El falangista bueno

En Pontedeume, A/La Coruña, a nadie se le ocurriría aplicarle la Ley de la Memoria Histórica y cambiarle el nombre a la “Plaza del Maestro Álvaro Vázquez Penedo”, cerca del asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, donde falleció quien fue falangista toda su vida.

Don Álvaro le enseñó el Cara al Sol a varias generaciones de escolares, pero también les prestaba libros en español y francés prohibidos por el régimen y la Iglesia.

Y le enseñó a leer a los adultos y a los niños menos dotados o más pobres del pueblo, a los que dedicaba gratuitamente las tardes hasta ponerlos al mejor nivel.

Luego, conseguía becas para hijos de familias azules y rojas por igual –sólo valoraba el talento y el esfuerzo--, tantas, que hubo años en los que Pontedeume tuvo el mayor número de licenciados y maestros por habitante de toda España.

Nadie lo acusó de haber participado en los paseos o en las represalias contra los republicanos, rojos y demás vigilados por el régimen, y el alcalde bajo cuyo mandato se le concedió la plaza cuando aún vivía era hijo de un paseado y fusilado por otros falangistas.

España está plagada de historias como esta, biografías de fascistas buenos y de buenos rojos que formaron generaciones; llena de gente que terminó su vida entre los más pobres: viudo desde hacía muchos años, y sin hijos, una habitación del asilo fue su última residencia.

Aún quedan vivos algunos “fascistas buenos”, que los hubo, como hubo y aún quedan “rojos buenos”, a la vez que malos, malvados fascistas y rojos.

Cambiar los nombres de las calles no calla la historia: Schindler era nazi y Sanz Briz franquista, dos Hombres Justos para los judíos y para la humanidad.