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El efecto 'Fuente Ovejuna'

viernes, 08 de mayo de 2015
“Ir a matarle sin orden.
Juntad el pueblo a una voz;
que todos están conformes
en que los tiranos mueran…”
Fuente Ovejuna


Es muy antiguo eso de que el pueblo se rebele contra la injusticia, aunque no sea en aras de una revolución que derribe las estructuras en vigencia, como preconizaban hace medio siglo los socialistas o como pugnan hoy los iracundos armados del fundamentalismo coránico... Ocurrió, en ocasiones históricas o aun en aquellas no registradas en esa cronología al servicio de quienes mandan, mucho antes de los abusos del capitalismo antropófago o de las iniquidades del totalitarismo burocrático. El pueblo, entendido como la conjunción sin previo acuerdo de voluntades individuales entre desheredados de la tierra, se alzó para oponerse al arbitrio desmedido del poder, fuese éste representado por el tirano, por el rey, el papa o por grupos conjurados de feudales terratenientes. (Hoy, holdings, retails y transnacionales privilegiadas).

El caso de Fuente Ovejuna, pieza teatral del clérigo Lope de Vega, escrita en 1619, se basó en un episodio ocurrido en el pueblo cordobés de ese nombre, en el año 1476, época de “sociedad feudal tardía” y de la llamada “reconquista” contra los moros, que dominaron la Península Ibérica, asentándose en ella durante poco menos de ocho siglos, dejando la impronta de una cultura refinada y una civilización de notable tecnología, en medicina, agricultura y forja de metales. La trama narra una serie de sucesos en los que el Comendador, poderoso feudal, carente de escrúpulos, enfermo de voracidad apropiadora, lleva a cabo felonías sin cuento. El pueblo decide tomar justicia por su mano, invade la casa del sátrapa y le da muerte. Cuando el Juez, investido de autoridad otorgada por los Reyes Católicos, después de recurrir sin éxito a la tortura en busca de confesiones, inquiere: “¿Quién lo mató?”, la respuesta es unánime: una sola voz hecha conciencia social grita: “Fuente Ovejuna, señor”.

El presunto crimen queda eximido. No se puede condenar a todo un pueblo, y la judicatura entiende que hay detrás un espíritu de justicia que trasciende la letra anquilosada de la ley.

Desde entonces, queda establecido, sociológicamente hablando, el efecto o síndrome “fuente ovejuna”, suerte de catarsis o alivio colectivo que el pueblo, o la “opinión pública” –según acuñaron los ingleses- experimenta cada vez que presencia la caída de poderosos identificados como opresores y transgresores de lo que este ser de innumerables cabezas considera correcto o legítimo, aun dentro de los parámetros y estructuras de poder que impiden una existencia mejor para esa inmensa mayoría que sostiene, con su trabajo cotidiano, el edificio social y sus instituciones, a despecho del constante asedio, también de antigua data, de la corrupción, la codicia disfrazada de ambición, y la venalidad prevaricadora.

En Chile estamos asistiendo hoy al síndrome “fuente ovejuna”, luego de la reclusión carcelaria de jerarcas del grupo Penta, a raíz de larga y, esperamos, acuciosa investigación por fraude al Fisco y evasión tributaria, con redes de tráfico de influencias y asignaciones dolosas de recursos para campañas electorales que involucran a varios connotados políticos de la Derecha, y a algunos de la Izquierda en ejercicio que, a lo menos, tendrán que dar explicaciones coherentes.

A este caso se agrega el de SOQUIMICH, llamado “cascadas”, en un símil metafórico acertado, porque grafica bien un proceso de encauzamiento y acopio de regalías financieras, como si fuesen corrientes de agua que se despeñan, ubérrimas, para llevar buen caudal a los molinos de estos hábiles emprendedores de la especulación fácil y rendidora, metáfora que tiene su “rapsoda mayor” en el ex Presidente, Sebastián Piñera, experto en este tipo de emprendimientos circunstanciales con ganancias desmesuradas (negocio de las tarjetas de dinero virtual, levantado bajo las narices de Ricardo Claro, oscuro especulador ligado al pinochetismo y a esos discípulos que ahora no han sabido operar con presteza y decoro).

Las huestes aliancistas de la plutocracia buscaron un pronto paliativo entre sus adversarios políticos, y algo de eso obtuvieron con el llamado “caso Caval”, que involucró a Sebastián Dávalos Bachelet, hijo de la Presidenta, quien obtuviera un préstamo “a sola firma” por seis mil quinientos millones de pesos, destinado a pingüe negocio inmobiliario en Machalí, movida que ya le reportó dos mil quinientos millones de utilidad, avalado implícitamente por el acaudalado empresario Luksic, quien “asumió por completo la responsabilidad”, con gesto olímpico de enriquecido perdonavidas... Este hecho, escandaloso y moralmente repudiable, si bien no reviste las implicancias delictivas de Penta y Soquimich, ha generado unánime repulsa, siendo su protagonista objeto de escarnio por parte de la prensa, medios audiovisuales y redes sociales… Otro modo de catarsis pública, aunque sin el alivio más perdurable del ajusticiamiento, por ahora reducido a la breve parodia de “gente bien”, conducida a galeras a vista y paciencia de un numerosísimo auditorio, debiendo compartir celda –ay, aunque sea por poco tiempo- con malhechores de la “clase baja”.

Por desgracia, el Comendador continúa vivo entre nosotros y sus compinches esperan nuevas oportunidades. La codicia es una hidra imposible de saciar y el horno no esta para bollos en esta criolla Fuente Ovejuna del sur.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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