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Paseando por el Museo de Lugo

martes, 25 de agosto de 2015
Me gusta, no puedo ni quiero negarlo, visitar el Museo Provincial de Lugo. Mis primeras visitas ocurrieron a final de la década de 1950. Iba los jueves, pues en aquel tiempo, en esos días la visita era gratuita. Recuerdo la antigua disposición de muchos de los objetos entonces expuestos, como el mosaico de Batitales, las planchas de los aguafuertes de Castro Gil o las maquetas de barcos. Éstas, las maquetas de barcos, llamaban mucho la atención del niño que yo era entonces, pero también había muchos otras cosas que eran capaces de llamármela.

El tiempo fue pasando y el Museo ganó en espacio que al poco se fue llenando. Como todo lo que crece, si crece bien, pronto no cabe en el espacio que se le destina. Sus responsables se quejan de esa carencia, está bien que lo hagan, pero la inversa sería tristísima, que pasasen los años y no necesitasen sitios en los que poner todo cuanto van acumulando. Con el tiempo, este Museo ha dado lugar a otros, más especializados, que conforman la actual Rede Museística. Espero que siga este crecimiento en obras depositadas y, por tanto, en espacios en los que presentar las diversas colecciones.

Vaya a donde vaya en el Museo, siempre me encuentro muy a gusto. Miro con atención aquello que veo y dejo que mi imaginación vuele al reclamo de lo cada objeto me inspira en cada momento.

En el claustro, en una de sus paredes hay una hermosa puerta de granito policromado. Realizada en el S. XVIII (1758), tiene en su dintel el escudo del obispo D. Francisco Izquierdo y Tavira y, según indica la información que aparece a su lado, proviene del antiguo convento de dominicas, que estaba en la actual calle de la Reina de Lugo. De aquel convento hoy queda el actual edificio de Hacienda, con su claustro barroco. La iglesia conventual es hoy la parroquia conocida como A Nova. Esa es la explicación de que en el retablo de esa parroquia, haya tantos santos dominicos. Supongo que tras la desamortización no se tocaron para nada, por eso están allí.

Pero volviendo a la puerta que hay en el claustro del museo, diré que siempre me ha llamado la atención su pequeñez, sus exiguas dimensiones, en contradicción con el lujo de su ornamentación. Hoy encontramos contraste, pues miramos la puerta con la idea de nuestras dimensiones actuales, pero la verdad es que hemos aumentado, crecido, y lo que entonces era apropiado para el paso de las personas, hoy resulta escaso. Me lo recuerda el biólogo que soy.
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Más reflexiones acerca del crecimiento. Me gusta ver las Vírgenes con el Niño en brazos. ¿El Niño? Para nada, más bien el hombrecito. Si miramos atentamente lo que tiene la Virgen en su regazo es un hombre chiquito. En la época en que se esculpió, o se pintó, esa imagen, se creía que los niños eran hombres diminutos y que su crecimiento consistía en un aumento armónico de todas sus dimensiones. Más tarde, se descubrió que en nosotros los humanos, el crecimiento es por alometría, un fenómeno que consiste en los cambios de proporción de las partes corporales en relación al tamaño total durante el crecimiento. Por ejemplo, en nosotros, cuando niños, la cabeza representa una cuarta parte de la dimensión total. En adultos, es un noveno. Pero este crecimiento desarmónico, es un decir, tardó en ser descubierto.

Sigo con el biólogo que soy, o mirando todo con mis ojos de tal. Todo es según el color… el cristal con el que miro todo es color biólogo, si es que existe tal color.

Paseo por el Museo Provincial de Lugo. Me gusta mucho su claustro, de un gótico temprano y, dicen, el único completo que de esa época se conserva en Galicia. Un claustro amplio que me hace pensar en una comunidad numerosa. La iglesia conventual, hoy parroquia de S. Pedro es grandiosa con detalles que comentaré aquí mismo en otra ocasión. Me siento muy bien en este claustro. Parece mentira estar a pocos metros del exterior con su actividad ciudadana. Aquí, como en todo buen claustro que se precie, se respira bonanza, tranquilidad, esa sensación inefable de estar en otro mundo. Aquí todo, lo de fuera y lo de dentro, tiene unas dimensiones diferentes y llega un momento en que no sé cuáles son las reales y cuáles las ficticias. De momento, vamos a seguir mirando y disfrutando.

Muchas veces me he preguntado que qué es lo que encuentro en los museos, a qué voy a ellos. Indudablemente, voy a ver, a conocer, pero también voy a soñar a partir de todo cuanto encuentro, pues lo depositado en ellos, y expuesto a nuestra vista, representa para mi una oportunidad de sacar de mi interior un montón de recuerdos, de vivencias, de cosas sabidas, que afloran como a borbotones en mi mente como al conjuro de tal diversidad de cosas como encuentro. Hoy son unas las que estimulan mi imaginación, mañana serán otras. Siempre habrá algunas.

Como tantas otras veces, en el mismo claustro se me hace tarde y debo marchar dejando sin visitar salas muy apetecibles.

- Mañana empiezo por ellas, me digo…
- Para lo mismo responder mañana…
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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