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Raíces

miércoles, 17 de abril de 2002
Si en todo hombre maduro sobrevive la
niñez, pocas veces he tenido que
aguantar esta realidad fundamental con
la intensidad que me proporcionó una
visita reciente a varios pueblos de
Galicia. Bailaban estos pueblos al
unísono con mi último retoño, Ana
María de cinco años, que lleva
casualmente el mismo nombre que una
de mis tías todavía admirada por los que
recuerdan su corta supervivencia al
servicio de los enfermos del sector
durante una peste colectiva.

Extrae de un árbol las raíces y lo
convertirás en instrumento de otra cosa.
Sácale la infancia a un adulto y se
transformará en un híbrido incoloro.

Sober, Matamá, Arximil, Figueiroá… no
desafiaron mis internacionales
aventuras, pero me sirvieron para
explicar eventos que hubieran carecido
de humanidad en otros sitios, es decir,
que me ayudaron a valorar la orgullosa
realidad personal de otros lugares.

Me encontré con un ambiente estático
en despreocupada competición con lo
nuevo. Era la evidencia de un pasado
desafiando un presente importado de
otros lares e incapaz de armonizarse con
la idiosincrasia gallega. Así que, lo que
a un observador ocasional hubiera
parecido caduco y en vías de
exterminio, fue para mi un elemento
esencial de la existencia.

La tumba de mis padres, don Tomás y
doña Rosa, seguía alimentando valores
en toda la región. Si la supervivencia
del recuerdo es significativa en la vida,
la han conseguido con sorprendente
relieve. Mientras sus nombres son
pronunciados por los que de ellos
recibieron vida, inspiración y cariño,
continúan hablando por ellos los
carreiros, algunos de ellos antiguos
caminos reales, sin miedo a las nuevas
carreteras sabiendo que la natura tan
sólo las tolera para que pasemos por
ellas los que estamos de vuelta de otros
sitios. De ellos dan testimonio gastadas
piedras de granito con el eco de voces
tan seguras de sí mismas como ajenas a
lo nuevo. Se pueden ver casas vacías
tan elocuentes como antes en su acervo
cultural, pueblos con nombre celta cuya
histórica melancolía los mantenía tan
vivos como otros en los que aún había
restos de colmena humana sin la reina
que marcara su destino.

La razón se ve obligada a ceder al
sentimiento mientras que éste cree que
lo que siente es racional. El “siente el
pensamiento, piensa el sentimiento” de
Unamuno, se impone con vigor en estos
pueblos de Galicia. Lo que alimentó mi
fantasía infantil, fue ahora razón viva
para definir lo indefinible y demostrar
que la vida es más que una cuestión de actitud.

Por Matamá andaba doña Inés visitando
cada día el recinto abandonado de los
Garrido, en el que nació su madre,
hermana de la mía. Mostraba todo el
aprecio de lo que fue con la seguridad
de que no volverá a repetirse. Envuelta
en espesa nube, bien podría ser un ángel
de la guarda, la Santa Compa, o
cualquier espíritu gallego rebosante de
energía. Allí estaba también el ciprés
de Matamá, antiguo faro de mis
peregrinaciones infantiles hacia la casa
Garrido. Quedaban los castaños
seculares, tan orgullosos de la nutrición
proporcionada como desafiantes a las
amenazas del presente para garantizar la
supervivencia de sus nocturnos
compañeros, los mochuelos. Y por allí
seguían cantando los cerdos al saber que
iban a ser sacrificados para satisfacer
necesidades y gustillos de otros tiempos
en contraste a la abundante mercancía
en las tiendas del sector.

Figueiroá saboreaba el fruto de los
superhumanos esfuerzos de Flora. El
horario de esta suprema mujer me ha
servido muchas veces para demostrara
mis estudiantes americanos en las clases
de cultura que las posibilidades en la
vida rebosan la razón y que se pueden
alcanzar metas tan inasequibles como
las de Flora Díaz.

Quedaba pues, en Galicia el ambiente
de misterio que tan bien supo definir el
rector de Salamanca, don Miguel: “Es
tierra que mueve más a conservar lo
heredado que no a conquistar nada
nuevo, que cría más codicia que
ambición.”También estábamos los
emigrantes gallegos a los que supo
definir el mayor enemigo de toda
definición: Salidos “más por fuerza que
de grado, emigrando por rebose y no
por desasosiego del espíritu errabundo”.
Aquí volví a experimentar que la vida
es creación y que ésta se cimentó para
mí en lugares con denominación gallega.
Díaz-Peterson, Rosendo
Díaz-Peterson, Rosendo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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