sus peripecias existenciales, porque Rolando, a la vez, cuenta y confiesa, mientras hace caminar sus demonios por los patios del rico universo docente, no siempre con “buenas intenciones”, sobre todo si de féminas atractivas se trata.

Surge desde las aulas una galería de personajes vívidos y reales, pese a que el autor declara que todas ellas son historias ficticias, como asimismo los seres que las conforman, aunque descubramos en sus caracteres y personalidades rasgos que nos resultan familiares, como si de pronto el señor Rivas o el Gringo o la secretaria Roxana fuesen para el lector caras conocidas en nuestra propia experiencia de educandos o de educadores.

El lector siente que el contador de historias lleva a cabo un divertimento al contarlas y escribirlas, con magistral soltura y el matizado ingrediente de un fino humor, inserto quizá en una suerte de picaresca más próxima al mundo sajón que a la caracterización gruesa de la burla española; más cerca de Swift que de Cervantes, me atrevería a decir.

Los títulos de los cuentos nos dan ya la idea de su variedad de tópicos, ambientes, temas y atmósferas: Academia versus amor; El gran cabrón; Una historia ya contada; Fiesta de fin de año; Magíster A.; El gringo Stone; R.I.P.; El proveedor; Entre tangos y gatos; Desnuda en el balcón; Lecciones indiscretas; El Godo; El estudiante de teatro; Las invasoras; Missing; El picacho de las águilas…

La habilidad escritural de Rolando Rojo se desenvuelve también, de manera ágil y aguda, entre móviles y situaciones donde brillan las efusiones del erotismo, sin caer en trazos burdos ni lindar con la pornografía… Es una erótica más de sugerencia que de actos explícitos, como hoy se ve con desagradable reiteración en escritores que nunca conocieron a un Flaubert, admirando las insinuaciones del erotismo poético de un pie de mujer que aparece, como un relámpago, en la leve desnudez de un paso con la falda remangada, o el esbozo de una sonrisa turgente en la línea tenue del escote.

Para finalizar, asiste a Rolando Rojo el mérito clásico (en el sentido de lo valioso permanente), de manifestar amor por sus personajes, aun frente a esas indignidades y miserias que son parte constitutiva de la condición humana.

Te invito a entrar en este Campus, sagaz lector. Seguro que no querrás abandonar sus aulas.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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