Pastel de Choclo
Moure Rojas, Edmundo - martes, 12 de mayo de 2015
Ayer, domingo, cocinaste un exquisito pastel de choclo, gracias a este largo verano que ha hecho fructificar el maíz hasta los albores del otoño
Doce choclos grandes, pasteleros, una mata de olorosa albahaca (bella palabra árabe que llevaron los moros a la Península, junto a la benéfica planta), un kilo de carne molida, cuatro cebollas con su escarcha cristalina y pura, seis dientes de ajo, siete huevos duros, cien gramos de pasas y doscientos de aceitunas (árabe también el vocablo y sus aromáticas olivas)
Aceituneros altivos, ¿de quién son esos olivos? Doy los ingredientes, pero no los secretos de tu preparación, que es incomparable. Bien lo apreció nuestro buen amigo Gregorio Dobao, cordobés de nacencia, gallego de antergos y alemán de adopción, pese a que estos españoles peninsulares miran el maíz como alimento de puercos y gallinas
Mi padre le hacía asco a las indígenas humitas -o tamales, como les dicen en México-, pero aprendió a comer el pastel de choclo, éste que al primer bocado encantó a Gregorio
Lo acompañamos con un cabernet Medalla Real y todo fluyó como la buena conversa en un almuerzo memorable, aunque parezca refutarme Michelle Perrot, eximia escritora francesa, que en su libro Mi Historia de las Mujeres, escribe:
Las mujeres dejan pocas huellas, escritas o materiales. Su acceso a la escritura fue tardío. Sus producciones domésticas se consumen más rápido, o se dispersan con mayor facilidad. Ellas mismas destruyen, borran sus huellas porque creen que esos rasgos tienen poco interés
Hay incluso un pudor femenino que se extiende a la memoria
Un silencio consustancial a la noción de honor.
Pero esto va cambiando, poco a poco, ¿no es verdad?
Cuando nos conocimos, tenías treinta años de edad, venías llegando de la sabia y orgullosa Europa, y no sabías cocinar ni te interesaba lo más mínimo. Desde tu marcada condición de intelectual y filósofa, te reías de tus propias amigas chilenas, casadas y dueñas de casa, como decimos aquí en relamido eufemismo, para ocultar la condición secular de servidumbre bajo la tutela del varón.
En el Rincón de La Florida, donde nos fundamos como pareja, entre árboles y acequias rumorosas, preparaste un día niños envueltos, plato chileno de nuestra primitiva cocina, como dijera un chef internacional, que no es un guiso antropófago, sino unas hojas de repollo que envuelven lo que llamamos pino, sofrito de cebolla, ajo y carne molida, cocidas en olla o al horno, acompañadas de arroz graneado
¿Recuerdas, amada, cuando serviste los platos en nuestra pequeña mesa de coligües, bajo el parrón, y observaste mi cara de sorpresa, y luego de pasmo, cuando intenté trozar aquella envoltura de repollo crudo, con sus hojas tiesas y duras como una cartulina? El arroz tampoco tuvo una cocción feliz; era una mazamorra blanca e insípida...
Los tiempos cambiaron y tus manos fueron habituándose a los menesteres culinarios, aun a contrapelo de tus inclinaciones especulativas y literarias, hasta el punto que ni Sol ni José María encuentran guisos y preparaciones mejores que los tuyos
También yo, que cargo con una tradición culinaria memorable, a menudo recordada y escrita en las imágenes de las tías gallegas, asociadas a los placeres de la buena mesa. Pero nada mejor que este pastel de choclo dominguero, que saboreamos hasta pasadas las tres de la tarde, coronado con una roja sandía de Paine
Te levantaste a lavar la loza, a limpiar los restos del sencillo banquete que nos habías regalado, mientras Gregorio y yo nos aprestábamos a disfrutar del partido de liga entre el Barcelona y el Real Madrid, batalla futbolera que tiene toda una historia de rivalidad que sobrepasa los marcos deportivos (aun dudando que se trate de un deporte al modo de los griegos olímpicos), y que asume connotaciones políticas, desde que el gallego Franco utilizara, a partir de 1950, al Real Madrid como punta de lanza de su propaganda españolista, cuando le insufló al cuadro merengue considerables aportes pecuniarios que le llevarían, muy pronto, a ser campeón en casa y en competencias europeas de clubes
Gregorio y yo, republicanos a ultranza, hinchamos por el Barcelona, deseándole lo peor al Real de los fachas, o sea, la ignominiosa derrota, cosa que ocurrió este domingo, gracias a la República.
Te fuiste a dormir una siesta y nos dejaste frente a los veintidós peloteros sobre el campo verde
José María nos ayudó con los ajustes técnicos necesarios para una buena visión, aunque apenas si miró el partido
Como bien sabes, a nuestro hijo no le gusta el fútbol, asunto que es parte de mis frustraciones de padre, pero nadie puede ser perfecto. El resultado sí lo fue: dos a uno en favor de los catalanes, que se encumbraron en la punta de la tabla.
Ya me lo dijiste, hace veintisiete años: No entiendo cómo un individuo como tú, apasionado por la literatura, puede gozar el pobre espectáculo de veintidós pelotudos pateándose las canillas
Ya ves, amor, cómo discurre la vida entre sus constantes paradojas. ¿Quién hubiese dicho entonces que ibas a preparar estos platos gloriosos?
Termino. Me callo. Pero antes, una reflexión y una pregunta para ti: -El verano se ha ido, pero aún nos sonríen los dientes áureos del maíz en las mazorcas
¿Cuándo vas a sacramentar el último pastel de choclo de la temporada?

Moure Rojas, Edmundo