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La Alhambra deshabitada de Sorolla

Pena López, Carmen - martes, 25 de agosto de 2015
Tras separarse de una partida de caza que había acompañado a Alfonso XIII en Las Alpujarras, Sorolla se quedó en Granada. Allí se alojó en el Hotel Alhambra Palace. Era enero de 1917 y el lujoso alojamiento estaba casi vacío, la calefacción apagada, llovía y hacía un terrible frío. Sólo en los helados corredores se disponía a pintar buscando un día con sol que le dejara ver Sierra Nevada, siempre esquiva tras las nieblas y nubes de los días húmedos.La Alhambra deshabitada de Sorolla
La pintaría buscando la luz que se prodigó alguna que otra jornada poniendo el caballete en los Adarves de la Alhambra. En aquellos paisajes, no sólo hay una conexión visual entre el monumento y la montaña, sino que reflejan una intensa comunión entre el artificio de la arquitectura y la naturaleza, proyectada en la melancólica emoción que transmiten esas pinturas. Entre días claros y jornadas lluviosas fue simultaneando el trabajo entre la Alhambra y las vistas de la sierra, pasando de los patios a las torres árabes para contemplar el paisaje exterior desde la Alcazaba, casi siempre emocionado por la visión de ambas, según narra con exactitud poética Eduardo Quesada en su texto “Granada en Sorolla”.

Esa atmósfera emotiva es particular en su versión del Patio de Comares, en la cual la arquitectura deshabitada e invernal se descarga de la sensualidad característica de Sorolla, especialmente gozos, para transmitir el ambiente helador de los 5 grados bajo cero con una atmósfera luminosa prístina, diamantina, irreal, apenas caldeando el aire, radiante y temblorosa, con una vibración en las pinceladas que vela sutilmente la arquitectura y la alberca congelada en que se refleja el muro maravilloso. Todo parece ingrávido. Es tan real como el recuerdo.

La arquitectura histórica deshabitada está cargada de memoria, habitan en ella los ecos y las voces del pasado, y sus imágenes reproducidas nos son sólo eso. Es cierto que las fotografías tomadas inicialmente de ella eran para documentar el patrimonio artístico de los pueblos y naciones, recabadas por la arqueología o la historia del arte, pero en arte la copia más fiel no deja de tener una carga simbólica, que se potencia cuando desaparece la presencia humana y temporal, porque, como reflexionaba Flaubert, para transmitir profundamente es mejor eliminar del relato expresiones explícitas de carácter anecdótico o moral, resulta más incisivo dejar a los personajes y situaciones actuar por sí mismo. Así los monumentos vacíos, sin personajes ni historias crean una atmósferas para el recuerdo, como los de las postales o las de los patios deshabitados de la Alhambra pictórica de Sorolla.
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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