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Postureo y empoderamiento

sábado, 25 de julio de 2015
Malo es romperse la crisma por ir ensimismado con el móvil, en una nueva adicción para imbéciles. Malo es pegar las posaderas al asiento y así formar parte de la legión de alienados por las redes sociales, nuevo espacio para la ciber delincuencia. Malo es formar parte de esa casta ignorante que viven de lo que les proporciona mediaset, como entretenimiento, a costa de toda suerte de zafiedades sin que la conferencia episcopal -siempre atenta a la salud de la doctrina en cuanto a la moral- diga ni mu.

Pero uno no puede dejar pasar la última, de la que he sido testigo. Comparar los actos de la ofrenda al Apóstol con los que impulsan el desarrollo y actividad del Instituto Cervantes. Mientras el primero es un vestigio del sometimiento de la sociedad civil a la Iglesia, el segundo es la defensa del castellano en un mundo "impresionado por el inglés". Uno de los momentos más tristes de la historia de las Españas, se produce cuando, amén de perder las Filipinas, los yankis se empeñan y consiguen, que en tal lugar, se sustituya el castellano por la lengua del pirata Drake.

Tenemos mucha culpa en el retroceso de la lengua de Cervantes y sus colegas del Siglo de Oro. Debería preocuparnos y hacernos reflexionar sobre nuestros complejos de culpabilidad e inferioridad una vez superadas las heridas del noventa y ocho. Es tiempo de leer, consultar y asimilar las venturas y desventuras del Quijote, en su cuarto centenario de esa segunda parte, posible gracias al séptimo Conde de Lemos, Virrey de Nápoles y gran mecenas del siglo XVII; descubriremos que la moral no es cosa de la Iglesia, está en la conciencia y conductas de los seres humanos con base en la cultura y en la dignidad.

También nos haremos más sensibles. No sólo para la música de los grandes como Chopin, Mozart, Beethoven, Vivaldi y otros que ponen magia a nuestros pensamientos. También para determinadas palabras que la televisión pone de moda. Y es que no hay nada más peligroso que un tonto con un bolígrafo y poder. Todavía más si se le da carta de predicador en los programas de los medios audiovisuales.

Y así nos llega el término postureo. Neologismo acuñado desde las redes sociales y trasladado al discurso de los políticos, cuyo nivel cultural muestra un absoluto distanciamiento del discurso construido con aquel viejo orden que nos enseñaron en la escuela: sujeto, verbo y predicado.

Imagen y apariencia son los causantes del "palabro". Digo así, por lo mal que suena y por tener la esperanza en que nuestro Lucense, Darío Villanueva, vecino en la calle San Froilán 21- 2º -yo vivía en el 4º- impida la felonía de incluir tal hortera expresión en el nuevo Diccionario de nuestra Lengua.

Postureo es lo que buscan desde la fontanería de la calle Génova de Madrid, para solucionar los problemas de comunicación del PP con la sociedad en vísperas de elecciones generales. Para ello, esa pandilla de jovenzuelos -no tanto por edad, pues no cuecen en las primeras aguas- como por su apariencia con barbas y camisas por fuera de unos vaqueros de marca. Así pretenden romper con la imagen dura, circunspecta y propia de Abogados del Estado, que daban Cospedal y Sáenz de Santa María. "La mona por mucho que se vista de seda, mona se queda".

Y vamos con empoderamiento. Al primero que le escuché tal reclamación para el pueblo fue a Don Felipe González, antes y después de ir a Venezuela o de afirmar que la solución contra el emergente populismo estaba en una alianza entre PP y PSOE. No sólo me escandalizó tal propuesta de santa hermandad para evitar feneciera el rancio bipartidismo. Me sonó a guitarra en las cuevas de Albaicín, en una noche granadina dónde las copas de manzanilla se la juegan al cantaor y desafina.

Empoderar al pueblo. ¡Ahí es nada!. Dar el poder a su legítimo dueño. ¿No habría bastado con exigir algo obvio para la cultura política?. Democracia es gobierno del pueblo. Ese al que se desprecia o se le utiliza cada cuatro años. Ese al que -como hizo la Iglesia y su Inquisición- se le asusta con el castigo de Dios.

En cualquier caso la palabrota -palabra de altas cotas- no hay manera de pronunciarla sin que quiebre al poeta que se siente incapaz de tomarla para hacerla versos que lleguen hasta el alma de quienes buscamos sosiego en la obra de Pablo Neruda -político y poeta- o en la de Rafael Alberti -comprometido luchador por la libertad-.
Al primer término le opongo la letra de la vieja melodía de Chabuca Granda, "fina estampa". A la segunda le respondo con aquel himno del sesenta y ocho: "venceremos nos".
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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