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Hasta las almas huyen de la soledad

sábado, 20 de junio de 2015
¿Sabes? Me he vuelto un curioso rural y estos días me dedico a contemplar la lentitud del tiempo al pasar por la vieja aldea habitada, otra vez, por aquella señora, quizá viuda, vestida de negro hasta para cubrirse la cabeza.

El agro, como le llaman aquí a la verde pradera en donde por no haber ya no hay ni vacas, esta yermo. A la leira de las lechugas, los pimientos, los tomates y los chícharos, han vuelto las margaritas. Este año Manuel ya no plantó maíz porque sus gallinas perdieron la alegría y el gallo ya no canta como cantaba. Solo sus cuatro ovejas, compañeras, rompen un paisaje mojado por el orvallo, en realidad lágrimas de las almas que huyen de la soledad del cementerio próximo. Es el que rodea la iglesia a la que no hace mucho partió un rayo y casi se queda sin creyentes. El mismo camposanto que todos los sábados, tras doblar las campanas, se llena de amigos del difunto caído tras tantos años de cansancio.

—– ¿Y el monte?

Los eucaliptos solo llegan a la media ladera y las cumbres que los coronan son la gran reserva de toxos, xestas y brezo morado. No fueron las hidras quienes asesinaron a los carballos, a los castiñeiros, a los avellanos, a los árboles de mi niñez; fue el hombre del tractor verde, la máquina de los nuevos tiempos, destructora de película capaz de arrasar en una tarde mil metros de arbolado. De cualquier modo, ese mismo mundo forestal podría arder entre las llamas de un incendio este mismo verano.

—– ¿Es un réquiem lo que escribes?

Ni eso, mi amigo. Ya no hay en la aldea quien pronuncie una plegaria desde que murió aquel cura bueno con el que todos se reían y que abría a su gente las puertas de la Rectoral.

Ahora todos ven el Plus en la de Tino si son del Madrid o en O Cruceiro si son del Barsa. Entre campeonato y campeonato, partido a partido, van bajando cervezas y hablando del tiempo y de fútbol, porque no hay otra cosa de la que hablar.

—– ¿Pero no tenemos un Plan?

Tenemos Constitución y Autonomía. Parlamento y Xunta, Congreso y Gobierno. Ayuntamientos y diputaciones. Seis mil dirigentes y más de treinta mil técnicos. Bandera, himno, idioma propio…

—– Pero no tenemos un Plan…

Si vas por las calles asfaltadas camino de la Farmacia de mi tocayo, verás que en esta aldea no hay niños y apenas queda un grupo de jóvenes esperando turno para irse…

Porque primero se marchó aquel joven veterinario, luego el ingeniero forestal, después el arquitecto y un poco más tarde aquella chica tan guapa, Yolanda, que era enfermera… Se fueron de camareros para Londres que es a donde iba la gente de Proupín en los sesenta; y esperan, con un poco de suerte, poder trabajar en lo suyo. Es lo que piden, trabajar en lo suyo.

—– Mudam os tempos, mudam as vontades…

Eso es lo que decía Zeca Afonso tras cantar al Millo Verde, pero el tiempo no tiene culpa por mucho que haya enterrado la obra de mis labregos de siempre para dar paso a una industrialización que tampoco da llegado…

Sentado en la ventana y mirando ese verde que por aquí llaman agro te digo que aquí no muda nada… Por eso el lobo que le cantaba a la Luna de madrugada ahora solo se lamenta aullando. Así…

—– ¿Qué nos importa el Tratado de Comercio con Estados Unidos? ¿Verdad?

Verdad. Por aquí, a solo nueve kilómetros de la Catedral de Santiago, pocas cosas importan ya. Nadie ve la salida… por muy hermoso que sea este túnel.
Rodríguez, Xerardo
Rodríguez, Xerardo


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