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Los pobres

viernes, 28 de agosto de 2015
Los pobres están por todas partes, surgen desde la tierra, quizá porque van a heredarla, como se dijo, aunque no se sabe cuándo ni cómo… Pero así son las profecías, promesas aún a más largo plazo que las de los políticos, esos señores que vienen anunciando la desaparición de la pobreza hace décadas, y si bien las estadísticas que ellos mismos crean y manejan afirman que han descendido los índices de la miseria, los pobres –que parecen ser otra cosa que la pobreza- vuelven, sobre todo a las grandes ciudades, se instalan en la periferia y, a veces, como ocurre en Río de Janeiro, trepan a las colinas que circundan la urbe y levantan sus casas a medio hacer, para luego apropiarse de las rúas.

Los pobres son numerosos y siempre se ven más de lo que son; quiero decir que producen un efecto óptico de multiplicarse ante nosotros, como si los espejos de la necesidad prolongasen sus imágenes hasta el infinito. Esta rara sensación podría ser fruto del miedo que los ricos, o los acomodados, o los de buen pasar o los de clase media alta, experimentan ante su constante amenaza, peligro difícil de conjurar, porque los pobres son necesarios, yo diría imprescindibles para esta sociedad; en el plano económico, porque mantienen la suficiente presión sobre los salarios básicos, para que estos no suban y así los empresarios puedan adquirir trabajo asalariado a bajo precio, y así incrementen la plusvalía, que es como los glóbulos rojos de la producción y de la prosperidad del sistema. (Y no te confundas, lector inadvertido, porque esto lo dijo y explicó, antes que Carlitos Marx, el sagaz Adam Smith, padre del Capitalismo “clásico” y abuelo del Capitalismo “salvaje”.

Y en el plano religioso y moral, ¡por Dios que son indispensables los pobres! Ellos son el objeto maravilloso de la caridad, porque conmueven el corazón de las almas piadosas para ir en su ayuda, sea a través de obras pías individuales o por medio de instituciones de beneficencia… Debemos entender, claro está, que no se trata de terminar con la pobreza; por el contrario, los pobres siempre tienen que estar a la mano, si no, ¿con quién ejerceríamos la caridad cristiana?

Según el Informe de Desarrollo Humano de 2014 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), uno de cada cinco habitantes del mundo vive en situación de pobreza o pobreza extrema. Es decir, 1.500 millones de personas no tienen acceso a saneamiento, agua potable, electricidad, educación básica o al sistema de salud, además de soportar carencias económicas incompatibles con una vida digna…

Ya conocemos el resultado de las utopías que han perseguido acabar con la pobreza, creando una sociedad igualitaria, donde todos tengan, al menos, sus necesidades básicas cubiertas: techo, comida, salud, educación y esparcimiento. Fracasaron rotundamente, aunque no vivieran más de medio siglo, y pese a que el modelo capitalista lleva ya quinientos años sin que sus promesas de bienestar se cumplan para tantos pobres y menesterosos a quienes se les viene predicando que, con trabajo constante y obediencia a los poderes constituidos, accederán a mejores condiciones de vida… (Pero si son flojos y descuidados y pusilánimes, seguirán siendo pobres de misericordia, como decían nuestras abuelas).

El problema es que los pobres reciben hoy mucha información –y desinformación, claro-. Están al tanto de cómo viven los ricos, por ejemplo, y aun de la manera como hacen sus fortunas y negociados, lo que exacerba sus ansias de llegar a ser pudientes, o al menos de disfrutar de las maravillas que cada día ofrece ante sus ojos esa pantalla de los sueños, que ya no es preciso mirar en un aparato grande, porque está disponible en pequeñas versiones individuales, fáciles de adquirir, ya sea comprándolas o apropiándoselas mediante el hurto o el robo… Total –comentan los pobres- dicen que el origen de la propiedad es la violencia que la hace posible, ¿o es otra la historia de las conquistas y botines de guerra?

Los pobres de tez oscura están ahora invadiendo la vieja Europa. Cruzan el Mare Nostrum en chalanas y gabarras lamentables, muchos se ahogan en la travesía, pero muchos también -¡son tantos!- llegan a tierra firme y caminan leguas para ofrecer sus servicios de trabajo asalariado, a cualquier precio… Es amplio el espacio entre no tener nada y tener algo. Se conforman con poco (por ahora), y por eso constituyen una amenaza para los pobres europeos (hay bastantes menesterosos en el continente de la abundancia), porque les quitan los escasos puestos de trabajo que el sistema en crisis oferta, aun considerando que los pobres africanos ejercen menesteres despreciables para los “hijos del desarrollo”. Algunos sociólogos e historiadores afirman que los pobres de África cruzan a Europa para cobrar las deudas que los europeos comprometieron con sus ancestros, por los incontables pillajes, latrocinios y genocidios perpetrados en pro de la salvación de sus almas oscuras… Se trata de una antiquísima revancha
Los pobres traen consigo el germen de la delincuencia. Asaltan las posesiones de los ricos, violan sus domicilios, atentan contra la integridad física de sus moradores, porque carecen de escrúpulos y de moral. No hay ni habrá policía suficiente para ponerlos a raya. (Vean el caso de Río de Janeiro, donde millares de represores, armados hasta los dientes, no son capaces de controlar a los habitantes de las favelas).

¿Y qué haremos entonces con tantos pobres?
Entretenerlos en esta vida, ya que ellos perdieron hace mucho la fe en el premio escatológico… Quieren la felicidad aquí y ahora; esa misma que les ofrece a diario, como “oportunidad emprendedora”, el “espejo de los idiotas”.

¿Será suficiente con eso?
No lo sabemos, pero es una política realista. Y como ya resulta ineficaz para los pobres el opio de la religión, el sustituto a mano es el maravilloso y deslumbrante espectáculo del fútbol.
Y ante eso, no hay pobre que se resista ni rico que le haga asco.
Tú lo has dicho.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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