Puedo escribir los versos más tristes esta noche
.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío
.
Fue larga aquella noche, tan larga, casi infinita. Sin poder dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Tan inesperado, tan repentino. La habíamos dejado tranquila, serena y también con la pena y la tristeza que la invadían desde que se fuera Luís, su Luís. El gran amor al que nunca, desde que eran casi niños había dejado de querer. Esa pena desgarradora que impresionaba de tan profunda y que se pronunciaba tantas veces diciendo yo me quiero ir con él. Sí, con él. Porque Encarna sin Luís estaba perdida, estaba sola, estaba hundida. Nadie y nada podía llenar el hondo espacio de soledad que la invadía.
Aún así. Con su llanto y su dolor estaba con nosotros y nos quería.
Pero la fuerza de la muerte, que empuja tanto como la fuerza de la vida, estaba llamando a Encarna. Insistente, pertinaz, persuasiva.
Cuando sonó el teléfono aquello parecía mentira. Pero nos dio tiempo, sí, de verla y hablarle y darle una caricia.
Estaba ¡Tan guapa, tan blanca, tan fría
!.
No había remedio, no, no lo había. Su Luís la estaba esperando y ella hacia él corría. Apurando las vides de la copa clara de la vida, para estar con su amor que era también su guía.
Se fueron los dos, se fueron y nuestra casa está vacía.
Y allí, en las tierras de Loiba, detrás de una palmera, cantando el río Sar su repiquetear del agua fría hay una marmórea placa que dice en su memoria:
Contigo siempre. En la muerte y en la vida.
