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El show permanente

martes, 11 de agosto de 2015
Vivimos en un país farandulero, televisivo y superficial, una patria hecha a la medida de los donfrancisco y las boloccoligth y la doctoracordero, donde todo se mide por los rattings de popularidad o rechazo, desde las actuaciones del (la) Presidente (a) hasta las fechorías delictivas, pasando por las estadísticas económicas, las fluctuaciones del tiempo atmosférico, las ganancias siderales de los patadura del fútbol y los fraudes tributarios de la derecha expoliadora y de la izquierda aprovechada.

Ahora le toca el turno al film de Los 33, estrenado con pompa cursi y alfombra roja, para acarrear muchedumbres entusiastas y en estado de gracia de la tontería nacional a la taquilla de los cines, para que ese imbécil feliz que nos simboliza, que vociferó hasta la afonía el único triunfo futbolero de la historia, se mire a sí mismo en la pantalla grande y se gratifique, narciso y onanista de feria, en el espectáculo banal y bullanguero que ha transformado en leyenda de confeti el feliz salvataje de treinta y tres mineros atrapados en la mina San José… Nada más enternecedor y que ponga los pelos de punta, que las arengas españolizadas del mediocre actor Antonio Banderas, gritando a voz en cuello el ahora universal ceacheí, chi…chichilélélé… Y la ternura impostada de esas actrices en el papel de esforzadas mujeres de mineros, con más pinta de minas todoterreno que de dueñas de casa fregonas.

Como si fuese poca la fanfarria escénica, se anuncian las actuaciones de Mario Kreutzberger, don Francisco, y de Leonardo Farkas, Midas ramplón, “por ellos mismos”, es decir, sin representación actoral externa ni dobles, auténticos y de carne y hueso, luciendo, su rubicunda apostura, el uno, y sus refulgentes caninos y oxigenada cabellera, el otro, como si nunca les hubiésemos visto en la pantalla…

El gobierno de turno de entonces, encabezado por el risueño y satisfecho multimillonario Sebastián Piñera, con su asesor minero y paje de circunstancia,Laurence Golborne, luego precandidato a la Presidencia de la República de Tontilandia, defenestrado por su propia torpeza de extractor de divisas hacia las islas Caimán, obtuvo pingües beneficios publicitarios por aquella “hazaña”, única en el mundo, como todo lo nuestro, incluyendo la corvina de veintisiete metros de Concón, la longaniza de cincuenta metros de Chillán y la empanada de ciento diez kilos de Peor es Nada. El mandatario de los ricachones y emprendedores avispados de Chile hizo imprimir miles de réplicas de aquel mensaje maravilloso, que vino hasta sus manos desde el mismísimo Hades, plegado en la “paloma” que subió por el émbolo de los rescatistas, con una frase para el bronce que recorrería todo el planeta, mostrando y demostrando y ratificando al universo mundo lo que somos los chilenos: triunfadores magníficos desde la adversidad, con deshilachadas pero incólumes banderas tremolando ante los vientos aciagos de esa bravía naturaleza que no nos mete miedo, aunque nos tenga en permanente “estado de emergencia”.

Wikipedia recoge el impacto mediático de la proeza:
Hasta la fecha es el mayor y más exitoso rescate de la historia de la minería a nivel mundial,siendo el evento con mayor cobertura mediática de esas características con alrededor de 1000 a 1300 millones de telespectadores (sólo superado por el funeral de Michael Jackson (2009), y superando por más de 400 millones a quienes observaron la trasmisión del Apolo XI, 1969). Según un estudio, la resonancia mundial del rescate es la mayor de la historia reciente de Chile, superior ala que generó el terremoto del 27 de febrero de 2010.

Y la lectura vibrante de aquella carta surgida de las frías entrañas de la tierra atacameña, en la perfecta dicción del exaltado Piñera: “Estamos bien en el refugio los 33”, recurso histriónico de su oratoria, lindando con la majadería, que iba a servirle en reuniones internacionales y aun en “cumbres” de mandatarios que le expresaron su admirativa solidaridad, con el olímpico desparpajo de espectadores ubicados en el vértice superior de la pirámide.

Y, después de esa maravillosa expectación alcanzada, no seamos negativos, no hurguemos debajo del merecido jolgorio ni analicemos nuestra realidad más allá de la trepidante epidermis, porque podríamos encontrarnos con innumerables casos de mineros aplastados por las piedras refulgentes, o despedazados por explosiones de gas grisú, o enfermos terminales de silicosis a los treinta años de edad… Incluso pudiésemos llegar a colegir que, después del famoso accidente que nos hizo célebres, no han mejorado un ápice las condiciones de seguridad laboral de los mineros de medianas y pequeñas empresas, ni de miles de trabajadores que se enganchan en Chile a través de ese subempleo esclavista que conocemos como “régimen de subcontratación”, una especie de cadena de explotación de la explotación, que va de menos a mucho menos, moneda desvalorizada de la peor inequidad, pero que funciona como reloj para nutrir la estadística del empleo, reduciendo ese guarismo artero de la “desocupación”, tan empleado (valga la redundancia analógica) por los empresarios de este país, que se esfuerzan a diario por “dar trabajo” a sus compatriotas menos afortunados, demostrando una constante preocupación social que ya se hubiese querido el Padre Hurtado para sus obras pías.

Después de la película y sus exégesis, tras el natural agotamiento del “suceso”, tendremos el Mundial de Fútbol Sub 17, para que la masa voyerista no se nos disperse, no vaya a ser que el pueblo (o lo que resta de él) se desencante de las reformas abortadas y pierda la paciencia… Bueno, eso es un decir, porque ya estaremos en los albores de diciembre, con otra Teletón ad portas, repartiendo a destajo el pan de la felicidad, como si fuese –hasta el próximo- nuestro último show.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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