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La cadena del Mariscal

sábado, 30 de mayo de 2015
Sigo paseando por el claustro del Museo Provincial de Lugo. Camino dejando a mi derecha el centro del patio, el pozo y el nogal. A mi izquierda, las paredes presentan piezas de su colección.
La cadena del MariscalAl iniciarse un tramo, junto a un gran escudo, en un rincón pero no arrinconadas, vemos unas cuantas cadenas antiguas: hierro oxidado, un par de candados y mucha historia. Una de las cadenas retuvo preso al Mariscal Pardo de Cela. Voy a contar la causa de esta desubicación, pues el Mariscal no estuvo preso en Lugo y sí en Mondoñedo, en cuya catedral está enterrado desde finales del siglo XV.

Pero antes de seguir, me conviene presentar a una mujer, desgraciadamente olvidada por muchos. Concepción Arenal fue una ferrolana del siglo XIX, de quien más de los que son deberían sentirse muy orgullosos. Hija de familia, en principio, acomodada, vivió los rigores de una dictadura, viendo cómo su padre sufría diversos castigos por oponerse al absolutismo de Fernando VII. Siendo aún niña, murió su padre y algún hermano. Eran los tiempos de entonces, con alta mortalidad y baja expectativa de vida.

Muy joven decidió estudiar Derecho y, para hacerlo, debió ir a clase vestida de varón. Era impensable una mujer en las aulas, cuando lo que tenía que hacer era prepararse para ser buena ama de casa. (La única carrera de la mujer es el matrimonio, solía decir). Su vida no debió ser nada fácil en esa época. Pronto destacaron sus escritos a favor de la dignidad de los presos. Sabía que en las cárceles no se respetaba a las personas. Toda su vida giró sobre estas preocupaciones, siendo nombrada Visitadora de Cárceles de Mujeres y, también, Inspectora de Casas de Acogida de Mujeres. Escritora fecunda, dejó muchas obras y frases que resumieron su modo de pensar, una de ellas ha llegado hasta hoy; Odia el delito y compadece al delincuente.

Tras su muerte, frente a cárceles españolas se instalaron monumentos en su recuerdo y, en época de la II República se pensó erigir un monumento en Madrid, utilizando para hacerlo hierro de cadenas existentes en prisiones. Si las cadenas poseían significado histórico, mejor que mejor.

Desde Mondoñedo se mandaron a Madrid algunas cadenas, entre ellas las del Mariscal, pero estalló la Guerra Civil y nunca llegaron a su destino, quedando en Lugo y, consecuentemente, terminando en su Museo Provincial como depósito del Concello de Mondoñedo. allí están, a la vista de todos. Junto a estas cadenas, hay otras procedentes de castillos de La cadena del MariscalCastroverde y Guntín. Lugares en los que, supongo, no había más ley que el sentir del señor, ni mayor baremo que cómo le afectasen las acciones de sus vasallos, de quienes se sentía propietario y ejercía como tal de manera incuestionable.

Hoy, mayo de 2015, veo las cadenas con sus grandes eslabones, los candados con sus moldes para apresar tobillos y no puedo dejar de estremecerme pensando en quienes los llevaron, en aquellos que se sintieron sujetos por estas armas de poder dirigidas contra quienes lo cuestionaban.

Las armas del poder contra los indefensos. Prisioneros de guerra, transformados en mercancía a la espera de un rescate. Prisioneros por capricho, prisioneros por diversas cosas inexplicables, pero que hicieron que muchos dejasen de disfrutar un bien muy preciado por todos, la libertad. Eso ocurrió en no pocas ocasiones, y no son pocas las cárceles en las que tal situación sigue estando de actualidad. Novelas, películas, historias diversas nos dicen que todo esto sigue vivo y siempre se genera un temor al hablar de eso, por aquello de que “las paredes oyen”.

Si, el monumento a Concepción Arenal no se llegó a levantar, pero sus obras están presentes en muchas bibliotecas públicas y privadas. Se le considera una de las primeras feministas españolas, de aquellas que, valientemente, abrieron camino a toda una pléyade de mujeres que, valientemente todavía hoy, luchan por unos derechos en plano de igualdad con los hombres, de modo que el matrimonio deje de ser su mejor salida profesional.

Aquellas cadenas en el rincón dan mucho para pensar. En los presos de entonces y, también, en los de hoy.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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